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La Voz de Gran Canaria

Todos son unos corruptos

Todos son unos corruptos

LORENZO OLARTE CULLEN

El Centro Canario, CCN, que tan sólo llevaba seis meses escasos en el grupo de gobierno del Ayuntamiento de la Ciudad de los Faicanes, tras los últimos acontecimientos lo ha abandonado. Como es lógico, no quiere que los ciudadanos midan a todos por el mismo rasero y, obviamente, su representante en el Consistorio, Juan Martel, ha preferido sensata y responsablemente perder el poder que le deparaba formar parte de la mayoría de gobierno, mayoritariamente integrada por el PP, antes que sufrir el desgaste de compartir su desprestigio teniéndolo por socio bajo el bastón de mando de su antiguo compañero de partido, Francisco Valido, antiguo presidente insular nada menos del CCN, trasvasado a las listas peperas con ocasión de las últimas elecciones, de lo cual a estas alturas estará más que arrepentido. Es más que lógica la reacción de la fuerza centrista habida cuenta del desprestigio creciente del Partido Popular en la ciudadanía en general y especialmente en la teldense en varios casos que sucesivamente han salido a relucir ante la opinión pública.

Es lamentable lo ocurrido hace unos pocos días en una emisora local de amplia difusión en Telde. En el momento en que se abrieron los micrófonos para que los ciudadanos pudiesen intervenir públicamente, un radioyente, que se confesó hermano de la encarcelada Antonia Torres, dando la cara públicamente por razones de fraternidad -lo que merece un elogio como hermano- se dirigió alevosamente contra el concejal centrista Juan Martel, quien estaba siendo entrevistado, para decirle públicamente, por tanto, con especial energía y seguridad, que " a él le constaba, que, como todo el mundo sabía, el concejal Juan Martel había comprado la casa en que vivía con dinero negro, que había llevado dentro de un cartucho, para pagar el precio?", lo que, por el contrario, dada la absoluta inveracidad de lo dicho, merece una especial reprobación pese al ardor puesto en la intervención por el hermano de la concejala actualmente encarcelada y separada del grupo de gobierno precisamente a requerimientos del edil centrista quien, por cierto, no ha aguardado ni cinco segundos para encargar a su letrado que proceda a ejercitar las acciones judiciales correspondientes en defensa de su honor. Y es que la casa de marras -cosa que me consta fehacientemente- consiste en un pisito que compró Martel hace siete u ocho años a una promotora inmobiliaria a la que satisfizo quinientas mil pesetas, como señal, a cuenta del precio total, algo superior a los diez millones de pesetas, que pudo pagar a la vendedora merced a la constitución de una hipoteca que el edil cuestionado ha venido amortizando religiosamente mediante el pago mensual de las respectivas cuotas.

Triste, pues, muy triste, que como consecuencia del actual estado de cosas y de opinión todos los políticos sean cuestionados tratándoseles por el mismo rasero: "Todos son unos corruptos?" , dice mucha gente. Lo acontecido pone de relieve la vileza de que es capaz el ser humano cuando la pasión le hace incurrir en la desmesura. Desmesura en la que puede caer y está cayendo buena parte de todo un pueblo como consecuencia de las malolientes irregularidades que en las últimas semanas se han descubierto en nuestra atormentada Gran Canaria. Todo en Gran Canaria. Sólo en Gran Canaria. Siempre en Gran Canaria. Como si en todas partes, es decir, en el resto de las islas y del mundo entero no cocieran también habas?.

Por eso no es de extrañar que el concejal Juan Martel, hombre honesto y de una ejecutoria impecable, a quien he venido observando desde años atrás, compartiendo un acuerdo unánimemente formado en su partido, el Centro Canario, haya decidido apartarse, como alma que lleva el diablo, del actual grupo de gobierno municipal en el que había ingresado hace tan sólo medio año. O lo que es lo mismo, después de la comisión de los actos determinantes de la corrupción que hoy se persigue judicialmente y que se produjeron cuando Juan Martel se encontraba no en el gobierno del municipio sino en la oposición. Mientras tanto -hay que comprenderlo- la parálisis progresiva que sufre el Ayuntamiento teldense es altamente preocupante puesto que se produce en la segunda ciudad de la Isla y en una de las más importantes del Archipiélago. Allí, si bien no están todos bajo sospecha, la gran mayoría, integrada por gente de acrisolada honestidad, cree estarlo.

No se mueve un papel. No se toma una decisión. Y, según me cuentan, exagerando un tanto, ni los conserjes se atreven a llevar un papel de una mesa a otra por miedo a dejar sus huellas dactilares en lo que en su día pudiera resultar un documento comprometedor. Por ello se hace absolutamente preciso que la autoridad judicial actúe con la máxima diligencia. No sólo porque lo exige la Constitución española sino porque Telde y sus ciudadanos no se merecen una Justicia que, aunque pueda ser impecable desde el punto de vista técnico-jurídico, como consecuencia de la tradicional falta de medios sea lenta o, lo que es lo mismo, mala. Por todo ello se hace preciso, cuanto antes, volver a la normalidad.

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