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La Voz de Gran Canaria

Matías Vega o el injusto olvido

Matías Vega o el injusto olvido JESÚS GÓMEZ RODRÍGUEZ

El 25 de Julio se cumplió el 96 aniversario del nacimiento en la Calle Santa Bárbara del señorial barrio capitalino de Vegueta, de uno de los hijos mas preclaros de Gran Canaria, Don Matías Vega Guerra, en el seno de una familia de clase media, cuyo cabeza procedía de Artenara, y era procurador de los Tribunales.

Fue un político de fuerte personalidad, de especial idiosincrasia, admirado por unos y discutido por otros, pero, aunque conocido sobradamente por generaciones coetáneas o anteriores a la mía, es casi un desconocido para la juventud actual. A ella le dedico estas líneas.

Permítanme como introducción decir que no creo en la extrapolación de las circunstancias de una situación política concreta a periodos posteriores, y que en ese contexto hay que enjuiciar la acción de los protagonistas de la época. También, que no voy a hacer referencia a temas como relaciones interinsulares, con el gobierno central, y a su visión internacional de Canarias como plataforma no sólo de lo que él llamaba el Gran Magreb africano, sino con toda América. Así se expresó cuando trajo a Gran Canaria en un 12 de octubre a todos los embajadores de las tres Américas.

Don Matías estudió en el Colegio de San Agustín y en el recién abierto Instituto Pérez Galdós. Se licenció en 1928 en derecho en Granada tras pasar el primer curso por La Laguna. Un año antes, durante la Dictadura de Primo de Rivera, se nos concedió la ansiada división provincial. Y los Cabildos, que tenían ya dieciséis años de vida, continuaban con su importante desarrollo competencial y político.

De regreso a la Isla, pronto destaca como abogado y una vez sobrevenida la dictablanda del final de los años veinte pasa a integrarse en el partido liberal de don José Mesa y López, al reanudar éste la actividad política. Mesa fue el heredero político del fallecido don Fernando León y Castillo, y fue el segundo presidente habido en el Cabildo grancanario. Don Matías siempre los admiró. Y siguió a Don José, también durante la República del 31, con diversos cargos dentro del partido y, desde luego, ya soñando con ocupar algún ida la Presidencia insular.

En esos años logra, a base de tesón, casarse con Clara Rosa Sintes Rodríguez, perteneciente a una prestigiosa y opulenta familia canaria que se oponía a las relaciones ya desde el noviazgo. Clarita –como él la llamaba– mantuvo siempre un papel discreto, dedicada fundamentalmente a obras sociales y religiosas, pero siempre mimada y considerada con todo cariño por su marido. Con ella consultó muchísimas cosas. No era un cero a la izquierda.

Tras la sublevación de Franco, en julio del 36, con el grito inicial, que pronto olvidó, de ¡Viva la República!, don Matías fue movilizado, pasando a ser teniente del Cuerpo Jurídico Militar. Pero políticamente, pese a ser de derechas, fue relegado al igual que don José Mesa y sus seguidores, a segunda fila porque los duros del Movimiento les atribuían “tufillos liberaloides”.

Fue en las postrimerías de la Guerra Mundial 1939-1945, cuando se inicia el protagonismo efectivo de don Matías, esta vez de mano de otro político canario, el prestigioso civilista, el palmero Blas Pérez González, ministro de la Gobernación, autor de la Ley de Bases de Régimen Local, y quien se hizo eco de la recomendación del senador don Pedro del Castillo Olivares. Una gran foto de don Pedro contemplé siempre en la antesala de su despacho de la calle de Triana.

En efecto, en julio de 1945, es nombrado presidente del Cabildo, y de su Mancomunidad Interprovincial, tomando posesión en agosto, siendo redesignado en el cargo durante 15 años. El lema de don José Mesa: “Todo por y para Gran Canaria”, lo hizo también suyo.

Tuve la suerte y honor de ser colaborador suyo durante casi 20 años: diez en los últimos de su gestión cabildicia y luego, seguidamente, otra decena en el Banco de Canarias, del que era presidente.

Don Matías –además de contar con un eficaz equipo de consejeros amigos (Graciliano Morales, José Bethencourt, Suárez Valido, Caubín, Manrique de Lara, entre otros)– se rodeó en 1950 de otro de carácter funcionarial, con los tres nuevos funcionarios opositores: con el taquígrafo Tomaso Hernández Pulido, con la auxiliar Nieves Galván, como secretarios particulares, y conmigo, secretario ejecutivo. Éramos el equipo administrativo más cercano a la Presidencia. En otro plano –especialmente en el creativo– destacaba el asesor cultural y personal, el irrepetible, genial y genioso Néstor Álamo, quien durante muchos años tuvo cierto mando no sólo en Bravo Murillo, sino en Triana, gran amigo de Clarita.

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