Las Palmas de Gran Canaria
SERGIO ESPINO
Nací en esta ciudad hace 40 años. Siendo un chiquillo asocié, por primera vez, el nombre de mi ciudad con las palmeras que veía por todas partes. Me parecieron más hermosas todavía y recordé un libro de la Historia de Canarias que narraba las distintas invasiones que había sufrido el archipiélago. Finalmente nació la ciudad, a orillas del Guiniguada, de nombre Las Palmas de Gran Canaria.
Con las lluvias del pasado mes de enero, fuimos a ver correr los barrancos. Subimos por Arguineguín, llegamos a la presa de Soria y de ahí a Las Niñas. Las laderas de las montañas estaban verdes y, en muchos tramos del barranco, veíamos el agua correr. El cielo estaba azul intenso. Al bajar por San Mateo, la vista era preciosa. Los colores en invierno son impresionantes.
Pero hubo algo que me llamó especialmente la atención ese día. Las palmeras. Me fijé en ellas como hacía tiempo que no hacía. Me pregunté que cómo era posible que un insecto, originario del Sudeste Asiático y llamado picudo rojo, podía acabar con semejantes árboles. Busqué información en internet y me quedé, literalmente, pasmao. El tal bichito tiene un poder destructor brutal. Sólo en Marruecos acabó con más de 10 millones de palmeras. Actualmente un foco, detectado en Elche, amenaza a unas 500.000 palmeras. Como medida de prevención destruirán unas 3.500. La lista de lugares afectados es inmensa.
En Gran Canaria, de momento, se han talado todas las de la plazoleta de Farray y se ha detectado el insecto en la zona de Usos Múltiples. Se sospecha su presencia en la plaza de La Feria y el parque de San Telmo, puerta de entrada al Guiniguada. Desde ahí, directo a las medianías.
En Fuerteventura se han detectado ya 3 focos. En Lanzarote la alerta es máxima.
Con tal panorama, no cabe más que luchar con todos los medios a nuestro alcance. El tema es serio. Corresponde a las Instituciones tomar la iniciativa, invertir en lo que sea necesario, contar con los mejores expertos. Gastar, en definitiva, lo que haga falta. En esta ocasión, ser 7 islas sin duda nos facilita mucho las cosas. Todas las miradas se dirigen al Gobierno Autónomo y a los Cabildos. La sociedad pide que se actúe con urgencia.
En nuestro caso, además, las palmeras son nuestra identidad y nuestra historia. Es la historia de la ciudad en que nacimos. Nuestro es el deber de conservarlas. Si se acaban las palmeras, seremos en parte responsables. La otra parte corresponde al picudo. La naturaleza lo ha perfeccionado hasta convertirlo en una máquina perfecta. Pero, en este caso, no importa que un bicho, originario del Sudeste Asiático, sea exterminado. Aquí no pinta nada.
Está en nuestras manos que el nombre de nuestra ciudad, su origen y su historia, permanezca en el futuro.
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Miguel Marrero Almeida -