El buen regionalista
FRANCISCO J. CHAVANEL
Al buen regionalista no le duele la vesícula del insularismo. Pasa, sobrevuela sobre la herida. Es cierto que durante unos días se duda, la fe se quiebra, pareciera que la luz de la esperanza se apaga definitivamente. Pero a la quinta jornada la fiebre desaparece, uno estira las piernas y se siente fuerte. En ese momento hay que fumar un buen cigarro a escondidas y decirse a sí mismo: ¡Sí, el regionalismo me ha curado!.
A veces escuchamos conjeturas apocalípticas sobre saqueos, viejas historias que recuerdan a las sopas de plasmas de los territorios enfermos. Son, a la postre, leyendas que han corrido de boca en boca durante siglos y que si les hacemos caso serán pastillas que se disolverán en nuestro estómago y actuarán en una micra de segundo condenándonos para siempre a una vida enana y miserable. O sea, que vivimos dentro de un hospital, no dentro de una película.
El buen regionalista es, en potencia, un hombre de bien. Un trabajador incansable en pos de la unión de las siete islas mayores al precio que sea. El cielo es una Canarias única, con un único partido dominante, con una única capital, con la riqueza desplegándose de arriba abajo y repartida desde un centro unívoco que ha de ser indiscutible.
El buen regionalista no hace caso de esos cuchicheos que aseguran que una viceconsejera, una tal Dulce Xerach Pérez, intentó liberar al Festival de Ópera de Las Palmas de Gran Canaria de la cantidad de 70 millones de pesetas. Que se le comunicó a sus responsables a un mes vista de su inicio. Que su presidente estalló en cólera y que su indignación fue tan explosiva que obligó a intervenir a la cúpula del Partido Popular, con Soria al frente, los cuales se comprometieron a arreglarlo con Adán Martín. Y que, efectivamente, con Martín hablaron hasta que concretaron que el festival no perdía un duro, mientras se le compensase (¿?) con la distracción de los mismos 70 millones del proyecto del Teatro Guiniguada. La dulce Pérez dice que no hay dinero, que por ese motivo todavía no está presupuestado lo que recibirá el Festival de Ópera en los próximos ejercicios, pese a que estrellas, cantantes, directores, intérpretes varios, sea imprescindible contratarlos con varios años de antelación pues la dinámica del mercado no permite improvisaciones.
El buen regionalista debe hacer caso omiso a tales comentarios maledicentes, ya que es muy probable que sean mentira. Y si son verdad obedecerán a razones distintas a las expuestas. De modo que si, a estas alturas, el festival Womad de Las Palmas tampoco posee seguridad de ser apoyado por el Gobierno en su undécima edición, es porque se lo tienen ganado, tal vez porque tanto negrito cantarín fomente la inmigración irregular con su innegable efecto llamada, o sencillamente porque no merezca la pena apoyar ritmos y danzas étnicas que confunden nuestros auténtico ideal de diversión más vinculado a la salsa, al son cubano, al reggaeton, a la bachata, al danzón, y las orquestas puertorriqueñas y venezolanas. Un buen regionalista ha de oír como quien oye llover.
Por eso, cuando son dados a conocer los resultados de la Caja Insular de Ahorros, y de ellos se deduce que sólo ganó algo más de 3.000 millones de pesetas durante el ejercicio de 2004, mientras la de Tenerife se embolsó casi 11.000 millones de pesetas, nadie, salvo un desinformado, debe desenterrar el hacha del pleito insular, pues ambas cajas son independientes, autónomas entre sí, dueñas de su suerte. Y aunque la de Tenerife no sufra los rigores de la politización, y la de Gran Canaria sí; y aunque la de Tenerife mantiene un mismo equipo desde la intemerata, y la de Gran Canaria, tras el golpe del 99, cambia de presidentes y de directores, y de cargos de confianza como quien cambia su ropa interior; y aunque existió un plan diseñado por Mauricio para fusionar ambas entidades bajo el control de la de Tenerife, a la que la Caja santacrucera se negó al observar el tamaño del agujero negro y que la citada fusión se convertiría en realidad en una absorción con el agravante de tener que insuflarle vida a un muerto , no debe colegirse de todo esto que ATI vea con ojos de alegría los males de la entidad bancaria grancanaria hasta hace poco competitiva, pese a que Adán Martín, en funciones de consejero de Economía y Hacienda, no movió un dedo ni pestañeó cuando el mauricismo se hizo dueño de la caja de la Caja para extenuarla, debilitarla tal como dicen los datos, dejarla expuesta a las continuas inspecciones del Banco de España que año a año descubren operaciones deficitarias en el fondo del armario. Si a causa de Mauricio la Caja grancanaria anda tambaleándose como un borracho, y de ser de las primeras de España ha pasado al pelotón de los torpes, y si la de Tenerife, en cambio, ha pasado de las últimas a las primeras, es pura casualidad, Lázaro que se levanta tras el milagro, nada más.
Un regionalista serio se queda al margen de un asunto tan escabroso. Saca su dinero de la Caja y lo coloca en La Caixa. El regionalismo y el amor a unos colores no está reñido con el cólico nefrítico del propio interés.
Esas colas que presenciamos en los servicios de urgencias de Gran Canaria son ectoplasmas, expresiones astrales de una aldea sudamericana. Los pilares de la cúpula celeste nos muestran las fotos soviéticas de un montón de ciudadanos agolpados en las puertas aguardando por un médico. Hay quien espera dos días. Los profesionales de la medicina, avergonzados, acuden al juzgado y se querellan contra el Servicio Canario de Salud por si ocurriera una desgracia. Las urgencias capitalinas ya no son urgencias. Lo único urgente es que no te pase nada para que no tengas que ir a Urgencias. Quiebra el sistema sanitario porque teníamos barra libre, algo parecido al paraíso de los bucaneros. Pero en Tenerife el sistema es distinto. Para empezar: no hay colas. Si el Hospital Universitario necesita tecnología punta la paga la Comunidad autónoma al instante, aunque de todos sea conocido que ese hospital está sufragado con dinero del cabildo de la isla, al margen completito de la disciplina autonómica. Su doble financiación es un misterio para los regionalistas convencidos. ¿Cómo?, se preguntan ¿Una isla gobernándose por su cuenta y riesgo dentro del magma la unidad indisoluble?... ¡Mentiras! ¡Insolencias! Usted, articulista, está emprendiendo un viaje alucinógeno, como Marco Polo, hacia el continente de las cortinas fantasmales.
Sí, pido perdón por este escrito. Hay una fuerza irrefrenable que me lo exige. ¿Servirá en mi defensa mi regionalismo sin mácula, mi creencia infinita en la bondad de las uniones, un currículum en el que arde la pasión por lo imposible? ¿Se me creerá si aseguro que ya no hay vuelta atrás posible, ni doble autonomía, ni siete autonomías, ni divisiones salomónicas? ¿Se me creerá también si por estética proclamo que no hay peor regionalista que aquel que colabora a favor del desequilibrio?.
Pido perdón, de nuevo. Recuerdo: vivimos dentro de un hospital, no dentro de una película. Un buen regionalista ha de oír como quien oye llover.
En un mes o así el presidente nacional, Rodríguez Zapatero, recibirá a Adán Martín, después de que éste se quejase amargamente de insolidaridad por parte del Estado al alcanzar un barco negrero, con 227 tripulantes a bordo, las costas tinerfeñas. El grito de Martín ha calado hondo en la capital. Así se hace. ¿Qué más da a dónde haya llegado el barco si lo que importan son los resultados? Si Martín logra mayor vigilancia de nuestras costas, una implicación mayor del Estado, ¿no nos beneficiamos todos?... Convengámoslo, le pasó algo muy normal: tuvo que presenciarlo con sus propios ojos para convencerse de la enfermedad africana.
En ocasiones los gobernantes sufren incomprensiones vergonzantes. Hace unos cinco años Mauricio pactó en la Caja de Canarias un plan de prejubilación que afectó a cerca de 200 trabajadores. La idea del político era regalarle a su señora esposa un retiro glorioso cuando le faltaban tres años para la despedida. Ejecutar el plan le costó a la entidad financiera 7.500 millones de pesetas. Por un capricho personal una mayoría se aprovechó. Aquellos trabajadores están en deuda permanente.
Los glaciares se derriten. La desconfianza también. Perdón otra vez por no considerarles globalizadotes, generosos, regionalistas. Oigo llover y no oigo. Voy a Urgencias aquejado de un dolor insoportable y, de repente, me quedo, sufriendo en silencio, por respeto al colapso que montan los regionalistas. Saco mi dinero de La Caja, lo meto en La Caixa. Me alegro de que el Festival de Música se inaugure y se clausure en Tenerife. Pienso en cambiarme de domicilio. Pregunto. Hay una vivienda libre cerca de la calle Castillo, cerca del Parlamento. No oigo.
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Al buen regionalista no le duele la vesícula del insularismo. Pasa, sobrevuela sobre la herida. Es cierto que durante unos días se duda, la fe se quiebra, pareciera que la luz de la esperanza se apaga definitivamente. Pero a la quinta jornada la fiebre desaparece, uno estira las piernas y se siente fuerte. En ese momento hay que fumar un buen cigarro a escondidas y decirse a sí mismo: ¡Sí, el regionalismo me ha curado!.
A veces escuchamos conjeturas apocalípticas sobre saqueos, viejas historias que recuerdan a las sopas de plasmas de los territorios enfermos. Son, a la postre, leyendas que han corrido de boca en boca durante siglos y que si les hacemos caso serán pastillas que se disolverán en nuestro estómago y actuarán en una micra de segundo condenándonos para siempre a una vida enana y miserable. O sea, que vivimos dentro de un hospital, no dentro de una película.
El buen regionalista es, en potencia, un hombre de bien. Un trabajador incansable en pos de la unión de las siete islas mayores al precio que sea. El cielo es una Canarias única, con un único partido dominante, con una única capital, con la riqueza desplegándose de arriba abajo y repartida desde un centro unívoco que ha de ser indiscutible.
El buen regionalista no hace caso de esos cuchicheos que aseguran que una viceconsejera, una tal Dulce Xerach Pérez, intentó liberar al Festival de Ópera de Las Palmas de Gran Canaria de la cantidad de 70 millones de pesetas. Que se le comunicó a sus responsables a un mes vista de su inicio. Que su presidente estalló en cólera y que su indignación fue tan explosiva que obligó a intervenir a la cúpula del Partido Popular, con Soria al frente, los cuales se comprometieron a arreglarlo con Adán Martín. Y que, efectivamente, con Martín hablaron hasta que concretaron que el festival no perdía un duro, mientras se le compensase (¿?) con la distracción de los mismos 70 millones del proyecto del Teatro Guiniguada. La dulce Pérez dice que no hay dinero, que por ese motivo todavía no está presupuestado lo que recibirá el Festival de Ópera en los próximos ejercicios, pese a que estrellas, cantantes, directores, intérpretes varios, sea imprescindible contratarlos con varios años de antelación pues la dinámica del mercado no permite improvisaciones.
El buen regionalista debe hacer caso omiso a tales comentarios maledicentes, ya que es muy probable que sean mentira. Y si son verdad obedecerán a razones distintas a las expuestas. De modo que si, a estas alturas, el festival Womad de Las Palmas tampoco posee seguridad de ser apoyado por el Gobierno en su undécima edición, es porque se lo tienen ganado, tal vez porque tanto negrito cantarín fomente la inmigración irregular con su innegable efecto llamada, o sencillamente porque no merezca la pena apoyar ritmos y danzas étnicas que confunden nuestros auténtico ideal de diversión más vinculado a la salsa, al son cubano, al reggaeton, a la bachata, al danzón, y las orquestas puertorriqueñas y venezolanas. Un buen regionalista ha de oír como quien oye llover.
Por eso, cuando son dados a conocer los resultados de la Caja Insular de Ahorros, y de ellos se deduce que sólo ganó algo más de 3.000 millones de pesetas durante el ejercicio de 2004, mientras la de Tenerife se embolsó casi 11.000 millones de pesetas, nadie, salvo un desinformado, debe desenterrar el hacha del pleito insular, pues ambas cajas son independientes, autónomas entre sí, dueñas de su suerte. Y aunque la de Tenerife no sufra los rigores de la politización, y la de Gran Canaria sí; y aunque la de Tenerife mantiene un mismo equipo desde la intemerata, y la de Gran Canaria, tras el golpe del 99, cambia de presidentes y de directores, y de cargos de confianza como quien cambia su ropa interior; y aunque existió un plan diseñado por Mauricio para fusionar ambas entidades bajo el control de la de Tenerife, a la que la Caja santacrucera se negó al observar el tamaño del agujero negro y que la citada fusión se convertiría en realidad en una absorción con el agravante de tener que insuflarle vida a un muerto , no debe colegirse de todo esto que ATI vea con ojos de alegría los males de la entidad bancaria grancanaria hasta hace poco competitiva, pese a que Adán Martín, en funciones de consejero de Economía y Hacienda, no movió un dedo ni pestañeó cuando el mauricismo se hizo dueño de la caja de la Caja para extenuarla, debilitarla tal como dicen los datos, dejarla expuesta a las continuas inspecciones del Banco de España que año a año descubren operaciones deficitarias en el fondo del armario. Si a causa de Mauricio la Caja grancanaria anda tambaleándose como un borracho, y de ser de las primeras de España ha pasado al pelotón de los torpes, y si la de Tenerife, en cambio, ha pasado de las últimas a las primeras, es pura casualidad, Lázaro que se levanta tras el milagro, nada más.
Un regionalista serio se queda al margen de un asunto tan escabroso. Saca su dinero de la Caja y lo coloca en La Caixa. El regionalismo y el amor a unos colores no está reñido con el cólico nefrítico del propio interés.
Esas colas que presenciamos en los servicios de urgencias de Gran Canaria son ectoplasmas, expresiones astrales de una aldea sudamericana. Los pilares de la cúpula celeste nos muestran las fotos soviéticas de un montón de ciudadanos agolpados en las puertas aguardando por un médico. Hay quien espera dos días. Los profesionales de la medicina, avergonzados, acuden al juzgado y se querellan contra el Servicio Canario de Salud por si ocurriera una desgracia. Las urgencias capitalinas ya no son urgencias. Lo único urgente es que no te pase nada para que no tengas que ir a Urgencias. Quiebra el sistema sanitario porque teníamos barra libre, algo parecido al paraíso de los bucaneros. Pero en Tenerife el sistema es distinto. Para empezar: no hay colas. Si el Hospital Universitario necesita tecnología punta la paga la Comunidad autónoma al instante, aunque de todos sea conocido que ese hospital está sufragado con dinero del cabildo de la isla, al margen completito de la disciplina autonómica. Su doble financiación es un misterio para los regionalistas convencidos. ¿Cómo?, se preguntan ¿Una isla gobernándose por su cuenta y riesgo dentro del magma la unidad indisoluble?... ¡Mentiras! ¡Insolencias! Usted, articulista, está emprendiendo un viaje alucinógeno, como Marco Polo, hacia el continente de las cortinas fantasmales.
Sí, pido perdón por este escrito. Hay una fuerza irrefrenable que me lo exige. ¿Servirá en mi defensa mi regionalismo sin mácula, mi creencia infinita en la bondad de las uniones, un currículum en el que arde la pasión por lo imposible? ¿Se me creerá si aseguro que ya no hay vuelta atrás posible, ni doble autonomía, ni siete autonomías, ni divisiones salomónicas? ¿Se me creerá también si por estética proclamo que no hay peor regionalista que aquel que colabora a favor del desequilibrio?.
Pido perdón, de nuevo. Recuerdo: vivimos dentro de un hospital, no dentro de una película. Un buen regionalista ha de oír como quien oye llover.
En un mes o así el presidente nacional, Rodríguez Zapatero, recibirá a Adán Martín, después de que éste se quejase amargamente de insolidaridad por parte del Estado al alcanzar un barco negrero, con 227 tripulantes a bordo, las costas tinerfeñas. El grito de Martín ha calado hondo en la capital. Así se hace. ¿Qué más da a dónde haya llegado el barco si lo que importan son los resultados? Si Martín logra mayor vigilancia de nuestras costas, una implicación mayor del Estado, ¿no nos beneficiamos todos?... Convengámoslo, le pasó algo muy normal: tuvo que presenciarlo con sus propios ojos para convencerse de la enfermedad africana.
En ocasiones los gobernantes sufren incomprensiones vergonzantes. Hace unos cinco años Mauricio pactó en la Caja de Canarias un plan de prejubilación que afectó a cerca de 200 trabajadores. La idea del político era regalarle a su señora esposa un retiro glorioso cuando le faltaban tres años para la despedida. Ejecutar el plan le costó a la entidad financiera 7.500 millones de pesetas. Por un capricho personal una mayoría se aprovechó. Aquellos trabajadores están en deuda permanente.
Los glaciares se derriten. La desconfianza también. Perdón otra vez por no considerarles globalizadotes, generosos, regionalistas. Oigo llover y no oigo. Voy a Urgencias aquejado de un dolor insoportable y, de repente, me quedo, sufriendo en silencio, por respeto al colapso que montan los regionalistas. Saco mi dinero de La Caja, lo meto en La Caixa. Me alegro de que el Festival de Música se inaugure y se clausure en Tenerife. Pienso en cambiarme de domicilio. Pregunto. Hay una vivienda libre cerca de la calle Castillo, cerca del Parlamento. No oigo.
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