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La Voz de Gran Canaria

En el nombre

En el nombre

FRANCISCO J. CHAVANEL

Es imposible deslindar la calidad de los editoriales de El Día del encefalograma de José Rodríguez, su accionista mayoritario y buque insignia del rotativo. Sus escritos suelen resultar anacrónicos, fuera de tiempo, rebosantes de espíritu pleitista y revanchista, vergonzantes para cualquiera que no se cuente entre sus enfebrecidos admiradores. Sin embargo, útiles.

Rodríguez es ya un octogenario. Tiene la salud delicada y sufre la pérdida reciente de su mujer. De sus hijos y herederos ya sabe que de ninguno de ellos puede esperar otra alternativa que la venta del periódico. Y hay cola. Con Plasencia en primera fila. En cualquier caso, Rodríguez nunca estuvo en sus cabales. Hay un montón de anécdotas que lo certifican. Pero El Día, con sus editoriales dominicales, su mantra sobre los perpetuos “despojos” grancanarios, la hegemonía que siempre atribuye a la isla redonda frente a la picuda, la mala digestión, en fin, de la división provincial de 1927, ha constituido el cañón Berta del ejército ático en su deseo, satisfecho, de controlar la región.

A ATI siempre le vinieron estupendamente las “cosas de Pepito Rodríguez”, pues sus “cosas” generan profundas consecuencias en la población tinerfeña: les abre el corazón de victimismo y ahí, en el órgano esencial de todo provincianismo, mora un odio mercurial de difícil erradicación. Hermoso y Rodríguez fueron lo mismo, costaba dividirlos. Es imposible separar una figura de la otra. Es imposible entender la eclosión hermosiana y, por lo tanto, del insularismo y la ausencia de reconocimiento del otro, aunque ese otro sea tan canario como tú, sin profundizar en la alianza de la ATI de “La hora de Tenerife” con Rodríguez.

Pero ATI ya es víctima de las contradicciones de quien siendo isloteñista llega a controlar los presupuestos regionales, la política autonómica, las fuentes por las que mana el poder. De modo que en su seno se ha producido una cierta evolución, la propiciada por las circunstancias y por el necesario lifting, mientras que Rodríguez sigue anclado en las reivindicaciones de quien se siente todavía oposición cuando, en realidad, los que apoya son los caciques de manual que abruman con sus permanentes exhibiciones de dominio territorial.

ATI disfruta con don Pepito. El que la opinión pública conecte a partido político con medio informativo le sirve para justificarse ante las bases cuando éstas la critican por preocuparse demasiado de los problemas autonómicos. Y cuando, como en esta ocasión, don Pepito se pasa y pide un cambio de nombre para Gran Canaria, los dirigentes áticos recuerdan el “respeto” que se le debe a cualquier línea editorial y, en paralelo, muestran una mueca de disgusto con un personaje que les airea su falta de fe en las instituciones regionales.

Pero como la petición de dejar a Gran Canaria sin “Gran” suena a disparatada, propia de un alucinado, los efectos de la “locura” apenas rozan al exagerado poder que centraliza, cuando, en el fondo, el Rodríguez en cuestión es un ayatollah con una buena cohorte de seguidores en el Tenerife profundo, que piensan exactamente lo mismo que él… Que ATI, evidentemente, utiliza a favor de la cuenta de resultados, o en clave interna, si se quiere.

Rodríguez recuerda a ATI que la capitalidad única todavía no se ha conquistado. Ni un modelo político que le garantice su estancia en el poder de manera permanente. Ni que Gran Canaria esté estéril o podrida de enfermedades. Que puede que sus líderes flojeen más de la cuenta, pero que antes o después la isla se recuperará. Que agita a Adán Martín, ahora que goza de gobierno superchicha monocolor, para que “arrebate” todo lo que pueda, pues raramente se vivirá un tiempo más favorable que éste. Que quitarle el nombre es un eufemismo: basta con que deje de ser grande para siempre.

Aunque redactado de forma exagerada, el editorial de Pepe Rodríguez es el retrato perfecto de dónde estamos: la isla que fue locomotora, desenganchada del resto.

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