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La Voz de Gran Canaria

Isla Canalla e Isla del Infierno

Isla Canalla e Isla del Infierno

PINELA VÁZQUEZ BRUNO

No me sorprendió el editorial de don Pepito, El Inquisidor, publicado el pasado domingo en El Día. Confieso que lo esperaba hasta con cierto morbo y, finalmente, ¡se atrevió!

Invoca El Inquisidor don Pepito una sarta de razones para suprimir Gran del nombre de esta isla. Todo ello con la loable intención de aprovechar la reforma de nuestro Estatuto de Autonomía, dejando así reflejado con claridad y transparencia (tipo “el algodón no engaña”) su verdadera denominación, y no la actual de Gran Canaria, “equívoca, falsa, insolidaria y perversa para con los demás”, según palabras de don Pepito.

Claro. ¿Por qué Gran Canaria? ¿Solo porque lo dijo en su día (entre otros muchos historiadores) “un tal” Fray Juan de Abreu y Galindo? Se han detectado claros indicios de que el fraile en cuestión fue sobornado por los faycanes de Telde y los guanartemes de Agaldar la Real, y dicen que hasta se dejó untar por “un tal” Doramas. Pero todo el mundo sabe que Doramas tampoco existió, y es sólo producto de la mente de los envidiosos grancanarios, huérfanos de héroes, pues habían emigrado todos a Tenerife.

Este paladín de la Nivaria invicta está siendo muy indulgente. ¿Por qué dejarle ostentar el nombre de Canaria? ¿Se lo merece acaso esta isla que (según sagradas palabras de don Pepito) “se han salido de quicio”. ¡Claro que no! Esta isla debe quedar reflejada en el Estatuto no como Canaria, sino como Canalla, por sus delirios de grandeza, vanidad, engreimiento e insolaridad. También por reforma estatutaria, debía quedar marginada, sola, fané y descangallada.

Además, ¡ya está bien de atropellos contra la frágil Tenerife! Menos mal que en los últimos 20 años se han podido corregir algunos agravios y desequilibrios: se ha conseguido que todas las sedes del Gobierno estén donde tienen que estar: en Tenerife.

¿Quién es “un tal” Rafael Nebot para adjudicarse los méritos de ese acontecimiento musical que da a Canarias reconocimiento internacional? ¿Simplemente porque hace más de 20 años ha sido su Pigmalión, colocándolo donde hoy está? ¡Tonterías!. Eso lo hace cualquiera y además “por concurso”. Así lo decidirá según sus propias palabras, doña Dulce Xerach (amarga para Gran Canaria).

También debe incluirse en el Estatuto un cambio en el escudo de Canarias: en vez de los perros (ya repudiados) irán dos chicharros rampantes bajo una banda laureada con la leyenda “non plus Anaga”. ¡Es de justicia!.

Por último, pido humildemente, en nombre de los proscritos de la isla Canalla, se nos conceda el derecho a un último deseo que tienen todos los reos. El nuestro es que a la isla de Tenerife se le devuelva en el Estatuto el nombre que le dieron los antiguos desde el año 1350: Isla del Infierno. Resulta cálido, ¿verdad?
¿A que esperamos para las dos autonomías? ¡Pronto será tarde!.

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