El deterioro portuario
JOSÉ A. ALEMÁN
La noticia de que la naviera sudafricana Safmarine se mandó a mudar del Puerto de La Luz al de Santa Cruz de Tenerife no tendría mayor importancia si lo hubiera hecho por razones de estrategia empresarial. Y no habría que sacarla de ese contexto, si no fuera porque confirma rumores de descontento por las deficiencias de los servicios portuarios. La noticia de la marcha de Safmarine la dio ayer el matutino La Provincia, que añadió la posibilidad de que otras sigan igual camino, comenzando por la flota pesquera holandesa que no está tampoco satisfecha con la atención que recibe.
Parece, pues, fuera de duda el deterioro de los servicios portuarios. Sin embargo, la explicación inmediata fue que La Luz está tan al completo que hay dificultades para atender debidamente a todo el mundo. Un caso de overbooking, qué les parece. Puede morir de éxito y digo yo, malévolamente, que no hay mal que por bien no venga y quedará así espacio para las embarcaciones deportivas que atraquen a la sombra del Woermann.
No estoy en condiciones de negar que el éxito sea la causa. Pero recuerdo desvíos de buques por falta de combustible que suministrarles. Que yo sepa, nadie ha explicado cómo es posible que la tradición de La Luz como gasolinera atlántica no haya generado la cultura empresarial precisa para saber que el combustible no puede fallar. Podrá decirse, con razón, que aquellos desabastecimientos puntuales nada tienen que ver con la marcha de la naviera sudafricana; pero no me negarán que, vistos en perspectiva, se acumulan indicios de mal funcionamiento y que debería inquietarnos la capacidad de quienes manejan ahora mismo renglón tan básico de la economía de la isla. No diré que estamos en manos de los peores gestores de nuestra historia reciente, pero pueden creerme que no lo hago por falta de ganas.
Me pregunto si la Autoridad Portuaria no estará tan volcada en la actividad inmobiliaria y en el urbanismo de la ciudad que ha descuidado sus funciones específicas con la mar y sus barcos. El actual presidente del Puerto, José Manuel Arnáiz, ya ha anunciado obras, como la depresión de la Avenida Marítima, de cara a la ejecución del proyecto del istmo como si fuera el alcalde de la ciudad. Mientras, la concejala Bernarda Barrios, ha pedido a los consejeros de su partido en la Autoridad Portuaria que soliciten a ésta paralizar las posibles obras en la zona de Santa Catalina. Pero la Autoridad Portuaria está a lo que disponga el señorito Soria, que arregló las cosas para que el Ayuntamiento poco tenga que oponer a sus caprichos. Aunque el 14-M le fastidió buena parte del tinglado y hasta podría producirse el milagro de que nombren para el Puerto a alguien que sepa y acabe con tanta vaina.
Dicen que el curriculum empresarial de Arnáiz no lo hacía el más indicado para presidir el puerto y que fue un nombramiento político muy acorde con el abc de la política bananera soriana, que prefiere a gente manejable que cualificada porque ésta puede pensar por sí misma. No sé, insisto, qué ha pasado realmente. Pero lo que nadie puede negar es que existen datos e informaciones más o menos confidenciales para temer que la marcha de Safmarine (y las que pudieran producirse, si se producen) está en el contexto de la mediocridad gestora y política que aflige a Gran Canaria desde hace tiempo. Lo digo, por supuesto, sin esperanza porque la experiencia enseña que rara vez los políticos rectifican. Es ingenuo pensar que basta señalar el mal para que le pongan remedio. Por lo general, los errores no son casuales sino producto de la voluntad deliberada de los mandarines para su provecho y es por eso que no rectifican así como así.
El nombramiento de Arnáiz fue político, insisto. Por razones políticas más relacionadas con el control total del poder en la isla que con las necesidades de gestión portuaria. No es, desde luego, que haya hecho bueno a su antecesor, Luis Hernández, que es difícilmente empeorable, sino que le queda grande el cargo según para qué. Así es si así les parece.
La noticia de que la naviera sudafricana Safmarine se mandó a mudar del Puerto de La Luz al de Santa Cruz de Tenerife no tendría mayor importancia si lo hubiera hecho por razones de estrategia empresarial. Y no habría que sacarla de ese contexto, si no fuera porque confirma rumores de descontento por las deficiencias de los servicios portuarios. La noticia de la marcha de Safmarine la dio ayer el matutino La Provincia, que añadió la posibilidad de que otras sigan igual camino, comenzando por la flota pesquera holandesa que no está tampoco satisfecha con la atención que recibe.
Parece, pues, fuera de duda el deterioro de los servicios portuarios. Sin embargo, la explicación inmediata fue que La Luz está tan al completo que hay dificultades para atender debidamente a todo el mundo. Un caso de overbooking, qué les parece. Puede morir de éxito y digo yo, malévolamente, que no hay mal que por bien no venga y quedará así espacio para las embarcaciones deportivas que atraquen a la sombra del Woermann.
No estoy en condiciones de negar que el éxito sea la causa. Pero recuerdo desvíos de buques por falta de combustible que suministrarles. Que yo sepa, nadie ha explicado cómo es posible que la tradición de La Luz como gasolinera atlántica no haya generado la cultura empresarial precisa para saber que el combustible no puede fallar. Podrá decirse, con razón, que aquellos desabastecimientos puntuales nada tienen que ver con la marcha de la naviera sudafricana; pero no me negarán que, vistos en perspectiva, se acumulan indicios de mal funcionamiento y que debería inquietarnos la capacidad de quienes manejan ahora mismo renglón tan básico de la economía de la isla. No diré que estamos en manos de los peores gestores de nuestra historia reciente, pero pueden creerme que no lo hago por falta de ganas.
Me pregunto si la Autoridad Portuaria no estará tan volcada en la actividad inmobiliaria y en el urbanismo de la ciudad que ha descuidado sus funciones específicas con la mar y sus barcos. El actual presidente del Puerto, José Manuel Arnáiz, ya ha anunciado obras, como la depresión de la Avenida Marítima, de cara a la ejecución del proyecto del istmo como si fuera el alcalde de la ciudad. Mientras, la concejala Bernarda Barrios, ha pedido a los consejeros de su partido en la Autoridad Portuaria que soliciten a ésta paralizar las posibles obras en la zona de Santa Catalina. Pero la Autoridad Portuaria está a lo que disponga el señorito Soria, que arregló las cosas para que el Ayuntamiento poco tenga que oponer a sus caprichos. Aunque el 14-M le fastidió buena parte del tinglado y hasta podría producirse el milagro de que nombren para el Puerto a alguien que sepa y acabe con tanta vaina.
Dicen que el curriculum empresarial de Arnáiz no lo hacía el más indicado para presidir el puerto y que fue un nombramiento político muy acorde con el abc de la política bananera soriana, que prefiere a gente manejable que cualificada porque ésta puede pensar por sí misma. No sé, insisto, qué ha pasado realmente. Pero lo que nadie puede negar es que existen datos e informaciones más o menos confidenciales para temer que la marcha de Safmarine (y las que pudieran producirse, si se producen) está en el contexto de la mediocridad gestora y política que aflige a Gran Canaria desde hace tiempo. Lo digo, por supuesto, sin esperanza porque la experiencia enseña que rara vez los políticos rectifican. Es ingenuo pensar que basta señalar el mal para que le pongan remedio. Por lo general, los errores no son casuales sino producto de la voluntad deliberada de los mandarines para su provecho y es por eso que no rectifican así como así.
El nombramiento de Arnáiz fue político, insisto. Por razones políticas más relacionadas con el control total del poder en la isla que con las necesidades de gestión portuaria. No es, desde luego, que haya hecho bueno a su antecesor, Luis Hernández, que es difícilmente empeorable, sino que le queda grande el cargo según para qué. Así es si así les parece.
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