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La Voz de Gran Canaria

Fugarse

Fugarse

JAVIER DURAN

Momento de fuga, que un día será regulado por ley igual que el antitabaquismo. Es el Sur de la Isla, el mar de la catástrofe bajo el hacha de la industrialización turística. Antes era como Las Vegas al comienzo: una urdimbre tímida, casi casera, de ahorrador de provincias, en línea con la carretera principal; ahora, hoteles que venden sabores para la piel, chocolatadas para el cuerpo, estancias en úteros tecnológicos, piscinas a elegir, cócteles de tres pisos, vistas a un centro comercial... La velocidad del coche permite observar las siluetas de antiguas acequias que cruzan una tierra seca, antes de cultivo (¿cuándo?) y ahora a la espera de un taponazo que eleve su quintaesencia: más valor en la ficción de un planeamiento, como relatan los arquitectos. Sólo un intento para estar en la condensación de tantos y tantos elementos de esta ciudad turística siempre con las horas contadas, al socaire de las crisis del sector, de tragedias como la gripe aviar o el tsunami (reconvertidas aquí en Sol) o a un acelerón de la oferta magrebí. La tentativa se desmorona por una cuestión nada divulgativa, en especial por la lejanía del mar, que anda más allá de toneladas de hormigón. Uno siempre piensa en el ideal de la playa desierta, a la que llegas bajo el ritmo de una antigüedad tan palpable como Desayuno en América... Piensas, por handícap generacional, en arena al borde de unas carreteras polvorientas, marcadas por los dibujos de las cañas de los tomateros... Piensas, más adelante, en los primeros veranos bajo el techo de unas urbanizaciones pioneras, llenas de jardines y aún levantadas con la decencia que logró sostener César Manrique en Lanzarote y que ahora empieza a ser amenazada... Piensas en el significado de colmatado: puede ser otra ficción del mercado, una irrealidad inventada para frenar y seguir, manejada al antojo... Piensas en el día en que Mogán era el fin del mundo, con un barranco absolutamente verde, lleno de fruta... Piensas en la fecha reciente en que tomasteis la decisión de reencontrarte con el mismo espacio y no asimilasteis el impacto del cambio... Pues el día de la fuga, camino de Maspalomas, pasó otro tanto de lo mismo, hasta el punto de que el coche, al parecer también con dolor encima, decidió ir en dirección a otro punto de la Isla, al que llegamos con la típica inquietud del que trata de cotejar el pasado con el presente. Quizás otra modificación a lo bestia, pensamos.

Ayagaures, tras cruzar las mansiones de Monte León. Las montañas son verdes por la lluvia y el agua cruza la única carretera de subida de un lado a otro. Los imponentes muros de las presas, aún con el escudo de la Falange como signo, tienen sus rebosaderos a pleno rendimiento. En una de las orillas hay una vieja casa de medianeros con el techo a punto de caer, no más de dos habitaciones, con el cartel de una inmobiliaria que anuncia su venta: se especula en corrillo sobre su precio, mientras otros imaginan a su manera las gentes que la habitaban en un tiempo donde vivir allí era tener una vida dura, terminal. Al lado, al borde de la presa, un chalet rodeado de una valla, con alarmas, dispuesto a ser tomado por otro estilo de vida: el todoterreno; una neumática para aprovechar el nivel de embalse; motos para llegar a Las Tederas, y el privilegio de tirar las migas a los patos desde la misma terraza. Restos de máquinas que fueron revolucionarias están al lado de los paredones, sobre un paisaje de trozos de tuberías inútiles, ladrillos derrotados, mecanismos oxidados, puertas a punto de caerse, escaleras de hierros retorcidos que no van a ninguna parte... Toda una parafernalia que denuncia los saltos de época, desde el esfuerzo espectacular para almacenar el agua y evitar la sequía, hasta la superación del momento épico por la devaluación del líquido para la agricultura. El lugar, al atardecer, es como una encrucijada a la que llegan senderistas que vienen de las alturas, motocicletas con inexpertos turistas de excursión, madres y padres que se afanan en cambiar pañales, ciclistas forrados de vestimentas protectoras, familias enteras que llenan los maleteros de sus pertrechos de ocio, un amigo empresario que anda con los ojos del hipnotizado que acaba de descubrir el Edén. Una amalgama de condiciones que, observada con prismáticos, forman una representación muy aproximada de lo que se entiende como fuga, deseo de fugarse, de participar en una fuga, de organizar una fuga o de viajar con la fuga a bordo. El frío empieza a subir desde las Dunas, por los huecos de tantas y tantas construcciones; desde Pilancones, desfiladero abajo, charcos enormes entre piedras gigantes que crujen por el exceso de humedad tras el calor más errante. Una última mirada, antes de partir, celebra esta otra Isla echada igual que un manto sobre la que está debajo, que es horrible y que nos envuelve en el silencio de la culpabilidad, pues nos la dejamos robar poco a poco para que luego nos la devuelvan llena de cicatrices y costurones. Tienen que establecer la fuga, el acto de fugarse, por mandato legal, igual que una bombona llena de oxígeno salvador. Fue un fin de semana, nada más.

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