La isla sin Cabildo
CARLOS G. ROY
Lo bueno de coordinar una tertulia de radio, como es mi caso con La Gárgola, es que en ocasiones los propios intervinientes te ponen sobre la pista conceptual de determinadas ideas que no es que con anterioridad no se te hubiesen ocurrido ya o tuvieses claras, sino que quedan mejor encuadradas al oírselas formular a otra persona.
La otra noche Domingo González Chaparro puso el dedo en la llaga al, a modo de hipótesis de trabajo, desnudar al Zeñorito de toda su ideología ultraderechista y dejarlo así, en bolas, sobre la mesa del estudio como lo que institucionalmente es más allá de la propaganda y la fanfarria: el presidente del Cabildo de Gran Canaria. Y a este elemento no es que quepa, sino que está perfectamente justificado el formularle una pregunta: ¿cuál es su proyecto para la isla? Puedo jurarles que alrededor de la mesa había experiencia y materia gris como para dar y regalar, pero ninguno de los contertulios, y aún menos el moderador, fuimos capaces de dar respuesta a esa pregunta por una razón muy sencilla: no existe dicho proyecto, no existe una línea de acción clara y coordinada, no existe nada que no sea el culto narcisista al líder e improvisaciones continuas para ver qué cae en el saco.
González Chaparro fue también quien recordaba que, históricamente, Gran Canaria ha contado con tres muros maestros sobre los cuales se sustentaba todo el tinglado: La Caja, la Unión Deportiva y el Cabildo. Mal vamos cuando la primera anda con su reputación e imagen pública por los suelos desde que el propio Zeñorito, junto con PP Carlos Mauricio, su pareja cómica, determinaron emplearla como una palanqueta clientelar y se hicieron con su control de aquella manera; peor seguimos cuando vemos cómo la misma pareja de hecho intenta romperle las espinillas a la segunda cuanto antes y del modo más expeditivo posible; y el acabose se obtiene cuando se le echa un ojo al Cabildo y sólo se puede llegar a una conclusión: quién te ha visto y quién te ve.
Porque este Cabildo, que, se supone, ha de velar para que no se produzcan abusos de poder desde otras instituciones y como garante del equilibrio exquisito que requiere la insularidad, se ha desmusculado por completo y lleva años careciendo de un plan de acción determinado o de un simple criterio de funcionamiento. No, está ahí, más que nada, para ver qué cae, pero sin tomar jamás la iniciativa política excepto a la hora de articular determinados presuntos sablazos que, por fortuna, el tiempo, el sentido común y las leyes se encargan de echar abajo cada día. Los revolcones de la Esfinge y del regalito a Esquivel son sólo los dos últimos fracasos de una espectacular carrera de un perdedor vocacional como es, y no me canso de repetirlo, el Zeñorito.
Yendo un poquitín más allá los tertulianos de La Gárgola se hacían una inquietante pregunta. Cualquiera de las otras seis islas se vendría abajo si de repente desaparecieran sus respectivos cabildos, que están ahí, con sus errores y aciertos, liderando los grandes proyectos y, por supuesto, defendiendo a sus sectores productivos a cara de perro. Cometerán muchos errores, podrá alegarse que el egoísmo insularista es quien guía sus pasos antes que una visión holística de Canarias, se podrá decir misa, pero lo cierto es que ahí están, asumiendo y asegurando la gobernabilidad. ¿Qué sucedería si desapareciera el de Gran Canaria? Pues la verdad es que nada. Tal y como están las cosas, determinadas competencias que churrulan de manera casi automática pasarían al ámbito autonómico o al municipal, y ni se le echaría de menos excepto, como mucho, por cierto suspiro de alivio en el que muchos sectores de la población incurrirían al ver cómo se les saca de encima algo que debiera ser un motor y tan sólo es una pejiguera, una piedra al cuello.
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Lo bueno de coordinar una tertulia de radio, como es mi caso con La Gárgola, es que en ocasiones los propios intervinientes te ponen sobre la pista conceptual de determinadas ideas que no es que con anterioridad no se te hubiesen ocurrido ya o tuvieses claras, sino que quedan mejor encuadradas al oírselas formular a otra persona.
La otra noche Domingo González Chaparro puso el dedo en la llaga al, a modo de hipótesis de trabajo, desnudar al Zeñorito de toda su ideología ultraderechista y dejarlo así, en bolas, sobre la mesa del estudio como lo que institucionalmente es más allá de la propaganda y la fanfarria: el presidente del Cabildo de Gran Canaria. Y a este elemento no es que quepa, sino que está perfectamente justificado el formularle una pregunta: ¿cuál es su proyecto para la isla? Puedo jurarles que alrededor de la mesa había experiencia y materia gris como para dar y regalar, pero ninguno de los contertulios, y aún menos el moderador, fuimos capaces de dar respuesta a esa pregunta por una razón muy sencilla: no existe dicho proyecto, no existe una línea de acción clara y coordinada, no existe nada que no sea el culto narcisista al líder e improvisaciones continuas para ver qué cae en el saco.
González Chaparro fue también quien recordaba que, históricamente, Gran Canaria ha contado con tres muros maestros sobre los cuales se sustentaba todo el tinglado: La Caja, la Unión Deportiva y el Cabildo. Mal vamos cuando la primera anda con su reputación e imagen pública por los suelos desde que el propio Zeñorito, junto con PP Carlos Mauricio, su pareja cómica, determinaron emplearla como una palanqueta clientelar y se hicieron con su control de aquella manera; peor seguimos cuando vemos cómo la misma pareja de hecho intenta romperle las espinillas a la segunda cuanto antes y del modo más expeditivo posible; y el acabose se obtiene cuando se le echa un ojo al Cabildo y sólo se puede llegar a una conclusión: quién te ha visto y quién te ve.
Porque este Cabildo, que, se supone, ha de velar para que no se produzcan abusos de poder desde otras instituciones y como garante del equilibrio exquisito que requiere la insularidad, se ha desmusculado por completo y lleva años careciendo de un plan de acción determinado o de un simple criterio de funcionamiento. No, está ahí, más que nada, para ver qué cae, pero sin tomar jamás la iniciativa política excepto a la hora de articular determinados presuntos sablazos que, por fortuna, el tiempo, el sentido común y las leyes se encargan de echar abajo cada día. Los revolcones de la Esfinge y del regalito a Esquivel son sólo los dos últimos fracasos de una espectacular carrera de un perdedor vocacional como es, y no me canso de repetirlo, el Zeñorito.
Yendo un poquitín más allá los tertulianos de La Gárgola se hacían una inquietante pregunta. Cualquiera de las otras seis islas se vendría abajo si de repente desaparecieran sus respectivos cabildos, que están ahí, con sus errores y aciertos, liderando los grandes proyectos y, por supuesto, defendiendo a sus sectores productivos a cara de perro. Cometerán muchos errores, podrá alegarse que el egoísmo insularista es quien guía sus pasos antes que una visión holística de Canarias, se podrá decir misa, pero lo cierto es que ahí están, asumiendo y asegurando la gobernabilidad. ¿Qué sucedería si desapareciera el de Gran Canaria? Pues la verdad es que nada. Tal y como están las cosas, determinadas competencias que churrulan de manera casi automática pasarían al ámbito autonómico o al municipal, y ni se le echaría de menos excepto, como mucho, por cierto suspiro de alivio en el que muchos sectores de la población incurrirían al ver cómo se les saca de encima algo que debiera ser un motor y tan sólo es una pejiguera, una piedra al cuello.
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