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La Voz de Gran Canaria

Del autoritarismo a la falta de autoridad

Del autoritarismo a la falta de autoridad FRANCISCO J. CHAVANEL

El Partido Popular en Canarias lleva seis meses en la UVI. En ese corto periodo de tiempo ha perdido su posición de privilegio en el Gobierno, las alcaldías de Santa Cruz de La Palma y San Bartolomé de Tirajana, la coalcadía de Arucas y la presidencia del Cabildo de Lanzarote. Por si fuera poco, la debacle de Lanzarote derivó en crisis, de tal forma que Soria, que intenta imponer una gestora, es contestado internamente hasta el punto de de que si no frena en su frenesí autoritario puede convertir a los populares en fuerza testimonial en la isla conejera.

Hay más: los conservadores tinerfeños se sienten como si no existieran. La política soriana de desplegar su artillería insularista contra Adán Martín los ningunea: es como si su líder les espetara en la cara que para su supervivencia no existen intereses mayores que los de Gran Canaria. Por añadidura, el prusianismo de Soria obliga al partido tinerfeño a mantener los pactos con ATI en las principales instituciones de Tenerife, con lo que el desánimo, la frustración, y los deseos de marcharse crecen en la militancia. Soria mantiene esa estrategia dual, tan distinta como contradictoria, en su deseo de no perder del todo las amistades con ATI de cara a un posible pacto de legislatura en el 2007.

El nuevo colmo de las intrigas populares, colmo de los disparates de asesores imcompetentes, servicios de inteligencia carentes de información, rigor de parvularios, es el golpe de mano de Santa Brígida, donde primero intentaron presentar una moción de censura contra su propio candidato (Carmelo Vega), y que derivó en la dimisión de Vega, alicaído en su ánimo al descubrirse traicionado por sus compañeros. Qué gran negocio: de poseer una mayoría absoluta han pasado a tener una minoría relativa. Y, además, con Vega en la oposición, personaje controvertido como pocos pero muy querido para muchos de sus ciudadanos.

Vega, no uno de los nuestros sino uno de ellos, desde dentro, apenas recuperado de la insurrección, ha relatado, de momento muy fragmentariamente, cómo funciona este Partido Popular, del que ya anuncia su marcha. El culto a la personalidad de Soria, sus continuos engaños, la amistad que dice sentir hacia quienes le ayudaron y de la que se olvida en los momentos claves, el papel exterminador de Larry Álvarez, la ambición sin límites de un grupo de jóvenes actores sin conocimiento para interpretar los sutiles avatares de la política, el autoritarismo del líder que no permite actos que contravengan o que hieran su política de tierra quemada. Vega asegura que cayó porque en el PP fue anatemizado desde el día en que invitó a Adán Martín a las fiestas patronales, o que dio un pregón Ángel Luis Sánchez Bolaños. Su manera de entender la existencia, campechana y con los brazos abiertos a todo el mundo, chirría con la claustrofóbica y policial impuesta por la pareja Soria/Larry.

Pues bien: demostrado está que el autoritarismo, cuando no se controlan todos los elementos que siegan la libertad, no funciona. A medida que los fracasos crecen, la autoridad se discute, cruje y, a veces, es materia de mofa. En el Partido Popular hay un ejército de rebeldes neonatos que saltarán al cuello de su líder en el 2007.

Quien lo sufre en primer plano es Pepa Luzardo, alcaldesa por la gracia de Aznar. Poco ducha en el uso del autoritarismo, cabezuda en sus interpretaciones, y más cabezuda todavía en sus acciones, Luzardo avanza celéricamente a atarse al palo mayor de la falta de credibilidad, la tumba de cualquier político.

Sólo la estupidez estimula a un cargo público defender una ilegalidad como fue la desampliación del dique Reina Sofía, y sólo el mismo empecinamiento en la misma estupidez lleva a la citada persona a precipitarse de nuevo en la claraboya del Istmo. Lo último no es cosa baladí. Si un político, por sus genitales, por sus pistolas, porque lo digo yo, le asegura a 400.000 ciudadanos que la razón es suya, que la obra se hace desde ya, que todos los demás están equivocados, y luego resulta que eso no es verdad, que el Consejo de Estado le dice que miente, que el Gobierno central le dice que miente, que Bruselas le dice que miente, que hasta el Ejecutivo canario se ve en la obligación de alejar de su compañía a personas con patologías obsesivas y carentes de sentido común, es que su respetabilidad se desliza por el tobogán del caos.

Y será por eso por lo que un jefe de policía municipal, aprovechando el día del patrón, en un discursito de protocolo, se gasta la jeta, la osadía, y la falta de respeto, de denunciar en la cara a la alcaldesa que su gestión en el ámbito de la policía local es un verdadero desastre. Desde luego no era el sitio ni el lugar, pero justamente lo que está en juego es su sitio y su lugar en el 2007. Luzardo, con la suprafidelidad arcaica demostrada a su líder, se ha llevado la peor parte. Es mujer (y a los “machos” les sigue encantando ridiculizar a una mujer), y no posee suficientes fondos de reptiles, ni larrys que pongan firmes a cargos públicos o amenacen a los disidentes.

El autoritarismo, representado en el PP por Soria, y la falta de autoridad, representada por Pepa Luzardo, son en realidad la misma cosa, parten del mismo virus: es la incapacidad de ganarse a la sociedad por lo que uno es, por sus conocimientos, su valía, la calidad de sus propuestas, la luz de sus promesas o compromisos, el coraje de cumplirlos, por estar donde está el sufrimiento o la felicidad, en la calle, donde habita el votante.
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