¿Pero existe Bielorrusia?
RAFAEL MORALES
El escándalo mediático en torno a las elecciones en Bielorrusia sorprende. Acaban de descubrir que el régimen de Alexander Lukashenko tiene gran parecido con una dictadura burocrática (¡vaya novedad!) y que las elecciones del pasado domingo no responden a los criterios mínimos democráticos aceptables para Europa y Estados Unidos. De donde deducen algunos que Occidente debe aplicar sanciones contra Minsk bajo la acusación de fraude electoral y demás. ¿A qué viene este repentino interés por la salud democrática de un país al que los medios de comunicación jamás le han prestado la menor atención?.
Buena pregunta. Y la respuesta parece muy sencilla a primera vista. Bielorrusia es lo que le falta a la OTAN para cerrar el cerco euro occidental contra Rusia. No porque Vladimir Putin ejerza hoy como enemigo, sino por si acaso y porque para dominar el mundo hace falta construir enclaves por todas partes. Hasta ahora ha salido bastante bien y barato. Georgia en 2003, Ucrania en 2004 y Kirguizistán el año pasado, pero mal en Azerbaiyán y en Uzbekistán. La democracia tiene poco que ver con estas revoluciones naranjas o de terciopelo y menos todavía con el futuro de sus habitantes ilusionados en promesas de bienestar que jamás se cumplirán.
Se trata de conseguir gobiernos dispuestos a digerir sin anestesia las directrices estratégicas del capitalismo en su versión expansionista actual. Para ello invierten unos millones de dólares en el trabajo de la oposición llamada democrática en países de estructuras débiles y pobres. Y a esa oposición política la ayudan además con propaganda gratuita desde Occidente. La campaña mediática contra Bielorrusia comenzó el pasado mes de septiembre y ya estaba acordado que las elecciones de marzo culminarían con la caída del dictador o con sanciones. Así de simple.
Como el dictador Lukashenko ponía resistencia a tragar al estilo ucraniano o georgiano, Condoleezza Rice colocó a Bielorrusia a principios de 2005 como avanzadilla del terrorismo, junto a Irán, Corea del Norte, Zimbabwe, Cuba y algún otro. ¿Alguna prueba? Ninguna, pero eso sobra. Aunque debe añadirse que dentro de la nueva estrategia estadounidense de seguridad nacional, Bielorrusia resulta un peligro tremendo para Estados Unidos, dicen, y que Washington asume la tarea generosa de responder adecuadamente en Bielorrusia y en todas partes a las violaciones de los derechos humanos. ¡Menuda falta de vergüenza! Por si fuera poco delito, a Occidente no le gusta que el 80% de las empresas bielorrusas sigan en manos del Estado, el crecimiento económico ascienda al 6,6% anual y, según la ONU, en 2005 el Producto Interior Bruto (PIB) haya crecido hasta el 9,2%. Los pobres, siempre según la ONU, apenas alcanzan al 2% de la población. ¿Sin privatizaciones ni capital extranjero salvaje? Intolerable. En todo caso, ¿cómo puede sostenerse que Bielorrusia representa un peligro para la seguridad nacional estadounidense? Tampoco importa. Lo que importa es la democracia en Bielorrusia. ¿Desde cuándo, queridos míos? Desde que Washington lo decidió como coartada en defensa de sus intereses expansionistas y Europa agachó la cabeza.
Alexander Lukashenko ganó las elecciones de forma abrumadora, con más del 82% de los votos. Haciendo trampas, seguro. ¿Por semejante motivo se inicia una campaña internacional mediática para castigar a los habitantes de un país pobre? ¿No ganó Bush haciendo trampas? ¿Han perdido la vergüenza, creen que somos todos bobilines o que cualquier cosa vale, incluyendo insultos constantes a la inteligencia de los ciudadanos? Porque representa una vejación, incluso al sentido común, que tengamos que aceptar como democráticas las elecciones en Irak mientras las maniobras de un pobre dictador campesino como Lukashenko merecen azotes de la comunidad internacional. ¡Váyanse al diablo, manipuladores de medio pelo!
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