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La Voz de Gran Canaria

Llega la crisis

Llega la crisis

ÁNGEL TRISTÁN PIMIENTA

Nadie en las alturas gubernamentales, ni en las autonómicas ni en las nacionales, mucho menos en las europeas, se creyó de verdad el sabio consejo de las leyes de Murphy: todo lo que puede empeorar, empeorará sin remedio. Las pateras se vio al principio como algo ajeno, eran unas lanchas que cruzaban el Estrecho desde Marruecos, atestadas de pobres desgraciados que iban en busca del paraíso. Luego, cuando comenzaron a llegar a Canarias, ante la ´impermeabilización´ del paso de Gibraltar, la cosa cambió. El fenómeno migratorio, del que ya con perspicacia Javier Solana había advertido que era imparable, que si el Norte no invertía en el Sur, el Sur se desplazaría en masa al Norte, se afrontó de acuerdo con la dimensión que alcanzaba en cada momento.

En otras palabras: no se supo ver su desarrollo. Cada advertencia acerca de su creciente e incontrolada extensión se tomaba desde los ´responsables´ como una muestra de alarmismo y caldo de cultivo de actitudes xenófobas y racistas. Manuel Alcalde, Diputado del Común y persona moderada y juiciosa, como es de rigor en un magistrado con dilatada experiencia, dijo un día que estábamos ante una invasión, o que así se percibía por la gente, y que había que hacer algo para evitar males mayores. Aquello indignó a los indignados endémicos que arremetieron contra el ex Presidente del Tribunal Superior de Justicia.

Poco antes, el delegado de Cruz Roja en Fuerteventura había sido relevado por decir que en las costas del Sahara había más de 30.000 personas, la mayor parte subsaharianos, preparados para dar el salto en barca a las islas más orientales. Fue tildado de irresponsable y amarillista... pero esos barquillos habían establecido una verdadera línea de cabotaje irregular.

Tanto el PP como el PSOE han ido a remolque de las circunstancias, creyendo que cada récord era el último, y que era imposible de superar. Pero, como han recordado los expertos, África entera quiere emigrar: no hay límites para la ambición de mejorar, no hay barreras que frenen la huida de la miseria. Mientras el resto del mundo camina hacia el desarrollo, con los altibajos que se quieran, el continente negro ha perdido la esperanza. Los recursos naturales son tragados por la corrupción crónica, los instintos tribales aplastan las ansias democráticas. Muchos gobernantes confían más en el hechicero y en la medicina natural que en los retrovirales para combatir el sida, y las prácticas culturales extienden la maldición de entresiglos hasta convertirla en atroz pandemia.

A su vez, Europa se miraba el ombligo, e intentaba reponerse del desconcierto que supuso el fracaso del proyecto constitucional. Y siguieron aumentando los desembarcos. A las pateras se les añadieron los cayucos, que en sentido genérico han acabado por definir a las embarcaciones que zarpan desde el sur de Mauritania, y que cada vez tienen más eslora. Muchas ya sobrepasan las dimensiones de las carabelas de Colón, con la ventaja de tener potentes motores y GPS de última generación. Los prudentes consejos se han descartado con arrogancia y suficiencia tanto por populares como por socialistas. Los medios nunca han aumentado según los principios de la oferta y la demanda; ha habido que improvisar y actuar cuando las mafias se han colocado muchas millas y miles de ´sin papeles´ por delante. Nadie ha sabido hacer una prospección; y nadie ha encargado este trabajo elemental. Las patrulleras siempre han sido insuficientes; el SIVE ha quedado obsoleto porque en esta actividad impera la movilidad; las Embajadas en los países emisores no han tenido personal ni dinero para una eficaz labor informativa; la Guardia Costera sigue siendo una asignatura pendiente; no se ha planteado el problema como una gran prioridad nacional y europea hasta que el goteo se ha convertido en escándalo y crisis.

Ya los españoles saben lo que pasa. ´La Vanguardia´ alertaba ayer a los catalanes de que las calles estaban llenas de subsaharianos procedentes de las Islas. El asunto es tan grave, que cualquier canario que haya estado en la Península sabe que allí se percibe mejor que en las islas la sensación de agobio. "¿Pero cuántos van a llegar?" La imagen puede ser gravemente dañina para el Archipiélago en varios frentes. Pero lo que de verdad importa es la vida de los que se enfrentan a la muerte llenos de desesperación. Esos cientos o miles de africanos ahogados y desaparecidos deben ser la razón principal para decir Basta Ya.

Información de: La Provincia, 23-8-2006

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