Los volcanes de Garachico
ÁNGEL TRISTÁN PIMIENTA
El 5 de mayo de 1706, un volcán sepultó al pueblo de Garachico, que luego consiguió resurgir de entre las cenizas. Casi trescientos años exactos después, el 25 de Mayo de 2006, lo que amenaza a la villa y puerto es una explosión aún peor, porque afecta a la inteligencia y a la moral. La manifestación de un grupo de exaltados contra unos pobres chicos inmigrantes que eran conducidos a un centro de retención de menores ´sin papeles´ no puede ser ninguneada por las autoridades, ni minimizada por los periódicos. No es lo mismo decir "protesta vecinal por la llegada de menores africanos" que diagnosticar exactamente la enfermedad mental: "racismo y xenofobia en Garachico".
Las fotos son expresivas: un grupo de adultos, con caras de odio y enfado, gritando consignas contra los jóvenes. Algunas pudieron oírse en las televisiones y radios que las captaron en directo, y que avergüenzan a todas las personas decentes y con sentimientos. Y, por supuesto, a las que comparten los valores del humanismo cristiano y la democracia.
Esos descerebrados, a pesar de todo, o por ello mismo, por descerebrados, serían incapaces de tomar decisiones de este tipo por sí solos. En realidad son marionetas que se mueven por el viento que otros soplan irresponsablemente. Cuando hay editoriales, artículos, declaraciones abiertamente xenófobas, cuando se alimenta la sospecha, cuando se le transmite a una sociedad una irreal situación de peligro inminente, siempre hay una turba que sale a la calle, siempre hay grupos que pasan a la acción directa.
En Arona, personas en apariencia normales creen sinceramente que en los cayucos se esconden las más mortales enfermedades del África profunda, la malaria, el sida, la tuberculosis... Presionan para quemar las lanchas y consiguen que se alejen hacia lugares solitarios y que luego se quemen, por las buenas o por las malas.
Todo eso ocurre en una Isla que sólo ahora está en primera línea de la avalancha de inmigrantes irregulares; una Isla que, mediante sus instituciones representativas, siempre miró para otro lado cuando el problema afectaba a los otros, a Fuerteventura, a Lanzarote, a Gran Canaria, en los tiempos en que aun no funcionaba como un buen reloj el sistema de desvíos y repatriaciones. Porque los aroneros o los garachiqueros llegan al paroxismo xenofóbico sin que ni uno solo de los subsaharianos se quede allí.
Qué extraño es el concepto de solidaridad de estas gentes que gritan con gesto hosco. No le piden a su Ayuntamiento y a su Cabildo que hagan lo posible por mejorar las condiciones de vida de quienes se han lanzado a la aventura para conseguir un mundo mejor, como se lanzaron el siglo pasado cientos de vecinos de Garachico y Arona que huyeron del hambre hacia Venezuela. Tampoco plantean con serenidad el control de las costas, el aumento de las ayudas para fomentar el desarrollo de los países emisores de hombres y mujeres atraídos por la llamada del paraíso que presienten, que ven a través de las parabólicas. Ahora estos chavales, de otra cultura, de otra raza, han podido comprobar que en los paraísos también hay demonios, y un virus de inmunodeficiencia intelectual mucho más agresivo que el del sida.
El Gobierno de Canarias, o lo que es lo mismo, ATI, que es quien monopoliza toda la administración autonómica, no puede quedarse callado como en otras ocasiones. Sus principales líderes han de expresarse alto y claro: como pide el ex presidente Román Rodríguez, que habla lleno de sentido común, han de condenar expresamente y con claridad estos brotes de intolerancia, de racismo, de xenofobia, de insolidaridad.
ATI no nació para predicar la solidaridad regional y al amor fraternal entre los canarios. Basta acudir a las hemerotecas, o a la memoria. Nació como un instrumento para oponerse a lo que los vientos de la historia han convertido en ejemplos de solidaridad inteligente: la descentralización universitaria, la Ley de Aguas... en suma, el espíritu autonómico combinado con una visión progresista de Canarias, de España, de Europa. Del mundo.
El factor ático surgió como elemento de autodefensa de mitos y leyendas, promovió la desconfianza hacia otras islas, en especial hacia Gran Canaria, y no pudo sustraerse del tic cuando las pateras desbordaron los recintos de acogida en Fuerteventura, Lanzarote y Las Palmas. Lo de Garachico es lodo de aquel polvo.
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