El descrédito autonómico
JOSÉ A. ALEMÁN
En cuanto se alude a lo mal que le va a Gran Canaria con el Gobierno ático, salen desde esa banda con lo del desarrollo experimentado por la isla. No saben, por lo visto, que una cosa es desarrollo y dos cosas crecimiento económico. Es verdad que no puede haber desarrollo sin crecimiento, pero sí cabe crecimiento sin desarrollo. Porque el crecimiento se relaciona más con el volumen de dinero circulante y las oportunidades de negocio y el desarrollo con la mejora generalizada de la calidad y de las condiciones de vida de la población, que es lo que importa. Si yo me como un pollo entero y usted no, no es cierto que los dos hayamos comido medio pollo. Nadie le ha negado a ATI-CC que favorezca el crecimiento de los negocios; está por ver que lo haga con el desarrollo; no ya de Gran Canaria sino del resto del Archipiélago, Tenerife incluida.
En otras palabras: el que se hayan hecho grandes fortunas en estos años no ha reducido la marginación y la pobreza en las Islas. Cada vez son más las familias que no llegan a fin de mes y continuamos con los salarios más bajos del país; entre otras lacras como la precariedad de los empleos, etcétera. La reducción de tales índices es lo que da la medida del desarrollo real. La diferencia es tan elemental que hasta vergüenza da recordarla.
Por otro lado, no es ningún secreto que el 1% del PIB canario son dineros venidos de fuera (subvenciones y ayudas estatales o europeas). O sea, fondos no generados por la desarrolladísima economía canaria, que no es un gigante sino un enano gordo y fofo expuesto a que lo pongan a dieta en cuanto desaparezcan o se reduzcan lo que los más viejos del lugar llaman subsidios con sorprendente tino.
Esa importante masa de dinero foráneo ha tenido dos efectos perversos, a mi entender: el de propiciar el intervencionismo del Gobierno que la distribuye y el favorecimiento a los grupos cercanos al poder mediante la centralización de las decisiones. Esa cercanía a los centros de decisión es hoy un activo empresarial que posibilita los mejores negocios.
El mecanismo de acciones y relaciones se mueve por debajo de las inversiones públicas. En el caso de Gran Canaria, que la CCE hablara de desequilibrio inversor sólo indica que ésa es su única inquietud, lo que le ha servido a los amanuenses áticos para agarrarse al diferencial inversor y desviar la atención de lo que realmente se habla. Por ejemplo, de las partidas innominadas, de las que no se saben los apellidos hasta la liquidación de los presupuestos; o del ya aludido intervencionismo gubernamental centralizado en un reducido grupo de políticos y de empresarios influyentes que alcanza hasta a la Sanidad. En definitiva, el núcleo de intereses que domina o se reparte la economía. Los beneficiarios del crecimiento, que no desarrollo.
Se habla, en fin, de subvenciones y ayudas que se retrasan a veces años según de qué isla sea el beneficiario y las agarraderas de que disponga; de sedes de órganos con sede teórica en Gran Canaria dirigidos por políticos y funcionarios residentes en Tenerife, donde hay departamentos tan selvatizados que resulta más operativo olvidarlos en las demás islas. Porque no es sólo Gran Canaria la agraviada, insisto. En ellos se despachan (o se estanca y mueren) asuntos de menor cuantía que no merecen honores de primera página ni son objeto de comentarios periodísticos, pero con los que padece el ciudadanaje. Cuestiones pequeñas que producen gran desencanto y frustración.
Intervencionismo centralizador, economía subvencionada y desconfianza mutua. Las tres patas que sostienen un sistema basado esencialmente en el principio de competencia interinsular a muerte. Las islas compiten en todos y cada uno de los renglones de la actividad económica por lo que no es irrelevante que las decisiones en turismo, agricultura, puertos (como pretenden ahora), servicios, etcétera, aparezcan no ya sólo intervenidas y centralizadas, sino, además, en manos de gente proclive y hasta alineada con uno de los competidores en perjuicio del otro. Para mayor desconfianza porque a cualquiera intranquiliza que su rival en el mercado esté al corriente de sus planes e intenciones y en condiciones de incidir en las decisiones para arruinarle las iniciativas. Casos se han dado.
El Gobierno no puede así convencer a nadie de su famoso equilibrio. Menos de su exquisitez. Es físicamente imposible que en un ámbito de competencia feroz, el Gobierno, que crece en capacidad intervencionista y centralizadora, no se incline por los intereses políticos y económicos más cercanos que, encima, son los que inciden sobre su electorado directo. Es hasta comprensible.
Por mucho que los defensores de CC-ATI culpen a los malvados canariones del descrédito autonómico, éste se debe a contradicciones de raíz. Y ponerlas de manifiesto no es odiar a Nivaria, como se ha atrevido a decir alguno, sino criticar al Gobierno que se ampara en el mito del enemigo exterior.
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En cuanto se alude a lo mal que le va a Gran Canaria con el Gobierno ático, salen desde esa banda con lo del desarrollo experimentado por la isla. No saben, por lo visto, que una cosa es desarrollo y dos cosas crecimiento económico. Es verdad que no puede haber desarrollo sin crecimiento, pero sí cabe crecimiento sin desarrollo. Porque el crecimiento se relaciona más con el volumen de dinero circulante y las oportunidades de negocio y el desarrollo con la mejora generalizada de la calidad y de las condiciones de vida de la población, que es lo que importa. Si yo me como un pollo entero y usted no, no es cierto que los dos hayamos comido medio pollo. Nadie le ha negado a ATI-CC que favorezca el crecimiento de los negocios; está por ver que lo haga con el desarrollo; no ya de Gran Canaria sino del resto del Archipiélago, Tenerife incluida.
En otras palabras: el que se hayan hecho grandes fortunas en estos años no ha reducido la marginación y la pobreza en las Islas. Cada vez son más las familias que no llegan a fin de mes y continuamos con los salarios más bajos del país; entre otras lacras como la precariedad de los empleos, etcétera. La reducción de tales índices es lo que da la medida del desarrollo real. La diferencia es tan elemental que hasta vergüenza da recordarla.
Por otro lado, no es ningún secreto que el 1% del PIB canario son dineros venidos de fuera (subvenciones y ayudas estatales o europeas). O sea, fondos no generados por la desarrolladísima economía canaria, que no es un gigante sino un enano gordo y fofo expuesto a que lo pongan a dieta en cuanto desaparezcan o se reduzcan lo que los más viejos del lugar llaman subsidios con sorprendente tino.
Esa importante masa de dinero foráneo ha tenido dos efectos perversos, a mi entender: el de propiciar el intervencionismo del Gobierno que la distribuye y el favorecimiento a los grupos cercanos al poder mediante la centralización de las decisiones. Esa cercanía a los centros de decisión es hoy un activo empresarial que posibilita los mejores negocios.
El mecanismo de acciones y relaciones se mueve por debajo de las inversiones públicas. En el caso de Gran Canaria, que la CCE hablara de desequilibrio inversor sólo indica que ésa es su única inquietud, lo que le ha servido a los amanuenses áticos para agarrarse al diferencial inversor y desviar la atención de lo que realmente se habla. Por ejemplo, de las partidas innominadas, de las que no se saben los apellidos hasta la liquidación de los presupuestos; o del ya aludido intervencionismo gubernamental centralizado en un reducido grupo de políticos y de empresarios influyentes que alcanza hasta a la Sanidad. En definitiva, el núcleo de intereses que domina o se reparte la economía. Los beneficiarios del crecimiento, que no desarrollo.
Se habla, en fin, de subvenciones y ayudas que se retrasan a veces años según de qué isla sea el beneficiario y las agarraderas de que disponga; de sedes de órganos con sede teórica en Gran Canaria dirigidos por políticos y funcionarios residentes en Tenerife, donde hay departamentos tan selvatizados que resulta más operativo olvidarlos en las demás islas. Porque no es sólo Gran Canaria la agraviada, insisto. En ellos se despachan (o se estanca y mueren) asuntos de menor cuantía que no merecen honores de primera página ni son objeto de comentarios periodísticos, pero con los que padece el ciudadanaje. Cuestiones pequeñas que producen gran desencanto y frustración.
Intervencionismo centralizador, economía subvencionada y desconfianza mutua. Las tres patas que sostienen un sistema basado esencialmente en el principio de competencia interinsular a muerte. Las islas compiten en todos y cada uno de los renglones de la actividad económica por lo que no es irrelevante que las decisiones en turismo, agricultura, puertos (como pretenden ahora), servicios, etcétera, aparezcan no ya sólo intervenidas y centralizadas, sino, además, en manos de gente proclive y hasta alineada con uno de los competidores en perjuicio del otro. Para mayor desconfianza porque a cualquiera intranquiliza que su rival en el mercado esté al corriente de sus planes e intenciones y en condiciones de incidir en las decisiones para arruinarle las iniciativas. Casos se han dado.
El Gobierno no puede así convencer a nadie de su famoso equilibrio. Menos de su exquisitez. Es físicamente imposible que en un ámbito de competencia feroz, el Gobierno, que crece en capacidad intervencionista y centralizadora, no se incline por los intereses políticos y económicos más cercanos que, encima, son los que inciden sobre su electorado directo. Es hasta comprensible.
Por mucho que los defensores de CC-ATI culpen a los malvados canariones del descrédito autonómico, éste se debe a contradicciones de raíz. Y ponerlas de manifiesto no es odiar a Nivaria, como se ha atrevido a decir alguno, sino criticar al Gobierno que se ampara en el mito del enemigo exterior.
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