Chucu-chucu Melchior
CARLOS G. ROY
Las cosas están llegando a un límite en el que el mejor servicio que algunos (y algunas) políticos podrían prestar si de verdad les interesa Canarias es dimitir y largarse a su casa a hacer puñetas, o lo que más les guste. Por supuesto, no lo harán, sino que continuarán aferrándose a las moquetas como ácaros porque gracias a los cargos públicos tienen demasiadas operaciones en marcha de dudosa legitimidad como para dejar colgados por las buenas a quienes con tanta generosidad les pagan y mandan. Se presentan ante nosotros como imprescindibles, como si sin ellos no tuviésemos la mínima posibilidad de futuro, pero, qué quieren que les diga, cada día que pasa estoy más convencido de que deberíamos probar a ver cómo se vive sin verles.
Empleemos como ejemplo ilustrativo el trenecito de Ricardo Melchior y la maraña de verdades a medias, cuando no falsedades directas, que se han difundido a su alrededor con objeto de confundir a la opinión pública para mantenerla calmada. A bote pronto, tal vez no suene descabellado el que se mejoren las comunicaciones entre dos núcleos de población importantes y prácticamente unidos como La Laguna y Santa Cruz, máxime con el trajín de viajeros, sobre todo universitarios, que se desplazan cada día. Lo malo es que una estructura ferroviaria, se le pongan las paradas que se le pongan, es excesivamente rígida, de modo que, a no ser que se pueble de ramales como el metro (y no es el caso), tan sólo vendrá bien a quienes más a mano tengan los apeaderos, pero no a la gran mayoría de los usuarios potenciales, a quienes no veo cogiendo una guagua o un taxi para acudir a la estación. Sin embargo, en los planes de viabilidad se da por seguro que casi todo cristo tomará el tranvía, aunque les pille en el quinto pino. Mal empezamos.
La segunda falacia gira alrededor del concepto de regalo con que se quiere vender propagandísticamente el proyecto. Se dice que la bendita Unión Europea se ha medio empeñado en darles dinero por un tubo y por todo el morro para que se construya el trenecito chucu-chucu. Y por eso, porque es de bien paridos ser agradecidos, no se le mira el diente al caballo regalado y si hay que hacer un tren, se hace y punto en boca. Pues muy bien me parece. Si mañana a un alma caritativa le da por concederme un jet privado, le agradecería mucho la deferencia pero, a no ser que pudiera venderlo ese mismo día, rechazaría el obsequio envenenado, ya que la posesión de ese avión haría añicos mi economía ya de por sí maltrecha, simplemente con las tasas aeroportuarias, el mantenimiento, personal, combustible, etc. Al final acabaría entrampado hasta las orejas y cagándome en la madre de quien tuvo la ocurrencia de regalármelo. Las infraestructuras ferroviarias son, por si Melchior desconoce este pequeño detalle, un auténtico pozo sin fondo debido a los altos costes de mantenimiento constante que se maman. Si no se garantiza un llenazo continuo, algo que no va a suceder ni en broma, este tranvía está condenado a entrampar aún más las cuentas de un cabildo que oculta celosamente su deuda real. O, dicho de otro modo, que el pato del capricho lo pagaremos todos y cada uno de los contribuyentes a tocateja de un modo u otro.
He reservado para el final lo más importante. La gran falacia. Y es que ni siquiera es cierto que la Unión Europea le haya regalado al cabildo chicha (que no tinerfeño) ni un euro para financiar parcialmente el proyecto, tal y como se ha dicho por activa y por pasiva. La realidad es que la Comisión, a través del Banco Central Europeo, le ha prestado simplemente el dinero con unos intereses preferenciales. Pero es un crédito, y no a fondo perdido, de modo que el capital habrá de devolverse durante los próximos treinta años. O, dicho de otro modo, que los alrededor de cincuenta mil millones de pesetas (sin contar mantenimiento) por los que va a salir la broma acabaremos de un modo u otro pagándolos entre todos, al margen de en qué municipio o isla se resida. Con ese dinero se podrían construir dos hospitales como el Negrín, por ejemplo en los sures de las islas capitalinas o en las menores, pero eso no interesa porque colisiona con los empresarios privados amigos que cuentan con clínicas particulares en esas zonas y a los que no se les puede chafar el negocio así por las buenas.
Tenerife es una isla con una mayoría tinerfeña sometida por el gobierno de una minoría chicharrera a través de su partido ático. Pues muy bien. Pero a mí todos los indicios me llevan a pensar que éste es uno de esos proyectos que se ejecutan con un único fin: ejecutarlo. Porque como no somos niños, todos sabemos con qué facilidad corren que se las pelan las comisiones entre las constructoras, las suministradoras de material y vehículos, las inmobiliarias, etc. Y a todas ellas les da igual que el invento sea o no rentable o simplemente necesario: lo único que precisan es vender la tela y luego que otros soporten la vela.
Si Melchior quería ser recordado por algo, que se hubiese mandado hacer un busto de plástico para plantificarlo en el vestíbulo del cabildo, mismamente. Saldría más barato, dónde va a parar, y no le dejaría ningún marronazo a sus sucesores: bastaría con tirarlo a la basura y sanseacabó.
Las cosas están llegando a un límite en el que el mejor servicio que algunos (y algunas) políticos podrían prestar si de verdad les interesa Canarias es dimitir y largarse a su casa a hacer puñetas, o lo que más les guste. Por supuesto, no lo harán, sino que continuarán aferrándose a las moquetas como ácaros porque gracias a los cargos públicos tienen demasiadas operaciones en marcha de dudosa legitimidad como para dejar colgados por las buenas a quienes con tanta generosidad les pagan y mandan. Se presentan ante nosotros como imprescindibles, como si sin ellos no tuviésemos la mínima posibilidad de futuro, pero, qué quieren que les diga, cada día que pasa estoy más convencido de que deberíamos probar a ver cómo se vive sin verles.
Empleemos como ejemplo ilustrativo el trenecito de Ricardo Melchior y la maraña de verdades a medias, cuando no falsedades directas, que se han difundido a su alrededor con objeto de confundir a la opinión pública para mantenerla calmada. A bote pronto, tal vez no suene descabellado el que se mejoren las comunicaciones entre dos núcleos de población importantes y prácticamente unidos como La Laguna y Santa Cruz, máxime con el trajín de viajeros, sobre todo universitarios, que se desplazan cada día. Lo malo es que una estructura ferroviaria, se le pongan las paradas que se le pongan, es excesivamente rígida, de modo que, a no ser que se pueble de ramales como el metro (y no es el caso), tan sólo vendrá bien a quienes más a mano tengan los apeaderos, pero no a la gran mayoría de los usuarios potenciales, a quienes no veo cogiendo una guagua o un taxi para acudir a la estación. Sin embargo, en los planes de viabilidad se da por seguro que casi todo cristo tomará el tranvía, aunque les pille en el quinto pino. Mal empezamos.
La segunda falacia gira alrededor del concepto de regalo con que se quiere vender propagandísticamente el proyecto. Se dice que la bendita Unión Europea se ha medio empeñado en darles dinero por un tubo y por todo el morro para que se construya el trenecito chucu-chucu. Y por eso, porque es de bien paridos ser agradecidos, no se le mira el diente al caballo regalado y si hay que hacer un tren, se hace y punto en boca. Pues muy bien me parece. Si mañana a un alma caritativa le da por concederme un jet privado, le agradecería mucho la deferencia pero, a no ser que pudiera venderlo ese mismo día, rechazaría el obsequio envenenado, ya que la posesión de ese avión haría añicos mi economía ya de por sí maltrecha, simplemente con las tasas aeroportuarias, el mantenimiento, personal, combustible, etc. Al final acabaría entrampado hasta las orejas y cagándome en la madre de quien tuvo la ocurrencia de regalármelo. Las infraestructuras ferroviarias son, por si Melchior desconoce este pequeño detalle, un auténtico pozo sin fondo debido a los altos costes de mantenimiento constante que se maman. Si no se garantiza un llenazo continuo, algo que no va a suceder ni en broma, este tranvía está condenado a entrampar aún más las cuentas de un cabildo que oculta celosamente su deuda real. O, dicho de otro modo, que el pato del capricho lo pagaremos todos y cada uno de los contribuyentes a tocateja de un modo u otro.
He reservado para el final lo más importante. La gran falacia. Y es que ni siquiera es cierto que la Unión Europea le haya regalado al cabildo chicha (que no tinerfeño) ni un euro para financiar parcialmente el proyecto, tal y como se ha dicho por activa y por pasiva. La realidad es que la Comisión, a través del Banco Central Europeo, le ha prestado simplemente el dinero con unos intereses preferenciales. Pero es un crédito, y no a fondo perdido, de modo que el capital habrá de devolverse durante los próximos treinta años. O, dicho de otro modo, que los alrededor de cincuenta mil millones de pesetas (sin contar mantenimiento) por los que va a salir la broma acabaremos de un modo u otro pagándolos entre todos, al margen de en qué municipio o isla se resida. Con ese dinero se podrían construir dos hospitales como el Negrín, por ejemplo en los sures de las islas capitalinas o en las menores, pero eso no interesa porque colisiona con los empresarios privados amigos que cuentan con clínicas particulares en esas zonas y a los que no se les puede chafar el negocio así por las buenas.
Tenerife es una isla con una mayoría tinerfeña sometida por el gobierno de una minoría chicharrera a través de su partido ático. Pues muy bien. Pero a mí todos los indicios me llevan a pensar que éste es uno de esos proyectos que se ejecutan con un único fin: ejecutarlo. Porque como no somos niños, todos sabemos con qué facilidad corren que se las pelan las comisiones entre las constructoras, las suministradoras de material y vehículos, las inmobiliarias, etc. Y a todas ellas les da igual que el invento sea o no rentable o simplemente necesario: lo único que precisan es vender la tela y luego que otros soporten la vela.
Si Melchior quería ser recordado por algo, que se hubiese mandado hacer un busto de plástico para plantificarlo en el vestíbulo del cabildo, mismamente. Saldría más barato, dónde va a parar, y no le dejaría ningún marronazo a sus sucesores: bastaría con tirarlo a la basura y sanseacabó.
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