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La Voz de Gran Canaria

La costa del tesoro

La costa del tesoro

JUAN JOSÉ JIMÉNEZ

Dios nos puso en estas islas, nos dejó aquí y luego se olvidó de nosotros. Esta cita, recogida por el historiador Herbert Wendt y referida a la sorprendente presencia de unos antiguos canarios que parecían haber llegado a las Islas desde la prehistoria por arte de magia, se materializa con fuerza en el poblamiento del sur de Gran Canaria. Tanto lo que hoy es San Bartolomé de Tirajana como Mogán estaban ocupados también por lo que los castellanos llamaban población indígena, pero aún más aislada, si cabe, que en el resto de la isla.

Aquellos canarios, que prosperaban en Veneguera, en el barranco de Mogán y en Taurito, Tauro y Puerto Rico, eran gente recia, capaz de chiflar al invasor, como le ocurrió a Gadifer de la Salle en 1405 en Areaganigui, actual Arguineguín, o más tarde en 1479, dejando al castellano en fogalera del que era, no obstante, uno de los poblamientos más importantes de su momento.

Mogán, nombre que algunos historiadores -sin sentar cátedra- relacionan con el nombre de Casa de Dios, los mismos que creen que en Tauro se encontraba la iglesia de los canarios, tiene desde que se estamparon sus hechos en papel un cúmulo de historias que roza el género de la aventura, desde las leyendas de tesoros escondidos, dejados allí por los piratas que abordaban su costa para hacer aguada, hasta los sufrimientos épicos de una población que en siglos posteriores trataba de sobrevivir a la vera de sus gigantescos barrancos, tan remotos y difíciles de transitar que hasta no hace mucho era mejor llegar en barco que por tierra.

Mogán, que presume de tener uno de los mejores microclimas del mundo según el trabajo Pleasant Weather Ratings, de la Universidad de Syracuse y como reconoce la Unesco, no era sin embargo un lugar fácil de habitar.

En los primeros años de la colonización, que allí dio más trabajos que en buena parte del resto de la Isla, tanto que hasta los piratas salían trasquilados como les ocurriera a cuatro navíos ingleses que cometieron el error de fondear en Veneguera en 1742, sus tierras permanecieron durante mucho tiempo abandonadas por la escasez de agua, salvo en puntos como Veneguera, Mogán pueblo o Tasarte, y cada vez más lejos de la costa por el miedo a los ataques corsarios. Allí, agazapados, subsistían en una economía prácticamente cerrada que se dedicaba a las cabras, los cereales y la silvicultura, produciendo brea para el calafateado de barcos, acopiando leña o fabricando carbón vegetal gracias a la tupida masa forestal de la coronilla de sus barrancos. Como complemento los moganeros de antier remataban los ingresos con la cochinilla, pero poco más.

BRAMIDOS DE BALLENAS. En esa búsqueda de riqueza se incluye una singular iniciativa, recogida por el investigador Francisco Suárez Moreno en su libro Mogán, de pueblo aislado a cosmopolita, en el que un señor llamado Miguel Hermosilla dejó escrito en 1779 sobre "la abundancia de ballenas de que está poblado este pedazo de mar y en donde llaman las Calmas de Canarias. Los mujidos o bramidos que allí hacen con que atemorizan cuantos se arriman á aquella costa desde marzo hasta agosto (...) en aquel paraje se mantienen, desovan y crían convidándonos a establecer un ramo comercio tan lucrativo y rico la proporción de tener (...) los dos puertos y buenas playas de Maspalomas y Argaeniguin en que poder llevar a encallar cuantas ballenas pesquen y tambien montes inmediatos, con facilidad de proveerse de leña necesaria para el uso de calderas que derritan el tocino para sacar aceite (...) y puestas estas factorías en tierra, como además de las ballenas ofrece aquel trozo de mar la pesca de cantidad de otros peces (...) que pueden salarse y curarse; la habitación de los pescadores llamaría a otras gentes (...)". La ocurrencia fue fallida, sin que lograra engoar lo suficiente para incrementar el precario censo de la época.

Tal fue así que incluso en el siglo XIX, en el año 1851, ni siquiera la epidemia de cólera que diezmó la isla fue capaz de llegar hasta los valles de Mogán.

Y es que no es hasta finales del siglo XVIII, con Carlos IV, cuando de alguna manera comienza a incrementarse tímidamente el vecindario con personas sin ocupación que procedían de la capital, eso en una época en la que Mogán no era ni municipio, ya que dependió de Tejeda hasta el año 1833. Pero era tal la soledad que a finales de ese siglo eran los vapores los que espabilaban al pueblo cuando llegaba valle arriba el sonido de sus sirenas.

Hasta que llegó el 12 de diciembre de 1967, día en que se aprueba su primer plan urbanístico, y con ello una industria que hoy mantiene alicatados sus barrancos con 50.000 camas turísticas que hacen de Mogán la tercera potencia de Canarias y un lugar en el que sólo queda por fabricar para el sector en Patalavaca y una parte de Arguineguín y Tauro, según las normas subsidiarias de 1987.

UN MUNDO EN SÍ MISMO. Es decir, que el tesoro, lejos de estar enterrado, estaba sobre tierra, una riqueza que la disfruta un municipio que en 40 años ha logrado un censo de casi 20.000 almas y que contará en un futuro con 1.500 nuevas viviendas para garantizar su crecimiento, según explica su alcalde, Francisco González, quien, no obstante, subraya que esta industria ha socavado la idiosincrasia del lugar, afectando a otros sectores como la agricultura, y en menor medida la pesca, ya que a pesar de las dificultades sigue siendo uno de los pocos municipios que mantienen dos cofradías y una flota artesanal considerable.

En cualquier caso, Mogán es un mundo en sí mismo, donde se pueden realizar avistamientos de cetáceos, participar en sus foto-sub, que dispone de los mejores puertos deportivos, con más de 400 amarres, desde los que poder practicar la pesca de altura, dar clases de vela o iniciarse en el submarinismo. Y, de tierra adentro, el senderismo, el montañismo, el entrenamiento ciclista de profesionales o, como dice el propio González, "participar en la romería de San Antonio, que no es una romería cualquiera". Un elenco de atractivos que cada vez pesa más, y que ofrece una mayor calidad del producto, como explica su edil de Turismo, Tomás Lorenzo, que destaca que su actual estado de cosas llama poderosamente la atención a los especialistas internacionales, que no en balde el turoperador Neckermann presentó este año en Mogán su catálogo mundial o la concentración allí de más de 650 agentes de viajes alemanes asociados en la RTK.

Una idea gráfica de esta cada vez mayor proyección no está sólo en el más de 1.250.000 entradas que tiene la palabra Mogán en Internet, sino también en la diversidad de áreas en la que esta toponimia se relaciona con multitud de actividades y categorías, la última de ellas, como parte fundamental de las áreas marinas protegidas.

Información de: La Provincia, 3-12-2006

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