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La Voz de Gran Canaria

El suicidio del Puerto de La Luz

El suicidio del Puerto de La Luz JOSÉ A. ALEMÁN

Transferir las competencias portuarias a la Comunidad canaria significaría poner en manos del Gobierno de Adán el Puerto de La Luz. Por muchos equilibrios exquisitos que se traiga, eso sería el desastre. Podrá decir cuanto quiera el lector ático habitual acerca de prontos insularistas xenófobos, pero hasta ahí podíamos llegar. Si cree que Adán desea la felicidad de todos los canarios y dado que la permanente desconfianza en las instituciones es fuente de desdicha, ¿por qué no deja estar al Puerto de La Luz? ¿Qué necesidad tiene de desasosegarnos, si nos quiere felices?

Lo que digo es de sentido común, lo que no abunda demasiado en política. Deberían convencerse los políticos de que el origen de nuestros males son ellos y la forma en que han organizado y desarrollado esta autonomía. Alguna vez he dicho que la fórmula estatutaria adoptada introdujo el Gobierno regional como órgano ex novo descendido de los cielos de Madrid sin relación alguna con la tradición autónoma canaria que representan los cabildos; tanto los iniciales, instaurados en tiempo de los Reyes Católicos como los modernos, los creados en 1912.

Estos cabildos de 1912 fueron en su día para muchos administrativistas la plasmación avanzada de las concepciones autonómicas progresistas de principios del siglo XX. Cosa que vuelvo a recordar animado por el asesor fiscal Salvador Miranda quien este viernes, en La Provincia tocó el asunto. Miranda es autor de Las fuentes de financiación del Cabildo de Gran Canaria. 1913-1945 (libro a tener en cuenta) y reproduzco aquí algo de lo que dijo al periódico, satisfecho de comprobar que los cabildistas, aunque olvidados, no estamos solos.

Dijo Miranda: “Nosotros teníamos, en el proceso autonómico, que haber hecho uso de las instituciones que teníamos, los cabildos insulares, lo que estaba funcionando. Se optó por una estructura que supera las islas, el Gobierno de Canarias, con unas consejerías cada vez más fuertes. Ese modelo no se debatió socialmente, los políticos lo impusieron. No es el más eficaz desde el punto de vista económico, pues al solapar las competencias hay duplicidad de gastos”.

La cita merecía la pena. El Estatuto canario responde a modelos peninsulares y el entreguismo de los políticos de entonces impidió adecuarlos. Llevaban prisa y la virulencia independentista del momento les dio pretexto para no consultar a la sociedad. Obedecieron a los apremios de Madrid ante los que querían lucir de eficaces y resolutivos.

El Gobierno regional es un cuerpo extraño alejado de las tradiciones autónomas isleñas integradas en el ya olvidado acervo canario; del que, por cierto, apenas queda algo de retórica económica y fiscal que para nada tiene en cuenta a los consumidores y sólo atiende a un empresariado ventajista y alérgico al fisco y a unas corporaciones locales que empiezan a resentirse ante el poder creciente del Gobierno. Una rápida simplificación de lo que hay, pero quienes saben, entienden lo que digo.

Ya no sé si la reforma estatutaria remediará el disparate autonómico. Tengo mis dudas, como con casi todo. Las certezas absolutas no son buenas. Me pregunto de qué sirve un Gobierno cuya imparcialidad en la acción y su concepto del equilibrio territorial depende no de normas objetivas y compromisos serios sino de la voluntad en un sentido o en otro de quienes estén en él o de quien lo presida y del grado de satisfacción de todos los grupos por el pago de las cuotas de cargos.

Tiene su coña, por ejemplo, que trataran de reputar el Gobierno CC-PP de equilibrado y justo y que al poco nos diga Mar Julios que el exquisitamente equilibrado es el que está ahora. ¿Nos engañaban entonces o nos engaña ahora Julios? ¿Cómo se mide el equilibrio? Creo que el equilibrio es concepto absolutamente subjetivo porque cada cual, ya saben, habla de la verbena según le vaya en ella. Julios estima que le va mejor con el echadero adánico y habla flores. Para Soria el Gobierno en que estaba su partido rayaba en la perfección y ahora la verbena es un desastre.

No sabemos a qué atenernos y es sabio abstenerse en caso de duda. Mejor será no correr el riesgo de suicidio dejando que el Puerto de La Luz quede al alcance de ATI. Aunque sólo sea para evitarnos discusiones.
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