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La Voz de Gran Canaria

Fabricar la utopía

Fabricar la utopía

ANTONIO CASTELLANO AUYANET

Si, desde una nave espacial, observáramos la situación política mundial y captáramos una visión panorámica de la zona llamada occidental-concretada en Europa y Norteamérica-añadiendo el Oriente Medio, nos dispondríamos a cantar nuestro propio "Réquiem" y bajar el telón para siempre. En el marco de desigualdades, hambre, enfermedad, guerra y carencia de horizontes de mejora, características de tres cuartas partes del planeta, ese supuesto "primer mundo", destacaría por el peso de sus responsabilidades en la decadencia de la humanidad entera.

Ciegos de bienestar, desentendidos de la miseria y la muerte de los otros, locos por el consumismo insaciable y posesos del confort, los ricos de la tierra seguimos ansiando más riqueza y seguridad, pertrechados tras la acumulación de armamento cada vez más sofisticado. Vivimos el afán de utilizar cualquier palmo de tierra, quemándolo con residuos de nuestro hartazgo, agotándolo con cemento y especulación, conviviendo con los ojos desencajados de los hambrientos que mueren de sida o desnutrición, extinguiendo las reservas de agua y envenenando el aire que, mal que nos pese, circula por los pulmones de los desvalidos de todo el mundo. Rechazamos cualquier idea de reducir nuestra sobreabundancia y nuestras sobras para mejorar a la mayoría que pasa hambre y está hundida en la miseria, sin olvidar que la riqueza de los menos se sostiene sobre la indigencia de los más.

Frantz Fanon tituló su célebre libro "Los condenados de la Tierra". Aunque nos sorprenda y parezca inverosímil, nosotros, la pequeña minoría de privilegiados, vamos camino de compartir la tragedia universal y seremos todos, sin excepción, condenados de la Tierra. Nos lo advirtió el abuelo Einstein: "El mundo es uno o ninguno". Y lo explicó en este otro pensamiento: "No somos pasajeros en la nave espacial Tierra: todos somos tripulantes". Traducido al cristiano, "O nos salvamos todos o nos hundimos todos". En ese lienzo, incluyamos el conflicto Israel-Hamás y Hizbulá y el ataque a Líbano; la tibieza de la UE; la impotencia de la ONU; la complacencia silenciosa de EEUU y el Reino Unido; la amenaza atómica de Irán o Corea del Norte; la interminable y desastrosa guerra en Irak; el desbocado precio del petróleo con la perspectiva de situarse pronto en los ochenta dólares/barril; el crecimiento imparable de la emigración o el fatídico e inevitable cambio climático que crece velozmente, así como un rosario de incontables desastres latentes y por venir. Hoy, reímos. Mañana, cuando ya sea tarde, lloraremos.

En ese aquelarre goyesco del mapamundi actual, también se encuentran España y Canarias, con sus particularidades intrínsecas, sus problemas peculiares y su ubicación geopolítica y geoestratégica. Si observamos una instantánea de conjunto, en este momento, nuestro país ofrece una imagen marcada, de una parte, por la emergencia de la corrupción político-inmobiliaria, carcoma que socava la confianza en el Estado de Derecho y aumenta el recelo sobre quienes se dedican a la política o la función pública. Sin generalizar sobre personas, se admite que desde Port Bou hasta Ayamonte, la costa está sometida a la subasta corrupta de las recalificaciones "ad hoc" y el tráfico de influencias, sin que el interior se libre de tal plaga.

El paradigma de la fiebre constructora/destructora, según se mire, se sitúa en un páramo de Toledo, el pueblo de Seseña, en una llanura yerma y fantasmagórica, "campos de soledad y llanto", se ha levantado una urbanización de 13.508 viviendas en 280 bloques de diez plantas, para 40.000 personas. La sorprendente peculiaridad de tal engendro consiste en una minucia: no tiene garantizado el suministro de agua. Perfecto ejemplo de "toma el dinero y corre". En nuestras islas, la plaga de puertos deportivos y campos de golf que se avecina es otro brindis suicida al dios hormigón que nos aplasta. Si el negocio fracasara, se activaría la máquina recalificadora y "que no pare la música", como en el Titanic mientras se hundía. También nuestro archipiélago, con sus muchas limitaciones, carencias y dependencias, coopera a los efectos de las calamidades expuestas y sufre sus consecuencias.

Por si nos faltaba algo, se produce en estos días una noticia que, igualmente, nos perjudicará en el futuro. Diferentes partidos, entre ellos, ATI-Coalición Canaria y PSOE, han acordado las líneas de reforma del vigente Estatuto que, en conjunto, me parecen equivocadas. A falta del texto oficial que se apruebe, la escasa información disponible me lleva a la disconformidad y el escepticismo. Se sigue insistiendo en aumentar las competencias de la Autonomía, cuando hay cerca de ochenta transferidas que no se utilizan y a pesar de la ineficacia con que se usan las que se aplican.

Se reclama la Policía Autonómica, innecesaria en nuestra frágil ubicación geográfica, donde la coordinación internacional de la Policía del Estado nos da la adecuada cobertura y protección. Tal Policía así como el aumento de competencias en Justicia, reforzarían el poder caciquil que tanto arraiga en el paralelo 28. La cuestión primordial de la reforma electoral queda a debates posteriores, sin que se incluya en el texto estatutario como muchos solicitamos. Está bien bajar las barreras electorales, pero facilitar la participación de partidos pequeños puede implicar la atomización de la representación parlamentaria y el chalaneo, dificultando consensos y mayorías.

La lista regional depende de posteriores acuerdos con ATI, lo que, conociendo el percal, puede diferirse a las próximas generaciones. Las famosas y malignas "paridades" siguen aleteando como buitres garantes de la depredación y la sumisión de Gran Canaria. He repetido sin descanso que el Estatuto sin la ley electoral adecuada sería una estafa para toda la Región. De momento, todo parece cogido con alfileres y cabe esperar que se corrijan las graves carencias de los textos manejados.

La situación presente no permite seguir con el conjunto de normas estatutarias y electorales de Canarias y es la hora de un cambio real y no afeites que disimulen sus arrugas. Para mantener la esperanza y la ilusión, en un momento como el actual, es preciso recurrir a la frase del genial Óscar Wilde: "A un mapa del mundo en el que no se encuentre el país llamado Utopía, no merece la pena ni echarle un vistazo". Pero la utopía se fabrica con el trabajo de todos.

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