Solidaridad y realismo
ÁNGEL TRISTÁN PIMIENTA
Algunas personas de Tenerife, que hace unos meses reaccionaban con displicencia ante la avalancha de inmigrantes que soportaban las islas de Fuerteventura, Lanzarote y Gran Canaria, están experimentando hoy día uno de los efectos inmutables de la ley de la gravedad cuando se lanza una piedra hacia arriba. No se trata de la globalización, que también, se trata de que hay fenómenos que terminan por afectar a todo el archipiélago. Desde los lejanos pueblos africanos no se proyecta el desembarco en Fuerteventura o en el Hierro, en Gran Canaria o en Tenerife. Se trata de llegar a las puertas de Europa. En todo caso, a Canarias, unas islas que muchos de los que embarcan en pateras que salen de las vecinas costas del Magreb y el Sahara occidental, kayucos que parten desde Mauritania o el Golfo de Guinea, o viejos mercantes rescatados de la chatarra que van subiendo puerto a puerto y playa a playa, como guaguas marinas, ni siquiera saben como se llaman.
Las rutas de los ´sin papeles´ se van adaptando a las circunstancias. Primero se utilizaba el Estrecho, hasta que Gibraltar fue ´impermeabilizado´ con un sistema de detección y apresamiento intraspasable. Eso hizo desviar la afluencia hacia las Islas, empezando por las más cercanas, Fuerteventura y Lanzarote, a tiro de fuera borda. Hasta que entró en funcionamiento el SIVE. Entonces los traficantes eligieron Gran Canaria, que estaba totalmente desprotegida. Hubo que montar, con gran rapidez, sistemas móviles de alerta... hasta que comenzaron a dar sus primeros frutos. Pero la presión de las autoridades marroquíes, por su parte, obligó a los ´consignatarios´ a trasladarse más al sur, a abandonar las playas de El Aaiun y a establecer su base en la antigua Villa Cisneros, de donde, a su vez, han sido expulsados. La retaguardia operativa más conveniente es Mauritania, un Estado casi sin estado, con carencias de todo tipo, que ahora se ve, de pronto, como centro de atención europeo: España envía un grupo de altos cargos y promete varias patrulleras que ayuden a una solitaria embarcación a vigilar mil kilómetros de costas, llegan periodistas, representantes de la Unión Europea. El mundo descubre, así, la realidad mauritana, algo que ya conocen los canarios que desde hace tiempo mantienen líneas de colaboración permanentes con el vecino sureño de Marruecos. Lo que se pretende es cortar esta nueva catapulta de la desesperación que podría mover a decenas de miles de desesperados en busca de una esperanza. Una verdadera ´invasión´ que el Archipiélago no puede asumir.
"Todos los negros que estamos en Mauritania queremos ir a Canarias", cuenta Pepe Naranjo que le dijo uno de los ´sin papeles´ que aguardaba hueco en una lancha. Es un fiel reflejo de la realidad: cientos de miles de subsaharianos son candidatos potenciales, encandilados por la propaganda que llega del Norte. Como también le dijo uno de los protagonistas al periodista: " han oído que si uno se pone enfermo en Europa le siguen pagando sin trabajar". En un continente arrasado por las epidemias, diezmado por la malaria y el sida, cuya desertización acaba con las bases de la subsistencia, tiene razón José Segura, el delegado del Gobierno: están en la obligación de salir al encuentro de su sueño.
Pero estas realidades no pueden ocultar otras. La necesidad de regular los flujos migratorios, para evitar una catástrofe, y un más efectivo control de fronteras. Lo cual debe complementarse con una red de asistencia y acogida en condiciones. La utilización de recintos militares no ha sido una idea de ahora; hace años que se viene planteando, porque es un instrumento dinámico, adaptable a las necesidades.
Por otra parte está el problema concreto de los menores, que no pueden ser repatriados. Pero esta ley, así planteada, está provocando un efecto perverso: que las mafias capten viajeros de hasta 18 años, que tienen la seguridad de ser admitidos en cuanto lleguen a las playas, y de no ser devueltos como los adultos. Puede llegar un momento en que la mayor parte de los embarcados sean de edades intocables... con el agravante de que no existen medios de integración educativa, cultural y profesional, ni capacidad de absorción, ni previsiones acerca del reagrupamiento familiar posterior.
La solución es el desarrollo africano; pero mientras llega, es imprescindible una política de consenso que combine la solidaridad con el realismo.
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