Más de descomposición política en Gran Canaria
JOSÉ A. ALEMÁN
El Gobierno de Canarias dejó en la mar y sin remos a los jóvenes que iban a estudiar en Hecansa. Si, por un lado, estos estudios eran demandados con un grado elevadísimo de éxito en el mercado de trabajo, y por el otro, la auditoría de las empresas públicas aprobó a Hecansa, convendrán en que no se entiende la decisión de la viceconsejera Parejo, merecedora de las más negras sospechas al no explicar la decisión de destruir lo que venía funcionando.
No entro en las sospechas porque, total, para qué. Pero veo la frustración de quienes se proponían realizar los estudios de Hecansa como una vuelta de tuerca más a la desmotivación que en Gran Canaria anda cerca ya de la quiebra moral y política. Ni de encargo nos hubieran salido tan malos los mandarines que encabezan la peor etapa política de la historia reciente de nuestra isla.
Los botones de muestra abundan. Vistos por separado quizá nada digan a muchos; pero, a poco los juntemos, es evidente el desbarajuste con visos de quiebra social y política a medio plazo. Sin ir más lejos, la jornada futbolera del domingo. No tanto por la huelga de las peñas, que boicotearon el Universidad-UD por entender que Soria acosa institucionalmente al equipo amarillo. Lo llamativo es que fueran al Insular, a ver el partido en pantalla gigante. El Cabildo quiso bloquear la protesta recordando el estado ruinoso del Estadio, pero ni los asistentes le creyeron ni se tomaron medidas para impedir que centenares de aficionados corrieran el riesgo físico de concentrarse en un edificio ruinoso.
Lo del fútbol sería anecdótico si no hubieran otras cosas. No resultan menos indicativas de ruptura las broncas de Soria con los alcaldes por la distribución de los fondos del REF; o con el alcalde de Agüimes en relación a Arinaga. En general, su mala relación con los municipios. O el asunto de los casinos, convertido ya en un problema político. O cuanto se relaciona con el istmo de Santa Catalina, del que todo el mundo ha olvidado los anticipos del Woermann, impuesto por el imperium soriano, y del mamotreto de El Muelle, regalo a la ciudad de Luis Hernández, quien no es espejo en que mirarse pero que trazó una línea en que la que continúa su sucesor, ahora a las órdenes de Soria. Los arquitectos están contra el concurso y la única respuesta institucional ha sido circular en la Prensa adicta al Régimen facturas pagadas con anterioridad y por procedimiento digital a algunos de los arquitectos protestones. Como si una arbitrariedad pudiera justificar otra. No ha habido argumentos, razones, exposiciones de motivos, sino la ejecución de la amenaza de chantaje que ya hiciera el concejal de Urbanismo días antes, con grave olvido de que no se enfrenta a unos arquitectos aislado sino a todo un Colegio. Políticamente, un desastre. Sin olvidar que, de no protestar el Colegio de Arquitectos y cabrearse los mandarines, jamás nos hubiéramos enterado de esos pagos ahora denunciados: los conocemos, en definitiva, porque han dejado de ser amigos. Esto da idea de la catadura de los mandarines.
Si se fijan un poco más, es el estilo soriano insuflado al PP. Creen, los mandarines, que la autoridad reside en el cargo. No han comprendido que la autoridad democrática tienen una componente moral, de capacidad de convencimiento racional y razonado que se da de narices con el ordeno y mando del capricho y la arbitrariedad. Por eso se estrellan una y otra vez.
La anécdota del palmericidio de Torres Quevedo ilustra bien lo que digo al decidir un grupo de ecologistas y vecinos plantar nuevas palmeras para sustituir las taladas. Es un desafío a la arbitraria tala que coloca a la mayoría municipal contra las cuerdas: si se la envaina, será en menoscabo de su concepto de la autoridad; si vuelve a quitarlas por las bravas, ya me contarán.
Se trata, como ven, de asuntos diferentes y de distinta importancia. Pero con el denominador común de que a esta gente le queda grande la ciudad y la isla. Y la forma de proceder en democracia.
El Gobierno de Canarias dejó en la mar y sin remos a los jóvenes que iban a estudiar en Hecansa. Si, por un lado, estos estudios eran demandados con un grado elevadísimo de éxito en el mercado de trabajo, y por el otro, la auditoría de las empresas públicas aprobó a Hecansa, convendrán en que no se entiende la decisión de la viceconsejera Parejo, merecedora de las más negras sospechas al no explicar la decisión de destruir lo que venía funcionando.
No entro en las sospechas porque, total, para qué. Pero veo la frustración de quienes se proponían realizar los estudios de Hecansa como una vuelta de tuerca más a la desmotivación que en Gran Canaria anda cerca ya de la quiebra moral y política. Ni de encargo nos hubieran salido tan malos los mandarines que encabezan la peor etapa política de la historia reciente de nuestra isla.
Los botones de muestra abundan. Vistos por separado quizá nada digan a muchos; pero, a poco los juntemos, es evidente el desbarajuste con visos de quiebra social y política a medio plazo. Sin ir más lejos, la jornada futbolera del domingo. No tanto por la huelga de las peñas, que boicotearon el Universidad-UD por entender que Soria acosa institucionalmente al equipo amarillo. Lo llamativo es que fueran al Insular, a ver el partido en pantalla gigante. El Cabildo quiso bloquear la protesta recordando el estado ruinoso del Estadio, pero ni los asistentes le creyeron ni se tomaron medidas para impedir que centenares de aficionados corrieran el riesgo físico de concentrarse en un edificio ruinoso.
Lo del fútbol sería anecdótico si no hubieran otras cosas. No resultan menos indicativas de ruptura las broncas de Soria con los alcaldes por la distribución de los fondos del REF; o con el alcalde de Agüimes en relación a Arinaga. En general, su mala relación con los municipios. O el asunto de los casinos, convertido ya en un problema político. O cuanto se relaciona con el istmo de Santa Catalina, del que todo el mundo ha olvidado los anticipos del Woermann, impuesto por el imperium soriano, y del mamotreto de El Muelle, regalo a la ciudad de Luis Hernández, quien no es espejo en que mirarse pero que trazó una línea en que la que continúa su sucesor, ahora a las órdenes de Soria. Los arquitectos están contra el concurso y la única respuesta institucional ha sido circular en la Prensa adicta al Régimen facturas pagadas con anterioridad y por procedimiento digital a algunos de los arquitectos protestones. Como si una arbitrariedad pudiera justificar otra. No ha habido argumentos, razones, exposiciones de motivos, sino la ejecución de la amenaza de chantaje que ya hiciera el concejal de Urbanismo días antes, con grave olvido de que no se enfrenta a unos arquitectos aislado sino a todo un Colegio. Políticamente, un desastre. Sin olvidar que, de no protestar el Colegio de Arquitectos y cabrearse los mandarines, jamás nos hubiéramos enterado de esos pagos ahora denunciados: los conocemos, en definitiva, porque han dejado de ser amigos. Esto da idea de la catadura de los mandarines.
Si se fijan un poco más, es el estilo soriano insuflado al PP. Creen, los mandarines, que la autoridad reside en el cargo. No han comprendido que la autoridad democrática tienen una componente moral, de capacidad de convencimiento racional y razonado que se da de narices con el ordeno y mando del capricho y la arbitrariedad. Por eso se estrellan una y otra vez.
La anécdota del palmericidio de Torres Quevedo ilustra bien lo que digo al decidir un grupo de ecologistas y vecinos plantar nuevas palmeras para sustituir las taladas. Es un desafío a la arbitraria tala que coloca a la mayoría municipal contra las cuerdas: si se la envaina, será en menoscabo de su concepto de la autoridad; si vuelve a quitarlas por las bravas, ya me contarán.
Se trata, como ven, de asuntos diferentes y de distinta importancia. Pero con el denominador común de que a esta gente le queda grande la ciudad y la isla. Y la forma de proceder en democracia.
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