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La Voz de Gran Canaria

Ayer y hoy de la navidad Laspalmeña

Ayer y hoy de la navidad Laspalmeña

JUAN JOSÉ LAFORET

Eduardo Benítez Inglott, en sus tiempos de Cronista Oficial de esta ciudad, en las Navidades de 1953 publicó, en la revista Isla, un interesante artículo titulado "Las Navidades Isleñas", en el que, tras un exhaustivo repaso a lo que habían sido y eran las costumbres navideñas en Gran Canaria, concluía, entre otras cosas, en que "ahora, en los tiempos en que vivimos, son bien distintas las características del día de Navidad en nuestra urbe.

Antes se almorzaba y se comía: ahora, se come y se cena. Son pocos los Nacimientos y hasta los pasteles han cambiado de tamaño y no digamos de calidad, aunque sí de precio. Casi no existe la turronera, pues los expendedores callejero del sabroso producto isleño son, en su mayoría, del sexo fuerte. El paraguas y el farol pasaron a la historia. Todo, o gran parte, ha cambiado".

Por su parte, Domingo J. Navarro, que también fue Cronista Oficial de esta capital, en sus celebrados "Recuerdos de un Noventón", en los pocos, pero significativos y elocuentes párrafos que dedica a la Navidad en su ciudad, habla siempre en pasado, como queriendo diferenciar las fiestas y costumbres navideñas que vivió en su infancia y juventud, de las que ya imperaban en los momentos en que finaliza la redacción del libro en octubre de 1895.

En el libro "Nuestra Ciudad" de Luis García de Vegueta, Cronista Oficial desde hace más de tres décadas, después de Luis Doreste Silva, encontramos un capítulo titulado "El Nacimiento", donde también se percibe el tiempo pasado, pero en la intimidad una escena familiar deliciosa, muy sugerente, que puede estar por encima de todas las épocas, de las distintas modas, de las nuevas costumbres que, como llegan, también se terminan por ir. Quizá a las costumbres y a los festejos navideños en esta isla, como en muchos otros lugares del mundo, se les pueda aplicar aquello de "todo tiene que cambiar, para que todo siga igual".

Es algo que percibe magníficamente José Miguel Alzola en su libro "La Navidad en Gran Canaria", otro auténtico clásico de la historiografía local isleña que acaba de ser reeditado. Para quien "también la Navidad, inmutable en su motivación trascendente, ha ido cambiando con el paso de los años, unas veces para mejorar otras para desviarse de la causa por la que fue incorporada al calendario festivo del mundo occidental: conmemorar la natividad de Jesús en Belén ?".

Sin duda alguna un festejo tan vivido de cerca, tan arraigado en los usos y costumbres de una inmensa mayoría de los ciudadanos, no puede ser ajeno a las transformaciones sociales, culturales y económicas que cambian y modelan poco a poco el ser y el sentir de una sociedad, expuesta a las más dispares influencias dada la presencia constante y enorme de los medios de comunicación y de la publicidad.

Es verdad que para una parte de la población -prefiero no medir su tamaño en estos párrafos-, la Navidad se ha convertido simplemente en otra fiesta más del calendario, quizá la fiesta de la familia, pero sobre todo una fiesta marcada por el consumo, tanto que en alguna ocasión he sentido que se trataba de una mera reunión para entregar regalos en el marco de una opípara cena, ¿y luego?, mucha copa, algo de baile y bastante no saber qué hacer , o no saber a carta cabal el porqué de aquella reunión.

Sin embargo, tras unos años, quizá largos, de mucho despiste, de alejamiento de hermosas costumbres, la ciudad, la isla en general, ha recuperado con esplendor mucho del sentido tradicional y de las costumbres más propias de la Navidad, de su Navidad, pero eso sí, modeladas en cierta manera al carácter y al sino de los tiempos que nos ha tocado vivir. Si antes eran característicos en las calles "Los Ranchos de Navidad", también recuperados tal cual en algunas localidades como Teror o La Aldea, ahora son ya característicos en Las Palmas de Gran Canaria los grandes y multitudinarios conciertos de Villancicos a cargo de grupos y coros locales o de algunos otros venidos de fuera para esta actuación, como el anual Concierto de Villancicos de la Plaza de Santa Ana, o el esperado concierto de Los Gofiones.

Y no olvido que, frente a la antigua fiesta en familia y a la presencia de algunas parrandas en las calles de la "media noche p´al día", para dar serenatas con villancicos, isas, folías y boleros, hoy de esa "media noche p´al día" lo que encontramos son ingentes multitudes de jóvenes, y no tan jóvenes, en las calles, con la famosa "litrona", o desbordando establecimientos de copas que abren en la madrugada del 25 de diciembre; sin olvidar el auténtico desborde en el que se ha convertido la nueva y reciente costumbre de la víspera de Reyes en el barrio de Triana. Si hoy sería imposible preparar en casa dulces y pasteles, o limitarnos a las exquisitas ofertas de los obradores artesanales, la verdad es que encontramos una corriente que intenta, a través de la oferta comercial más amplia, acercarse a los productos y a la gastronomía más propia de estas fiestas y del entorno en el que vivimos.

Y qué decir de los nacimientos, que han vuelto a recuperar muchísimo de su antiguo esplendor, quizá sobrepasándolo en alguna medida; claro que ahora éstos no pueden estar instalados en habitaciones y patios de casas particulares, algo impensable e improcedente en la hora actual, sino en lugares públicos como centros comerciales (auténtica ágora de la sociedad actual), plazas públicas, salones de centros culturales y otras sociedades e, incluso, en los escaparates de algún que otro comercio, desde donde conviven con el pino o abeto de Navidad, que se ha instalado ya como una costumbre casi propia, al menos a los ojos de las generaciones más jóvenes.

Pensemos que hoy como ayer, que en el siglo XXI, como ya ocurriera en otros siglos anteriores, todo cambia para ofrecernos una nueva versión de lo tradicional, de unas costumbres que puedan ser comprendidas y aceptadas por las nuevas generaciones y, así, perpetuarse una vez más. Desde esta perspectiva, y retomando al ya mencionado Eduardo Benítez Inglott, "nosotros sin meternos a discutir si era mejor aquello que esto, o viceversa", se nos viene a la mente un clásico pensamiento que nos dice que "todo lo que no es tradicional es falso".

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