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La Voz de Gran Canaria

Cumbres de mi Gran Canaria

Cumbres de mi Gran Canaria José Jiménez

Serpentean las carreteras que suben desde las tierras más amables de las costas. Los barrancos, en inviernos como el que las últimas lluvias presagian, se cubren de selvas verdes y tupidas e hilillos plateados de agua que brillan bajo el sol. Las peñas también reciben con alborozo el agua y se tiñen de regueros negros mientras el árbol toma el protagonismo dejando atrás la monotonía de un tabaibal que, en estos meses, también da una imagen de lozana alegría gracias al agua que cae con generosidad sobre los campos de una isla que agradece cualquier rociada.

Sube la carretera, decíamos, por las rampas de Cazadores desde la ciudad de Telde. A un lado quedan los abismos que llevan al umbrío y espectacular Barranco de Los Cernícalos que debe ir cargado, tal como dicen las gentes del lugar. Abajo quedan los sonidos del riachuelo y las cascadas de aguas frías que bajan desde las cumbres. Y ese es, precisamente, nuestro objetivo. Un paseo por las cumbres desde las inmediaciones de la Caldera de los Marteles hasta el mismísimo borde de la isla junto a los pinares de Tamadaba. El hoyo perfecto de Los Marteles nos adelanta lo que veremos algunos metros más arriba. Tal como le sucedió a la caldera de Tejeda, el boquete fue el resultado de una pavorosa explosión que vació todo un cráter dejando las intimidades de la tierra al aire. Hoy, sus contornos suavizados por el tiempo y las tierras de labor que tapizan su interior de verde nos dan una imagen un tanto dulcificada del terrible cataclismo que se produjo en este mismo lugar hace miles de años.

La ruta sigue ascendiendo entre pinares hasta llegar al Pico de las Nieves. Este lugar no sólo ofrece la posibilidad de asomarse a uno de los balcones con mejores vistas de Canarias. Aparte del panorama hacia el sur y los roques, este lugar también tiene una importancia patrimonial importante. En las inmediaciones de la base militar aún se conservan dos viejos pozos de nieve que servían para guardar los hielos del invierno que se vendían, en los meses calurosos, en las calles de Las Palmas de Gran Canaria. El Pozo Grande y el Pozo del Obispo han sido restaurados y habilitados con paneles que permiten conocer los detalles de un comercio que estuvo en manos de la iglesia hasta la llegada de las modernas máquinas de fabricar hielo.

Hacia el sur, el paisaje se desploma formando la imponente cuenca de Tirajana que desborda hacia las arenas rubias de Maspalomas que, en días claros, se distinguen a la perfección barranco abajo. Las manchas de palmerales como los de Santa Lucía o Fataga, completan el tapiz de colores ocres, amarillos, verdes y azules. Hacia el norte, la cicatriz corresponde a la Caldera de Tejeda, coronada de manera elegante por el Roque Nublo o el sagrado Bentayga.

La carretera ofrece dos posibilidades. O bajar hasta el Nublo y alcanzar Tejeda desde los almendros de Ayacata o seguir por las cresterías hasta La Cruz de Tejeda para bajar al pueblo desde allí. En los dos casos, el visitante obtiene un buen puñado de lugares donde parar el coche y disfrutar de una Naturaleza que, con Gran Canaria, se ha mostrado muy generosa. El que se atreva con la opción más larga (Ayacata) puede añadir a la ruta un paseo de poco más de media hora para sentarse un rato a los pies del Roque Nublo. Merece la pena. Desde el centro de la gran cicatriz de piedra, es fácil disfrutar del espectáculo que ofrece el mar de nubes cuando se precipita por los Riscos del Chapiz y se disuelve antes de llegar al suelo. Los que opten por la Cruz, pueden hacer un alto en la degollada de Becerra o acercarse un momento a los abismos de El Garañón para ver a los roques en su mejor versión.

También sorprende El Chapiz cuando dejamos atrás el pueblo de Tejeda y avanzamos a sus pies por la carretera que va hasta Artenara. Los muros verticales, que guardan muchos secretos de los antiguos canarios, amenazan con desplomarse sobre nuestras cabezas mientras ascendemos lentamente hacia el municipio más alto de la isla. En Artenara obligan la visita al curioso santuario troglodita de la Virgen de la Cuevita y un vistazo al mirador desde el que el célebre Unamuno supo ver en la cumbre isleña las consecuencias de una auténtica tempestad petrificada.

Seguimos adelante. Sólo restan algunos kilómetros hasta el final del camino propuesto. Otro rodeo posible pasa por la Mesa de Acusa, desde donde podemos ver una cara poco conocida de los roques que nos vienen acompañando desde gran parte del camino. Otro hito pétreo ocupa nuestra atención al final del periplo. Punta Faneque es un gran espolón de basalto que avanza hacia el mar desde las colinas cubiertas de pinos que forman Tamadaba. Una caída de algunos centenares de metros nos separa del mar. El mismo mar que baña las costas de Telde, punto de salida de esta excursión que nos ha llevado por los caminos más altos de la isla. Una buena forma de conocer sus distintos paisajes y las artes que sus habitantes han tenido que ingeniar para sacar provecho de una geografía tan bella como dura.

Información de: La Provincia, 7-12-2008

3 comentarios

carolina espinosa -

felicidades y gracias por publicar este imprecionante articulo.es una manera diferente de conocer la naturaleza de gran canaria.

Evelia Álamo Quintana -

A eso le llamo yo amar a la tierra, hermoso artículo, sr. José Jiménez.

Felicidades.

Evelia Álamo Quintana -

A eso le lamo yo amar a la tierra, hermoso artículo, sr. José Jiménez.

Felicidades.