Terror en el santuario del insularismo
FRANCISCO J. CHAVANEL
1.-Histeria victimista
Esos golpes en el pecho, esa histeria victimista, ese nos atacan los extranjeros, todos a las armas nos resulta familiar, cansinamente repetitivo. Esa conspiración urdida entre varios poderes del Estado, supuestamente conectados con Gran Canaria, para destrozar una minúscula célula es música conocida; en realidad la llevamos escuchando por aquí desde que varios grupos insularistas, cada uno hijo de su madre y de su padre, formalizaron algo parecido a un núcleo nacionalista que, con sus extraordinarios conocimientos de la materia y de la debilidad humana, controla Canarias desde hace quince años.
Pero ocurre que últimamente el núcleo se va reduciendo a su propio génesis. Ente las guerras caínitas y sangrientas libradas en Lanzarote y Gran Canaria, y la hegemonía abrasiva tinerfeña, el disfraz ya no engaña a nadie, y lo que queda es lo que siempre hubo desde el principio: ansias de poder, ansias de reparto y grietas que se abren porque las canonjías se distribuyen entre los mismos. El motor no da para más: ausente cualquier ideología, agotados de engañarse mutuamente, frontalmente divididos entre sí, los que saben de verdad de ésto no hallan otro remedio para sus males que una última dinamitación y empezar de nuevo con los restos del naufragio.
ATI tuvo primer aviso serio con las manifestaciones de Vilaflor y Granadilla. A la primera contestó con fingida humildad ya que las elecciones de 2003 estaban a la vuelta de la esquina; y en la segunda la humildad se convirtió en desprecio e insulto hacia los sedicentes, a los que trató de enemigos a los intereses de Tenerife y, por supuesto, como elementos pagados por el sanedrín grancanario. Ha sido esa pretensión tan suya de refugiarse en la impunidad la que ha impulsado una resistencia ciudadana que tiene sus máximos exponentes en las denuncias de abuso de poder por su actuación en el puerto de Granadilla y, sobre todo, en el caso Las Teresitas, milagro de multiplicación de panes y peces sin que los empresarios del régimen pongan ni panes ni peces. Bastó con pedir un crédito a una entidad financiera controlada por ATI para que Plasencia y González compraran lo que perfectamente pudo transar el Ayuntamiento de Santa Cruz sin necesidad de intermediarios, y así llevarse a los bolsillos 150 millones de euros, de los que 100 entraron limpios de polvo y paja en sus respectivas cuentas de resultados.
2.-Las Teresitas y la discrección de la fiscal Farnés
Sin embargo lo que reclaman Zerolo, sus asesores, y el universo ático, es que miremos para otro lado, como si el Teide, con su gigantesca sombra, tuviera la virtud de alejar los malos espíritus de la especulación urbanística en Tenerife. Por ello la pregunta que nos hacemos los comunes de los mortales, completamente ajenos a las bondades de las influencias celestiales, es: ¿cómo que no hay que investigar lo sucedido en Las Teresitas cuando del relato pormenorizado de los hechos se deduce uno de los pelotazos más sabrosos e incontestables de los últimos tiempos? Lo que no se entiende es la lentitud pasmosa de María Farnés, fiscal anticorrupción de Tenerife, que en vez de enviar el caso a un juzgado de instrucción para que efectúe la correspondiente investigación como sucede regularmente, lo guarda en su poder como si fuera una obra de arte, secuestrando cualquier posibilidad de progresar en una dirección aclaratoria.
Menos mal que ya sabemos que estas alturas la Fiscalía Anticorrupción del Estado tiene muy clara la calidad del trabajo de Farnés y las peculiaridades de su entorno. Y aún así, con Farnés en fuera de juego, será bastante difícil demostrar el supuesto delito al haberse perdido un tiempo precioso para acumular pruebas en contra de los implicados. A Zerolo le gusta Farnés cuando es discreta, y también su paso de tortuga. Nunca se quejó antes de su extraordinaria paciencia. Pudo haberlo llamado a declarar y lo dejó pasar; pudo haberle grabado conversaciones privadas, y no quiso; pudo siquiera obligarle a dar un paseo al juzgado, y esa mala experiencia se lo evitó. ¿Cuánto habrá que mentir para no llegar a lo realmente importante y aclarar para siempre que en la ATI santacrucera estaban encantados con Farnés?
Claro que ATI ha dejado de ser un bloque homogéneo. El caso las Teresitas suponía para algunos el entierro político de Miguel Zerolo, una joven promesa a la Presidencia del Gobierno de Canarias con demasiados techos de cristal. Más o menos como Soria. Y en ésas estaban Paulino Rivero y Adán Martín, disputándose la candidatura a golpe de borrasca, cuando el plexo solar del ultrainsularismo sufrió el impacto del auto de Garzón.
3.- El factor Luis Suárez Trenor
El auto en sí es flojón y no se entiende, tras una primera lectura, este ambiente de excitación y escándalo montado por ATI. El documento remite una serie de conclusiones, muy cogidas por los pelos y emparentadas con los agujeros multimillonarios dejados por Forum Filatélico en las cuentas de un montón de pequeños ahorradores, para que sean investigadas por el tribunal canario correspondiente. Baltasar Garzón, el juez presumido, encantado de conocerse, el héroe de las tragicomedias mediáticas, el que cree que este país no funciona sin su afán justiciero, desahoga una parte casi invisible de su compleja investigación, enviando al TSJC, última frontera de la nación, un asuntito que, con seguridad, conociéndole, ni le va ni le viene, pues a su santa voluntad lo que le apremia es pillar al pez grande, al parecer muy cerquita de los predios del PP. Paulino Rivero, sin querer, da en la clave el día que se conoce la noticia: Miguel Zerolo me ha dicho que no quiere repetir para la Alcaldía. Consumaba el entierro. Las Teresitas y el puertito de San Andrés eliminaban de la circulación al niño bonito de Santa Cruz, el ejemplo cincelado del fijosdalgo provinciano que se levanta a las once de la mañana, vencido por la sabiduría del mago. Un resbalón de Rivero, puede que el error de su vida.
Porque Rivero no reparó en el elemento esencial del auto de Garzón, circunstancia que sí hicieron los patricios de ATI. El auto tocaba fundamentalmente a Luis Suárez Trenor, presidente de la Autoridad Portuaria, el Luis Hernández de los tiempos mágicos de Ican dominando Gran Canaria; para entendernos, un tipo con mejor caballaje que Martín Paredes, uno de esas piezas que engrasan las máquinas de los partidos y que llenan de pancartas la ciudad, y de anuncios los periódicos. Vamos: el hombre que lo sabe todo de todos. La santabárbara de ATI. Veinte años ahí, prestando apoyo logístico, centralizando todos los deseos e ilusiones de los empresarios de pelaje, dan para mucho. Zerolo, a su lado, es una comparsa. Parece que todo el ruido que escuchamos en Tenerife es por Zerolo, al que algunos quieren santificar aprovechando la coyuntura de las maldades del ministro Juan Fernando López Aguilar. Pero no, el miedo, el terror, el pánico que enloquece sus verbos es por si cae Suárez Trenor, y por si en su caída arrastra a todos los zerolos, padres de Zerolo, al Club Oliver, y a todo un mundo de argamasa formado por influencias, y los viajes de ida y vuelta de negocios articulados en torno al poder. Ese mundo era impenetrable hasta ahora.
Esa foto conjunta de Zerolo, Paulino, y un envejecido Manuel Hermoso sacado de prisa y corriendo del museo de antigüedades demuestra que la marca está en peligro, y que a la marca, desde luego, le importa un pimiento ser autonomista, aparentarlo, disimularlo, o ciscarse en todo lo que huela a regional. Lo único que importa en esta hora de la verdad es que los señoritos de su orilla sigan desarrollando su particular manera feudal de entenderse con sus vasallos, lo que significa política de tierra quemada, vuelta a los orígenes, pleitito insular.
Información de: CanariasAhora.com, 11-12-2006
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