Fortaleza de altura
JUAN JOSÉ JIMÉNEZ
Artenara "espanta a primera vista y excita la mayor admiración el ver trabajar algunos trozos en donde apenas se concibe cómo pueden sostenerse las bestias y los hombres", y produce "trigo, cebada, centeno, millo, papas, lentejas, arvejas, higos de todas clases, fruta y miel; cría ganado lanar, vacuno y con particularidad cabrío y caza de perdices, conejos, tórtolas y otras aves que en la primavera vienen de las costas de África..." Así describía al pueblo más alto de la Isla, con sus 1.770 metros de la Cruz de Los Moriscos, Pascual Madoz, en su Diccionario de España y sus posesiones de Ultramar, a mitad del siglo XIX.
Artenara, llamada la invisible porque sus asentamientos en cuevas se dispersaba por el paisaje escondido de Las Arvejas, Chajunco, Coruña, Las Hoyas, Lugarejos, Guardaya y Acusa, que no se veía hasta que se estaba dentro, es un hito en su poblamiento, tanto prehispánico como tras la Conquista.
En una orografía imposible y con un clima extremo, desde sus dos principales núcleos de población, el del actual casco urbano, y el de Acusa, el pueblo se forja una historia que supera cualquier ficción, incluida la de un Julio Verne que, por referencias, describe en su obra La agencia Thompson y Cía de 1893 la apabullante caldera y lo singular de su trasunto: "Artenara es una población de trogloditas" en la que "tan sólo la iglesia eleva su campanario al aire..."
Desde mucho antes de que el castellano entrara a piña limpia por Gran Canaria, en lo que después fue el pueblo, "veinte casas de peñasco y argamasa", ya había un trajín considerable que se remonta al siglo VI, según vestigios localizados en Tirma, donde se imploraba al dios Alcorac y desde el que los canarios más díscolos optaban por riscarse antes de entregarse a la Corona, lo que tampoco era de extrañar, porque, según Abreu Galindo, recogiendo una crónica de Fray Juan, los conquistadores debían subir desde la costa sembrando terror como el que trilla avena: "Salieron del Lagaete la misma noche y tomaron el camino de Artenara, donde se hizo una buena presa y mataron algunos canarios..."
Una vez completada con esta limpia la conquista del litoral se reparten las primeras tierras de la Cumbre, un lugar que quedaba tan lejos y en tan abrupta situación, que había curas que describían aquellos campos como "países tan remotos y desprovistos de todo socorro".
Pero cuando se habla de miserias es en mayúsculas, y entre éstas se lleva la palma el cura don Pedro González, que escribe en 1830: "Viéndome ya reducido al más deploroso y vergonzoso estado, sin alimento alguno (...) lleno de andrajos y sin poder cubrir mis desnudeces (...) y rodeado del pueblo más infeliz y desgraciado (...) me preciso andar huyendo de mi casa para no presenciar las tantas súplicas y lágrimas que vienen a derramar a mis umbrales".
Lo que ya es.
A lo largo de los siglos que abarcan desde la conquista hasta nuestros días, retratados con minuciosidad china porbb el cronista José Antonio Luján Henríquez en su libro Aspectos Históricos de Artenara, resulta que el pueblo malamente supera los mil habitantes de media, netamente exportador de mano de obra a costas y ciudades y también a Indias cuando éstas van viento en popa, e importador de personal cuando la economía isleña pinta feo.
Ingenio cumbrero
Con sólo la iglesia y dos casas de mampostería a mediados del XIX, la vida arriba era la recogida de la pinocha en Tamadaba, la guarda del ganado y la expansión artificial del territorio piedra a piedra para construir los bancales donde plantar grano, tubérculos y frutales. Las calles de las que ahora disfruta el pueblo son modernidades del siglo pasado, tras vivir tantas necesidades que casi desaparece como municipio y como parroquia, dos instituciones que allá arriba nunca fueron bien llevadas ni por sí mismas ni entre ellas.
Eso no implica que el artenarense de natural fuese flojo. Al contrario: el hombre de aquella banda de la cumbre ya tenía bastante con desplegar un inusual ingenio para sobrevivir con las pocas cosas terrenales como para derrochar en virguerías celestiales, y los mayordomos encargados de recoger limosnas y aportaciones para la iglesia se las veían y se las deseaban para levantar una mínima renta.
Además, en contra de lo que se podría suponer era Acusa la que mandaba más que el propio casco, por su mayor riqueza. Pero es en los años 50 del siglo pasado cuando comienza un éxodo masivo que casi se despuebla Artenara lo que, paradójicamente, culminaría con uno de los mayores indices de España de población universitaria. El que no podía, explica la alcaldesa y licenciada en Historia, Guacimara Medina Pérez, recurría al Seminario y los que sí a la Universidad de La Laguna, principalmente.
Hoy en día continúa con ese porcentaje ilustrado, pero con una población decreciente que apenas supera los 1.380 habitantes. Medina apunta gran parte de este receso al ineficaz papel del Ayuntamiento, "que en los últimos 30 años ha dejado de trabajar en pro del mantenimiento de la población, de su actividad económica y de su vida social". A la alcaldesa, que cumplió esta semana su primer año de gestión al frente de la Corporación, tras una moción de censura que desbancó al PP, le preocupa además el envejecimiento paulatino de sus habitantes, de los cuales más de un 65 por ciento tienen entre 60 y 80 años, por lo que la Artenara presente, dice, será la Artenara futura que pasa por activar todos los recursos disponibles, como locales, albergues, pensiones y toda aquella infraestructura que haga posible convertirla en un destino para un turismo de mayor calidad, el que aprecie "sus paisajes únicos y que desee disfrutar un fin de semana de sus senderos y de un patrimonio arqueológico, histórico, etnográfico y cultural increíble y, lo principal, de una gente maravillosa".
El médico y la escuela
Pero, para eso se requiere el apoyo de otras administraciones. Su gran extensión de espacios protegidos obliga a involucrar a la Isla y a la Comunidad Autónoma en "una política común para que Artenara no se convierta en un lugar fantasma".
En este sentido hay dos sectores especialmente delicados: el sanitario, con una reivindicación histórica para que permanezca las 24 horas en el pueblo; y el educativo, con un colegio que mantiene este año matriculados a 56 niños, a la baja, y que el Ayuntamiento se esfuerza en mantener abierto: "Un pueblo sin escuela es un pueblo muerto", como sentencia la alcaldesa que, no obstante, cree "que desde hace un año tras el pacto entre PSOE y CC, estamos en racha buena y queda un año de por medio para trabajar en el que necesitamos el apoyo de los vecinos para desarrollar los proyectos como socialistas, con políticas de izquierdas".
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