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La Voz de Gran Canaria

La CCE, proa al marisco

La CCE, proa al marisco JOSÉ A. ALEMÁN

Mario Rodríguez amagó su dimisión de presidente de la Confederación Canaria de Empresarios (CCE) pero sigue, de momento. Menos mal, queridísimos míos, porque me hubiera roto los esquemas. Tanto he dicho que el verbo “dimitir” está casi en desuso que hubiera tenido que cambiar el chip de haber cogido puerta Rodríguez.

La marcha o la no marcha de Mario Rodríguez se pospone, al parecer, para cuando llegue septiembre, desde siempre el mes de la esperanza. Al menos para los estudiantes que se jugaban en los exámenes de septiembre pasar al curso siguiente. Antiguamente, claro, cuando al Ministerio de Educación le importaba tres pitos traumatizarnos a golpe de pruebas y reválidas; no como hoy, con las nuevas generaciones a las que deben los profesores pedirles disculpas si les ponen mala nota. Para que no se frustren, angelitos.

El cabreo que dejó a Mario Rodríguez para septiembre lo provocaron las críticas de Sebastián Sánchez Grisaleña, presidente de Cecapyme y miembro de la Ejecutiva de la CCE, quien osó decir en voz alta lo que mucha gente piensa. Rodríguez no tuvo una actuación muy lucida con el asunto de los desequilibrios, que acabó con el tremendo vacilón a su costa de Adán Martín. Éste, para asegurarse de hacer daño, permitió la filtración de sus reuniones con Rodríguez, quien no sólo las ocultó a la Ejecutiva de la patronal sino que nada dijo, tampoco, de su encuentro con Soria, que anda por los semáforos al pesque de ayudas que le permitan recomponer su imagen política.

Lo que no sé es si el empute de Mario Rodríguez con Grisaleña es suyo propio o inducido por el de Germán Suárez, que se ha ido de la CCE al no poder forzar la expulsión de Grisaleña por darle a la húmeda. Su marcha deja más solo a Mario Rodríguez, que fue a los periódicos a proclamar que “las sectoriales pueden discrepar con libertad en la Confederación”. Yo creía que en democracia se sobrentiende la posibilidad de discrepar, de modo que no entiendo la necesidad de reconocer explícitamente tal derecho. Salvo que sea un trágala obligado para salvar los muebles.

Ya veremos si Rodríguez es capaz de reconducir la situación a partir de septiembre. Y si lo dejan, que ésa es otra. Su sector empresarial, el de las clínicas pivadas, depende mucho del poder y cuenta con un gallo, Pedro Luis Cobiella, su competidor directo muy bien relacionado con ATI que manda en el corral. Rodríguez es presionable, lo que no constituye vergüenza en los tiempos que vivimos; y sospecho que presionado, lo que sí es una vergüenza como práctica de gobierno.

De momento, Rodríguez considera que un sector de la Ejecutiva de CCE cuestiona su gestión, así que no ha perdido del todo la clarividencia. Cuando llegue septiembre veremos si pasa. De momento, la CCE cierra el curso con una pérdida considerable de peso en su proyección social. No es creíble. Los dirigentes empresariales han fracasado con la CCE como fracasaron en su día con la UD Las Palmas, lo que no conviene perder de vista porque en el fondo se trata de dos referencias distintas de la misma impotencia. Que es, también, la impotencia demostrada el otro día por los empresarios turísticos grancanarios. La falta de liderazgos pasa factura.

Los relevos se imponen en el movimiento empresarial. A ver si surgen nuevos dirigentes capaces de enderezarlo. Para lo que será necesaria la participación de los auténticos empresarios, de los que toman las decisiones, que reduzcan el número de meleguinos en sus órganos. Pero sobre todo es preciso acabar con la incidencia del poder político en las organizaciones empresariales; para impedir la elección de personas que no estén a su mano, congelar las críticas y hacer inservibles las organizaciones. Ésta es la causa más importante de los males del movimiento empresarial, si puede considerarse tal eso que vemos. La politiquería, el deseo de ser gratos al poderoso y el temor de perder sus favores han destruido o debilitado gravemente el escaso tejido asociativo existente. La política eliminó la independencia del movimiento empresarial grancanario y que ése era el efecto buscado lo puso de manifiesto la violencia verbal con que reaccionaron el Gobierno, ATI y sus secuaces grancanarios ante la denuncia de los desequilibrios interinsulares. Tamaña insolencia no estaba en el guión. Les pareció intolerable y tocaron a rebato. Mario Rodríguez tuvo que desdecirse culpando a la Prensa y encima lo dejaron con los glúteos al aire.

No le auguro mucho porvenir a la CCE sin un giro de 180 grados. Desde luego, presente ya no tiene.
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