Giampiero, el arzobispo de Telde
La promoción de monseñor Gloder, titular teldense, al ser nombrado jefe de la escuela diplomática del Vaticano, mantiene viva la historia de la primera sede episcopal canaria.
Antonio José Fernández
El escudo de la localidad ya lo recuerda, y no sólo con el báculo episcopal, sino también con una leyenda latina en la que se deja bien claro que fue Telde la primera ciudad y sede episcopal de las Islas Afortunadas. El ’culpable’ de todo ello no fue otro sino el Papa Clemente VI, quien en noviembre de 1351 dictó una bula, denominada Coelestis rex regum, en la que nombró a los primeros obispos de Canarias y los situó estratégicamente en Telde, uno de los dos guanartematos en los que estaba dividida la Isla. Ciertamente, y de producirse, el paso de estos fue efímero por el municipio. De hecho, se cree que ninguno de los cuatro sobre los que tiene constancia -antes de que se procediese al traslado del obispado hasta El Rubicón, en Lanzarote - surcó jamás los mares hasta alcanzar las costas grancanarias. Esa al menos es la teoría que defienden los historiadores.
El Ayuntamiento celebró en noviembre de 2001 el 650 aniversario de la fundación, y entre sus múltiples planes se incluyó la creación de una escultura que recordase a la figura de estos cuatro precursores. Lo cierto es que nunca se llegó hacer. Por eso, para tener un vago conocimiento de su existencia, vida, obra y milagros hay que recurrir a trabajos firmados por especialistas en la materia como el historiador Antonio Rumeu de Armas, el mismo que diseñó el blasón de Telde y que en 1960 editó un libro sobre la historia de este Obispado de Telde, que sigue presente en la historia de la Iglesia, con obispos titulares, pero sin territorio real, y que ahora retorna a la actualidad al promover el papa Francisco a Giampiero Gloder a a arzobispo, y hacer jefe de la escuela diplomática del Vaticano.
El origen de esta historia se encuentra en los continuos viajes que durante el siglo XIV realizaron mallorquines y catalanes hasta las Islas. Aunque la conquista militar no se produciría hasta los últimos años del siglo XV, ya desde una centuria antes se producirían expediciones de frailes y misioneros que patentizaron su interés por evangelizar a los antiguos pobladores canarios.
Dicha misión evangelizadora experimentó un gran impulso con la promulgación de la referida bula, hecho que tuvo lugar en Aviñón el 7 de noviembre de 1351. Por medio de esta, Clemente VI erigía en Diócesis a las Canarias y nombraba primer obispo de las mismas al carmelita fray Bernardo Font, quien, según defiende Rumeu, estaba en la ciudad francesa en el momento de dicho acto y allí recibiría la consagración episcopal.
Doctor en Sagradas Escrituras y con fama de excelsa virtud, de él se sabe que había nacido en Palma de Mallorca en agosto de 1304 y que había ejercido como prior del convento de los carmelitas en la isla balear 28 años después de su nacimiento. Clemente VI confío en él como su mejor pastor y entendió que con su misión los aborígenes podrían alcanzar la luz de la fe verdadera al tener una persona "de buena vida y costumbres, instruida en la Ley del Señor". El Pontífice le encomendó fundar una catedral en las islas, condecorando con rango de ciudad al lugar elegido e imponiendo su nombre como titulación episcopal. Esta bula supuso, de facto, que se abandonase la conquista armada que algunos habían intentado sin éxito por una "auténtica misión de paz", concluye el investigador.
Apenas tres años después de su nombramiento, y sin que tenga constancia certera de que llegase a pisar Telde, Fray Bernardo fue nombrado obispo de Santa Giusta tras el fallecimiento del titular de aquella diócesis. Así, la plaza isleña quedaría vacante hasta 1361, año en el que Inocencio VI se decante por nombrar a Fray Bartolomé como segundo obispo. Un dominico que murió pocos meses después de su consagración.
Fray Bonanat Tarí sería el siguiente en la misión. Designado por Urbano V en 1369, miembro de la orden de los frailes menores al que el Sumo Pontífice nombró, sin titubeos, "obispo de Telde". Bajo su episcopado se organizaría en Cataluña la última de las expediciones misionales a Canarias. Las principales teorías fijan su óbito en 1390. Y lo hacen partiendo de que en 1392 Clemente VII dictó una nueva bula en la que otro dominico, el mallorquín Jaime Olzina, fue nombrado como cuarto obispo de la ciudad que llegó incluso a rescatar cautivos cristianos en el reino africano de Tremecén en 1378. A él es al que se le otorga mayor porcentaje de posibilidad de toma de posesión del obispado teldense con su presencia. Este último periodo se extendió hasta 1404, con el duro final que supuso la muerte de un grupo de frailes mallorquines a manos de los indígenas. Esta y otras circunstancias motivaron el traslado de Olzina a Zaragoza y la creación de un nuevo obispado en El Rubicón, Lanzarote, entre 1404 y 1485. Telde ya se había ganado un hueco en la historia de la Iglesia, que permanece al más alto nivel.
La Provincia, 29.09.2013
0 comentarios