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La Voz de Gran Canaria

La Pepa

La Pepa

JOSE A. ALEMÁN

Tendría yo cuatro o cinco años cuando me montaron, cogido de la mano de alguien, en la Pepa. En el viejo tranvía, me apresuro a aclarar. Volvió a circular cuando la segunda guerra mundial porque no había combustible para otra cosa. Un recuerdo tan fugaz que es, realmente, vaga sensación fantasmal de traqueteo asimilado al discurrir difuso de las fachadas de Triana. Una de esas imágenes imprecisas que se te quedan.
Quizá habría olvidado a la Pepa de no ser por los raíles que permanecieron al aire hasta no hace tanto, desde su arranque en una especie de portón de la bajada de San Pedro, que hacía de cochera. Los sepultaron primero bajo el asfalto y luego los hundió más la primera pavimentación de la calle, hace poco sustituida por el actual gris orfanato, color favorito del PP. Ahora están practicando en el piso de la calle al menos un agujero formato zanja para que se vea, madre, un trozo de aquellos raíles en los que, por cierto, me dí tremendo costalazo juvenil al encajárseme la rueda delantera de la bicicleta. ''Es que van como locos'', comentaron cerca para mi vergüenza. Éste sí es recuerdo nítido.

Pero no les cuento mis intimidades con los raíles de la Pepa porque sí. Es que un gracioso me aseguró que Luzardo aprovecharía ese impulso monumentalizador que le ha entrado de dejar los raíles vistos para colocarles encima un vagón en el que pasear a los reyes; como acaban de hacer Melchior y Zerolo en Santa Cruz. Cosas, digo yo, del Estatuto de capitalidad y del exquisito equilibrio que da para eso y más.

No me lo quise creer, aunque, qué quieren, con esta gente nunca se sabe y si siguen con la perreta de la Gran Marina, muy bien pudo ocurrírseles lo del vagón y generar con él nuevas leyendas urbanas.

Por eso decidí darme una vuelta por Triana la víspera del garbeo de los reyes. Garbeo cuasi interruptus porque con las obras han tenido que disponer vallas, unas para contener los entusiasmos monárquicos del público novelero y las otras para marcarle la senda a los monarcas. Pude comprobar que la alarma era infundada: ni rastro del vagón pepil a Dios gracias.

En otro orden de cosas, habrán visto cómo las presiones que el malvado Mauricio calificó de ''insoportables'' se han producido, faltaría más. CC quiere imponerle el sacrificio de que se presente a la alcadía de Las Palmas de Gran Canaria. Confío, por su bien y el nuestro, que consiga el hombre soportarlas. Está feo de obligar a la gente a hacer lo que no desea, qué va.

Es cierto, desde luego, que algunos sondeos apuntan a que CC podría quedarse sin representación en el Ayuntamiento de la capital grancanaria; pero no creo que tal posibilidad inquiete demasiado a nadie más allá de la militancia, de modo que no veo la necesidad de privar a Mauricio de su merecidísimo descanso; que sería también el nuestro, insisto.

Información de: CanariasAhora.com, 27-11-2006

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