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La Voz de Gran Canaria

¿Nieve del Teide?. No: de Los Pechos

¿Nieve del Teide?. No: de Los Pechos

JOSÉ J. OJEDA QUINTANA

(Artículo conmemorativo del Día Mundial del Agua)

Mis viejos recuerdos de Gran Canaria son recuerdos de postales en blanco y negro. Otros, mas jóvenes que yo, los tendrán de postales de colores. Digo esto porque, a la larga, la edad se convierte en una carga física, pero, al mismo tiempo, en un preciado almacén de recuerdos. La valla elástica que profundiza e individualiza el pasado está mucho más lejana y acumula mayor número de imágenes cuanto mas años tienes.

Antes, sólo se bebía agua por necesidad. Y bastante era apagar le sed con aquella agua procedente del abastecimiento municipal de Las Palmas. Eso sí, todos recurrían al vaso de agua cuando pasaba algo anormal. Un mareo, un desvanecimiento, se cortaba de inmediato haciendo sentar al afectado, ofreciéndole inmediatamente un vaso de agua que alguna mano caritativa traía inmediatamente. Y hasta en la U.D. Las Palmas, el sin par Aparicio repartía su agua milagrosa a destajo, en los días más cargados de nuestro sufrido equipo amarillo. Se desconocían las cosas más elementales: que del 70 al 80% de nuestro cuerpo es agua, o la de beber de dos a tres litros de agua al día, sin contar -claro está- el agua del vino. Pero, es que a nadie le importaba este desconocimiento. Se bebía agua cuando ya no aguantabas más. Sin otras historias.

Las aguas minerales vinieron a cambiar las costumbres de algunos canarios, que podían pagarlas. Y el agua "ferruginosa" de Agaete hasta llegó a engañar a algunas madres que confundieron los posos pardos de las botellas: ¡Toma, hijo, agua con fierro para que te pongas fuerte como un toro! Lo que nadie sabía es que con el agua mineral se había introducido el gusto del agua. Ya no era sólo huir del agua sospechosa del abastecimiento municipal sino empezar a gozar del sabor de las burbujas, del hierro y de otros, escondidos pero celebrados minerales. Y aquella bebida que en la antigüedad sólo gastaban las mujeres y los niños, porque los hombres bebían vino, que para eso eran era bebida de machos, se combinaba generosa y perfectamente con la leche y el vino. Los lecheros de Teror en su diaria peregrinación a Las Palmas, hacían algunas veces alto en mi casa y bendecían generosamente, la leche, sin más rito que el que resulta de abrir un grifo sobre un recipiente. Años más tarde comprendí el porqué el Islam calificaba el agua blanca, perfecta y sagrada. El Cabildo hizo que el agua no fuera tan blanca desde que se cargó los manejos de los lecheros al crear la Central Lechera (Coagro) y entonces sólo dejó espacio abierto para el enfrentamiento del agua y el vino. El primer milagro de Jesús, las Bodas de Caná, contradictoriamente fue la mayor ayuda que jamás soñara un tabernero. Ahí era nada: convertir el agua en vino. Los taberneros no abusaron ni se tomaron el tema en plan absoluto y religioso. Simplemente, se limitaron a añadir agua al vino. Por eso, precisamente, en algunos bares del Puerto se venció a la inflación rebajando los precios junto a los grados del vino. En el ya desaparecido Mesón de Jeremías, en los alrededores del parque Santa Catalina, presumían de ofrecer vino de Lanzarote, pero el agua que, naturalmente el vino llevaba, era agua de Las Palmas porque la de Lanzarote no había y era más cara. Además, el agua de Las Palmas tenía el pedigrí de San Mateo. En un bar de la susodicha zona todo se resumía en una frase: "El camello es el animal que más tiempo aguanta sin beber. ¡No seas camello!". No se nombraba ni el agua ni el vino. ¿Para que?: eran lo mismo. Aunque las simpatías se decantaban al vino, como en Carmina Burana donde el vino da un sonado repaso al agua.

El agua mineral fue adueñándose, poco a poco, de las mesas de los restaurantes, continuando el avance del agua como fuente de placer. Algunos buscaban más que el gusto la distinción social de la botella que se paga. Era más chic. El camarero te ponía otra cara. Más tarde otras marcas de agua mineral llegaron al mercado canario y la diversificación hizo más selectiva la elección, al mismo tiempo que daban mayor cancha al apretado paquete de los gustos.

Ya en el siglo XVI, el chino Li Sizhen alega que el gusto del agua difiere según por dónde penetre y salga. Casi, casi una definición erótica. Pero Sizhen no va por ahí y establece treinta gustos del agua: agua de los periodos solares, agua de la fuente de la serpiente, agua de las viejas tumbas? Es cierto. El gusto del agua de Lozoya (Madrid), no depende de la naturaleza, sino de los vertidos del hombre, que, desde luego, no la mejoran en nada. Algunos somos de la opinión de que el agua tiene un sabor excelente cuando no tiene, lo que no deja de ser una ambigüedad. Muchos de los que piden agua embotellada en los restaurantes no desean, precisamente, el agua insípida. En algunos restaurantes franceses y americanos hay cartas con las aguas minerales recomendadas y el sommelier te instruye no sólo del agua adecuada a la comida solicitada sino, además, de la que combina correctamente con el vino. Y te la sirven en una copa. Nada de vereco, ni culos de botella, ni del viejo vaso de estaño que antes te encontrabas en algunas casa de Canarias. Ziegler, en Suiza con agua con gas y un poco de vino azucarado consiguió un champán flojo. Al agua embotellada de Chateldon se le llama el champán de las aguas. Era una manera de seguir con la rivalidad carnavalera (por el enmascaramiento del agua y el vino). En París existe el bar de Colette donde se pueden catar casi todas las aguas del mundo. El agua de Australia o de Martinica es más cara que el agua de España, por ejemplo. La lejanía y el snobismo imponen sus precios.

Y en esta reflexión que me viene a causa de la sequía, recomiendo la nieve impoluta, sin penetrar ni ser penetrada. Pura. No hago sino seguir el consejo de Francisco Franco (no el Caudillo, sino un médico sevillano del siglo XVI) que la recomendaba, con entusiasmo como lo mejor para la salud. Sus razones higiénicas y gustativas tendría. La verdad, también, es que yo prefiero la nieve de Los Pechos a la del Teide? Por si acaso. Justo es decir que en Los Pechos no hay nieve siempre, por no decir, que casi nunca. Pero cuando la hay ¿a que es maravillosa? Si alguien siente curiosidad por conocer más, sobre la nieve del centro de nuestra Isla puede leer el libro documentado de Salvador Miranda Calderín. ¿Vale la pena?

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