El principio de competencia
JOSÉ A. ALEMÁN
Adán Martín anunció la disposición gubernamental a impulsar el Ente de Puertos de Canarias. Pretende con él aglutinar los puertos más importantes para favorecer la cohesión interinsular. En el Ente estarían representados los empresarios y los siete cabildos por lo que, dijo sin ponerse colorado, no se puede ser más transparente y participativo. Sólo le faltó echarse un riqui raca a sí mismo.
No creo disparatado pensar, tal y como nos las gastamos, que el Ente portuario será un nuevo foco de fricciones interinsulares y de luchas hegemónicas. Sé que cuestionar cualquier propuesta tópica a la unidad y a la armonía del Archipiélago es exponerse a ser tachado de enemigo de la construcción de Canarias y dos piedras. Por parte, claro está, de los adictos al Gobierno y de quienes aún se tragan los grandes palabros, con sorprendente buena fe a pesar de las evidencias. Pero no hay otro remedio que apechugar con ello.
En los últimos rifirrafes, los políticos expresaron alegría porque no se formaron las marimorenas de antaño. El pleito ha perdido entidad, dijeron, porque la discusión no fue a mayores. Sin percatarse de que si eso es cierto, que por fortuna lo es, se debe precisamente a que la gente les tiene cogido el número a ellos. Porque la población, los administrados, en definitiva, han comprendido que el conflicto siempre ha sido entre los grandes dineros y sus correspondientes arietes políticos y que la disputa es sobre cuestiones de poder, de hegemonía, de dominio y de negocios que sólo a ellos importa y que poco o nada afectan a la vida del común. Éste seguirá tirando al margen de quien vaya ganando por arriba. No es su guerra.
De los sectores de poder político y económico ha salido la idea del Ente de Puertos. Que supone, lisa y llanamente, ampliar a los puertos las posibilidades de que una isla meta las narices en los asuntos de la otra. Decir estas cosas, repito, conlleva riesgos pero es lo que hay y a eso hemos de atenernos.
Hace años, cuando se elaboraba el Estatuto de Autonomía, se impuso como principio la idea de que la competencia interinsular a muerte formaba parte esencial de la naturaleza política y económica del Archipiélago. Algunos ilusos, entre los que figuraba yo, hablábamos de complementariedad y nos llamaron toletes. Y curiosamente señalábamos como ejemplo a los puertos y su especialización para hacer que el conjunto apareciera ante el exterior como un gran centro único de tránsito, de servicios, de contrataciones, reparaciones, de interacción, etcétera. ¿Por qué entonces era estúpido lo mismo que hoy, más o menos, pretende el Gobierno? Porque evidentemente no va por ahí.
Triunfó entonces, ya digo, el principio de la competencia que se da de cara con una organización administrativa que lo mantiene a rajatabla aunque proponga cínicas iniciativas de supuesta unidad y cohesión. Las islas compiten en turismo, en agricultura, en servicios, en transportes y lo que le echen; como compiten en puertos. Lo que arrastra a los cargos públicos, con sumo gusto casi siempre, a favorecer a los suyos frente a eso, a la competencia de otra isla. El actual Ejecutivo ofrece numerosos ejemplos. No les recordaré lo que ocurre en Turismo, pero sí recomendaré que se fijen en el Ente portuario
Quiero decir que una vez elevado a categoría el principio de competencia interinsular, el Gobierno no es sino un arma en manos del grupo de intereses hegemónicos que lo utiliza para ganarle la batalla a sus competidores. No hace falta ser un lince para ver en sus tendencias intervencionistas, que de eso va el Ente pretendido, un modo de controlar y sujetar mejor al competidor. Lo del exquisito equilibrio es una majadería mientras se mantenga el principio de competencia. En la competencia, como en la guerra y en el amor, vale todo, como bien demuestra el Ejecutivo canario; que ahora quiere someter a los puertos para ponerlos bajo quien quede mejor colocado en sus órganos decisorios y de dirección. Dicho queda.
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Adán Martín anunció la disposición gubernamental a impulsar el Ente de Puertos de Canarias. Pretende con él aglutinar los puertos más importantes para favorecer la cohesión interinsular. En el Ente estarían representados los empresarios y los siete cabildos por lo que, dijo sin ponerse colorado, no se puede ser más transparente y participativo. Sólo le faltó echarse un riqui raca a sí mismo.
No creo disparatado pensar, tal y como nos las gastamos, que el Ente portuario será un nuevo foco de fricciones interinsulares y de luchas hegemónicas. Sé que cuestionar cualquier propuesta tópica a la unidad y a la armonía del Archipiélago es exponerse a ser tachado de enemigo de la construcción de Canarias y dos piedras. Por parte, claro está, de los adictos al Gobierno y de quienes aún se tragan los grandes palabros, con sorprendente buena fe a pesar de las evidencias. Pero no hay otro remedio que apechugar con ello.
En los últimos rifirrafes, los políticos expresaron alegría porque no se formaron las marimorenas de antaño. El pleito ha perdido entidad, dijeron, porque la discusión no fue a mayores. Sin percatarse de que si eso es cierto, que por fortuna lo es, se debe precisamente a que la gente les tiene cogido el número a ellos. Porque la población, los administrados, en definitiva, han comprendido que el conflicto siempre ha sido entre los grandes dineros y sus correspondientes arietes políticos y que la disputa es sobre cuestiones de poder, de hegemonía, de dominio y de negocios que sólo a ellos importa y que poco o nada afectan a la vida del común. Éste seguirá tirando al margen de quien vaya ganando por arriba. No es su guerra.
De los sectores de poder político y económico ha salido la idea del Ente de Puertos. Que supone, lisa y llanamente, ampliar a los puertos las posibilidades de que una isla meta las narices en los asuntos de la otra. Decir estas cosas, repito, conlleva riesgos pero es lo que hay y a eso hemos de atenernos.
Hace años, cuando se elaboraba el Estatuto de Autonomía, se impuso como principio la idea de que la competencia interinsular a muerte formaba parte esencial de la naturaleza política y económica del Archipiélago. Algunos ilusos, entre los que figuraba yo, hablábamos de complementariedad y nos llamaron toletes. Y curiosamente señalábamos como ejemplo a los puertos y su especialización para hacer que el conjunto apareciera ante el exterior como un gran centro único de tránsito, de servicios, de contrataciones, reparaciones, de interacción, etcétera. ¿Por qué entonces era estúpido lo mismo que hoy, más o menos, pretende el Gobierno? Porque evidentemente no va por ahí.
Triunfó entonces, ya digo, el principio de la competencia que se da de cara con una organización administrativa que lo mantiene a rajatabla aunque proponga cínicas iniciativas de supuesta unidad y cohesión. Las islas compiten en turismo, en agricultura, en servicios, en transportes y lo que le echen; como compiten en puertos. Lo que arrastra a los cargos públicos, con sumo gusto casi siempre, a favorecer a los suyos frente a eso, a la competencia de otra isla. El actual Ejecutivo ofrece numerosos ejemplos. No les recordaré lo que ocurre en Turismo, pero sí recomendaré que se fijen en el Ente portuario
Quiero decir que una vez elevado a categoría el principio de competencia interinsular, el Gobierno no es sino un arma en manos del grupo de intereses hegemónicos que lo utiliza para ganarle la batalla a sus competidores. No hace falta ser un lince para ver en sus tendencias intervencionistas, que de eso va el Ente pretendido, un modo de controlar y sujetar mejor al competidor. Lo del exquisito equilibrio es una majadería mientras se mantenga el principio de competencia. En la competencia, como en la guerra y en el amor, vale todo, como bien demuestra el Ejecutivo canario; que ahora quiere someter a los puertos para ponerlos bajo quien quede mejor colocado en sus órganos decisorios y de dirección. Dicho queda.
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