El Guayarmina vuelve al Valle
El emblemático hotel que reinara en la Isla duramente medio siglo espera su próxima remodelación.
Juanjo Jiménez
Entra el siglo XX en Agaete. El pueblo es un reducto, una república independiente dentro de una Gran Canaria fragmentada por una orografía abrupta y una red de comunicaciones prácticamente inexistentes. En esa esquina del noroeste es donde la isla nueva, de 3 a 4 millones de años se abraza a la vieja, de 14 millones de años, pico arriba, pico abajo. Y justo en esa ´falla´ pare un manantial de agua santa, un caudal ferrugiento cuyas propiedades medicinales fueron descubiertas 30 años antes, en 1870, por un peón encargado de limpiar la fuente tras observar en primera persona mejorías varias.
En un tiempo en el que la medicina andaba en pañales, corría por Europa la fiebre por los balnearios, a los que acudían estadistas, príncipes y la alta burguesía formada al calor de la revolución industrial.
El agua termal lo mismo servía para averías reumáticas que para desperfectos en la piel, para ardores estomacales u otras dolencias de más alambicada solución. Y Agaete la tenía a chorros. El doctor Blanco Enrique escribe en 1881 sobre "los grandes beneficios para los pobladores" y exigía unas instalaciones con "todos los adelantos técnicos disponibles", según un trabajo de investigación sobre el manantial y el hotel realizado por descendientes del fundador del Princesa Guaryarmina- Adrián y Juan Gabriel Cruz, padre e hijo.
Al doctor se le sumaban otros voceros. El periódico El Liberal, lanzaba en 1887 una encendida defensa de las aguas de Los Berrazales a las que atribuye el arreglo de "enfermedades sifilíticas" entre otros "maravillosos resultados", al punto que sería Agaete un imán de "inmigración de extranjeros y peninsulares".
Fue la familia Armas, liderada por Francisco de Armas el que se pone manos a la obra levantando un primer pequeño hotel, La Salud, al arrancar el siglo XX. Es la actual Casa de la Esperanza, o de San Pablo, que se encuentra por encima del Princesa Guayarmina, y que sigue funcionando hoy como centro de rehabilitación.
Pero había un segundo agaetense, un obstinado visionario, Juan Suárez García El de las cuevas, que va más allá que los Armas. Suárez está afanado en dar confort a los enfermos a pie de fuente, y según sus parientes Adrián y Juan Gabriel Cruz, "construye dos casetas de madera, una para hombres y la otra para mujeres con una tina en cada una". A los clientes los traía en burro desde San Pedro, en el corazón del Valle, una postal animada abigarrada de cafetales, mangos, uvas, naranjas -chinas y de zumo-, guayabos, plátanos, caquis, tunos... A don Juan se le hacen pocas las casetas. Hace más y también ocupa unas cuevas, hasta que finalmente arrienda en 1924 a los Armas el primer establecimiento: La Salud. Un prodigio, La Salud. ¡Con teléfono!, oratorio y luz eléctrica de fábrica, en una época en la que según recuerda el catedrático de Historia, y administrador durante un tiempo del Hotel Guayarmina, Cristóbal García del Rosario, no llegaba el tendido general a la villa. La maravilla abría de mayo a octubre, y por 10 pesetas incluía pensión completa. Se hablaba hasta inglés, según los anuncios de la época. Juan Suárez iba viento en popa, y con los ahorros comenzó a edificar el primer piso del hotel, con once habitaciones en 1925.
La familia Armas, mientras, emprende la construcción de un balneario unos metros más abajo en 1929, que terminará conectado por un pasillo al flamante hotel de los Suárez, que sigue subiendo en alturas hasta lograr cuatro pisos en 1939, justo cuando acaba la guerra civil. La fama de la instalaciones del que era el único hotel, como recuerda García del Rosario, que existía en Gran Canaria fuera de la capital junto con el de Santa Brígida, atrae hasta el remoto valle a lo más granado de la sociedad isleña, y de la vecina isla de Tenerife, desde donde llegan expediciones, como las de los directivos de la refinería Cepsa. Allí se aloja también un entonces achacoso poeta Alonso Quesada, que es atendido de cerca por su amigo y también poeta y médico Tomás Morales, que tenía plaza en la villa.
La pena de las esquelas
El hotel es una pera en dulce, especialmente a partir de 1952, cuando el pintor Miró Mainou estampa sus espectaculares murales además de acometer algunos trabajos decorativos, según los Cruz Suárez. El Agaete de mitad de siglo era un lugar de harto meneo. Con su fábrica de zapatos, Calzados Armas, sus llanos tomateros en la entrada de la villa, seis panaderías y su docena de empaquetadoras, dos pensiones, la cofradía de pescadores, las cadenas de plataneras: "No había paro", recuerda García del Rosario, "eso sí, los salarios eran bajísimos". En ese entorno se desarrollaba la vida propia de la autarquía. Para la población joven acceder a aquellos establecimientos era entrar en una "verdadera escuela".
Pero también tiene un recuerdo para muchos "inquilinos enfermos de los que luego veías su esquela con enorme pena".
La mesa del Guayarmina era una rutilante exhibición de los productos de la tierra. "Allí se mataban los pollos del Sao y El Hornillo, baifos de San Pedro y Vecindad de Enfrente", o los becerros como el que dejó cojo un tiempo a Manuel Suárez, encargado del hotel y matarife de fortuna, tras aflojarle una patada en su agonía. De San José del Caidero llegaban los quesos, y las papas de Juncalillo o Fagagesto, sin olvidar el pescado de Las Nieves. La clientela disfrutaba de una "comida extraordinaria", y comienza un flujo de turistas suecos, ingleses, franceses, holandeses..., siempre de ´repetición´, atravesando Europa y media isla para volver al calor de las aguas medicinales, los baños de verano en su piscina, "las noches de tertulia en sus jardines".
Por allí pasó y se alojó Sara Montiel, o se tomaron sus piscos Silvana Pampanini y Marcello Mastroianni durante el rodaje de Tirma en 1954. O el ministro de Educación Joaquín Ruiz-Giménez Cortés. La Unión Deportiva del entrenador Satur Grech, que ascendió al equipo a primera, tenía en Los Berrazales el secreto de su éxito, donde concentraba a los jugadores desde el viernes para el partido de los domingos. Los avances médicos, y el nuevo turismo que irrumpió en los 60 y los 70 de sol y playa acabó con su esplendor. Hoy, propiedad de la empresa Hermanos Tito, y tras el visto bueno del Gobierno canario para su rehabilitación, espera una segunda vida en aquél asombroso rincón del Valle.
La Provincia, 2-12-2013