En vilo y colgados de un hilo
ANTONIO CASTELLANO
Como sucede desde el principio de los tiempos, en la prehistoria como en nuestros días, todo ser humano se ve forzado a garantizar su abastecimiento inmediato y continuado de agua y energía. Su propia subsistencia como cuerpo vivo depende de disponer de agua y alimento. El cuerpo es, simplemente, una máquina que consume, transforma y genera energía: su parada es la muerte. El agrupamiento de seres humanos en sociedades cada vez mayores y más complejas, incrementa la necesidad de calentarse frente al frío, guisar los alimentos y, más tarde, mover máquinas que fabriquen productos o presten servicios: los transportes terrestres, aéreos o marítimos, la producción de agua potable y para riego, las transformaciones químicas, la generación de electricidad y sus infinitas derivaciones. El progreso científico, la investigación, la exploración espacial, la tecnología médica, la cibernética, las telecomunicaciones y cuantos etcéteras añadamos, serían inviables sin energía disponible y garantizada. La superpoblación de la tierra y las expectativas de mejor calidad de vida demandan, insaciable y exponencialmente, cada vez mayor disponibilidad de agua y energía. Pero ningún recurso es inagotable. Sin embargo, nuestra voracidad esquilma las reservas de petróleo, gas o carbón y escatima, en cambio, el apoyo suficiente y decidido a fuentes alternativas e investigaciones como el hidrógeno, el aprovechamiento más eficiente y económico de la energía solar, así como investigar en tecnología nuclear de fusión y potenciar medidas de ahorro y respeto riguroso al medio ambiente o el cumplimiento de tratados como el Protocolo de Kioto. Nunca olvidemos, al afrontar la cuestión energética, la estrecha vinculación -son la misma cosa- del agua y la energía.
Añadamos que toda Europa depende de la importación, especialmente en gas natural y petróleo. La dependencia de España, superior al 50% de suministros exteriores, añade riesgos a nuestra ya difícil posición. Tengamos presente que la escena internacional se ha vuelto complicada e imprevisible por la inestabilidad de los principales proveedores y las consecuencias de la impeorable actitud occidental con la guerra y ocupación de Irak y la radicalización de buena parte de países islámicos contra esa agresión. La escalada de los precios, además de la muerte y destrucción implacables, evidencian la magnitud del error de quienes aseguraron que, derrocado Sadam Husein, bajaría la cotización del oro negro. Mas, si la situación de España es especial, la de Canarias puede calificarse de "especialísima". Nuestra dependencia externa es total, del cien por cien, siendo irrelevante la aportación autóctona en eólica e ínfima en hidráulica. A nuestra dependencia absoluta, la lejanía y el aislamiento, sumemos la fragmentación en siete islas, siete sistemas, que restringen las economías de escala y la eficiencia del conjunto, a lo que añado la inconsciencia práctica de las esferas políticas canarias y del común de la ciudadanía que no se percatan de esa precariedad congénita, dramática e insalvable.
Estas semanas se debate en el tablero europeo sobre OPAS como medio de absorber Compañías Eléctricas o de Gas, desde el propio país, caso Endesa-Gas Natural, en España y EDF-SUEZ, en Francia, o desde otro país comunitario, caso Endesa-E.ON. Al margen de la inevitable politización de tales procesos, lo más importante es analizar el fondo del asunto por cuanto su objeto es el hecho energético de un país y, en este caso, España. Se trata de cambiar la filosofía desde intereses particulares: los partidarios de la máxima desregulación del mercado como suprema razón, pauta y designio para el comportamiento de la Unión Europea se enfrentan a quienes, más escépticos y, creo, con mayor acierto, opinan que la garantía del suministro energético y su regulación han de dirigirse a la mayor seguridad en las fuentes de abastecimiento, en los sistemas de utilización y consumo, la política tarifaria y el acceso universal de todos los nacionales, en el territorio habilitado. No cabe duda que la energía es una "cuestión de soberanía", algo que no puede dejarse a los avatares, egoísmos y marrullerías del puro mercado. Defender ese libérrimo intercambio con base a rígidas normas o criterios europeos, resulta hipócrita. No se entiende que hayamos de atenernos a una supuesta política europea en energía, cuando en aspectos de gran importancia carecemos de políticas únicas para la Unión, en asuntos de mayor urgencia: no tenemos una política de seguridad única, ni una política de inmigración única, ni una política común de defensa única, ni el Reino Unido se ha incorporado al euro como moneda única, ni tenemos una política exterior común ni, para mayor escándalo, tampoco tenemos una política energética común que incluya garantizar, en todo tiempo y circunstancia, el abastecimiento energético de Canarias, región alejada y ultraperiférica.
Detrás de este episodio se oculta un nuevo embate de la política neocon, mercantilista y libremercadista y ultraliberal que pretende abolir cualquier intervención del Estado en los negocios. La directiva Bolkenstein promueve la liberalización total de los servicios públicos, de modo que la policía, la defensa, la sanidad, la energía y otros, se entreguen a la iniciativa privada y sean objeto de especulación, reduciendo calidad, costes de personal y empleo. Pienso que, en cuanto afecte a la energía y a su garantía de servicio debe ser, de una u otra forma, intervenida por el Estado. No se rasguen sus vestiduras los fariseos y puritanos: el artículo 128 de nuestra Constitución afirma que "Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general. Se reconoce la iniciativa pública en la actividad económica. Mediante ley se podrá reservar al sector público recursos o servicios esenciales?". La energía se incluye, por tanto, entre los llamados servicios esenciales y, en mi opinión, ese carácter le predispone a un tratamiento singular. La especificidad de Canarias justifica un estatuto singularísimo para este segmento básico, previo e imprescindible para la vida y la economía. No en vano, varios países europeos -Francia, Alemania y otros- blindan sus empresas energéticas para que no caigan en manos ajenas. Así que, puestos a intervenir, Europa tiene un inmenso campo de trabajo estableciendo una política común en energía, seguridad, inmigración o política exterior. Los globalizadotes aconsejan "pensar en global y actuar en global". Seamos lúcidos y firmes en proteger lo local. En energía, en Canarias, estamos en vilo y colgados de un hilo.
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