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La Voz de Gran Canaria

Estafas de antier

Estafas de antier

PEDRO SOCORRO

En una casa situada al final de la calle de los Reyes, junto a un cercado de plataneras, un súbdito argelino y un ciudadano catalán habían llegado desde Venezuela con un sofisticado aparato con el que pretendían demostrar a los incautos grancanarios que fabricaban los billetes que quisieran. Era el 6 de noviembre de 1931. Amid Alí tenía alquilada una casa de la calle los Reyes, en plena Vegueta, en 38 duros al mes y cuando hablaba con los vecinos de la calle les decía que era un gran propietario, que tenía fincas de café en Caracas y que había venido a Las Palmas a reponerse de su delicada salud.

Hacía frío en la ciudad en aquella mañana del 5 de noviembre de 1931, cuando el comisario de policía, don José Cervera, tuvo confidencias de lo que tramaban Alí y su compañero de viaje, el catalán Luis Següella.
Previas las oportunas averiguaciones, esa noche el citado comisario y los agentes Díaz Moré, González de la Torre y Albert, que habían sido comisionados para este servicio, acudieron a aquella casa y al llamar a la puerta fueron recibidos por un extranjero, "a quien preguntaron qué es lo que hacía allí, a qué se dedicaba, qué medios tenía para vivir y, en fin, todas esas preguntas tan prácticas de la policía, cuyas contestaciones se las saben de carretilla los malhechores; pero, que no obstante, incurren en contradicciones de bulto, que acaban por delatarlos".

El extranjero en cuestión, según narra El Defensor de Canarias, manifestó llamarse Amid Alí, de 54 años, soltero, natural de Argel, ser perito electricista y encontrarse hospedado en el hotel Europa de esta capital. Como consecuencia del interrogatorio al que fue sometido, Amid añadió que había venido a la Isla a reponerse de una dolencia que padecía y para ello tenía plata de América.

Al preguntarle la policía si podía ver la casa, éste contestó con evasivas, pero aunque Alí trató de evitarlo, la policía recorrió las habitaciones del piso (era una premonición de la Ley Corcuera). En una de ellas, los agentes se quedaron sorprendidos ante un prodigio de instalaciones eléctricas. En dicha habitación, hallaron también dos maletas y al abrirlas, dentro de ellas, se encontraban piezas de un extraño aparato, que supusieron fuera el que les dijo el confidente. Así era en efecto.

Alí, a nuevas preguntas, dijo que él no sabía qué era aquello y que no era de su propiedad, sino de unos señores que no estaban allí. Pieza a pieza, aquel aparato fue extraído de las maletas, comprobándose que se trataba de "esas máquinas maravillosas para la fabricación de billetes falsos, usadas para el timo en toda regla", explicaba el diario.

El aparato y Alí pasaron a comisaría desde la calle de los Reyes. Una vez en ésta, tanto Alí como su compañero Següella manifestaron haber llegado a la Isla procedentes de Venezuela, hacía unos dos meses, y vivir apartados uno del otro para no inspirar sospechas y despistar a la policía.

Alí fue cacheado, encontrándole en su poder documentación falsa. Aparte de todo esto, a Següella se le intervinieron 400 pesetas y a Alí 900 en billetes del Banco de España, algunos de ellos lavados y preparados para el timo. Y, por si fuera poco, un "perico" y un "plante rectal" (del argot policial de la época); el segundo, por ejemplo, es una especie de tubo donde ocultaban los billetes y luego se lo ponían en una zona muy determinada del cuerpo. En el argot policial de hoy se les llamaría culeros. Por las averiguaciones practicadas por la policía, se tuvo conocimiento que el vecino de Las Palmas, don Bartolomé Hernández Sánchez, de 40 años y que reside en la misma calle, fue una de las víctimas de aquellos timadores, pues con engaños lograron que les facilitara la cantidad de 3.000 pesetas para fines del negocio. Bartolomé Hernández había embarcado la noche anterior en el vapor Rumeu, rumbo a la Península, llevando una misión especial, tramada por los timadores. La policía dio esa mañana las oportunas órdenes telegráficas para detenerlo en Cádiz, al considerarlo cómplice.

El confidente de la policía era un viajero argelino al que pretendían timar, después de presenciar el funcionamiento de la máquina. Había convenido con los estafadores entregarles la noche anterior 40.000 pesetas; pero antes de hacerlo (si tales propósito tuvo), algo debió sospechar, por cuanto, lejos de personarse en la calle de los Reyes, se presentó en comisaría denunciado un caso que dio mucho que hablar en Las Palmas, en plena República.

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ESTHER -

ME APASIONAN LOS ANTIGUOS RELATOS DE MI ANTIGUA GRAN CANARIA