Ciudad troglodita
Las Cuevas de Mata constituyen una invitación a descubrir el soporte geológico de la capital grancanaria.
Mariano De Santa Ana
Antaño, literalmente, extramuros y hoy, engullidas por el crecimiento urbano, forman parte de las entrañas mismas de Las Palmas. Sin embargo, pocos, es de temer, reparan en ellas, y menos aún las visitan. Con todo, las Cuevas de Mata constituyen un elemento distintivo de la ciudad, un proscenio desde el que se puede observar el gran teatro de la urbe y una extensión que invita a descubrir su soporte geológico.
Alineadas junto al Castillo de Mata y los restos de la antigua muralla de Las Palmas, al conjunto que conforman esta siete cavernas se accede desde las escalinatas de la urbanización Divina Pastora o por el costado de la fortaleza. La dificultad que presenta el sendero que las une, derrumbado en algunos tramos muy empinados, la basura, el aislamiento en medio de la ciudad y los fantasmas que, desde tiempos inmemoriales, aventan en general las cuevas, hacen de ellas espacios inquietantes.
Lo siniestro, no obstante es indisociable de lo enigmático y con frecuencia también, como en este caso, puede ser vehículo de una extraña belleza. Así, el dibujo sinuoso que forma la vereda, a media altura de la montaña de San Francisco, a la que se abren estas cuevas de origen natural aunque alteradas por la acción humana. Así, una de ellas, cuyo umbral asemeja el hueco de una cerradura que da acceso al centro de la Tierra. Así, otras semienterradas por desprendimientos. Así también, algunas más con arranques de muro y restos de cerramiento en el exterior o con espacios geométricos cuidadosamente excavados en el interior.
La exploración de las Cuevas de Mata se puede combinar con la inmersión histórica, pues, amén del tiempo geológico, en estos recintos oscuros hay historia incluso anterior al devenir histórico de la ciudad. Así lo explica Julio Cuenca, director de las excavaciones realizadas recientemente en el Castillo de Mata y cuyo proyecto de centro de interpretación de la fortaleza contempla la inclusión de estas cuevas como parte del mismo. Según el arqueólogo, con toda probabilidad varias de estas oquedades albergan silos aborígenes.
Cuenca basa su afirmación en un episodio que tuvo lugar en 1599, por tanto ya en pleno dominio castellano de la isla, y que marca un antes y un después en su historia: el ataque del corsario holandés de Pieter Van der Does. Entonces el Castillo de Mata no había sido edificado aún y, como documentan las crónicas, los defensores, al comprender que la ciudad estaba perdida, decidieron esconder algunas pequeñas piezas de artillería en lo que llamaban "los silos", es decir las cuevas ubicadas junto al cubelo o torreón defensivo sobre el que se construyó la fortaleza. A decir de Cuenca, "las cuevas con silos sólo pueden ser aborígenes, de modo que, sin duda, estas cuevas fueron transformadas por los aborígenes".
Amén de almacén de granos y escondrijo militar, las Cuevas de Mata fueron usadas como vivienda por gentes humildes. En su Noticias de la Historia General de las Islas de Canaria (1772-1773) Viera y Clavijo dice: "En los referidos riscos, que dominan toda la ciudad, hay gran número de cuevas y casucas de tierra, habitadas por gente pobre". El historiador Pedro Quintana Andrés, autor de una de las contribuciones del libro El patrimonio troglodítico de Gran Canaria (2008), no duda en incluir entre estas áreas trogloditas mencionadas a las Cuevas de Mata, entonces conocidas como Cuevas del Provecho. Quintana explica que sus habitantes eran "jornaleros, braceros, pescadores, mareantes o pobres de solemnidad, además de localizarse en ellas rufianes, huidos de la justicia por delitos menores, prostitutas o emigrados forzosos de Fuerteventura y Lanzarote, necesitados de refugio provisional".
El romanticismo, y con él la atracción por los trogloditas, fuesen estos los antiguos guanches o las gentes de extracción mísera que no podían permitirse otra residencia, incrementaron en el siglo XIX el interés por las Cuevas de Mata y conjuntos troglodíticos aledaños. Como refiere la filóloga María Isabel González Cruz en un ensayo incluido en El viaje literario y la cueva (2007), en un libro del que figura como editor el famoso escritor norteamericano Nathaniel Hawthorne, Journal of an African cruiser, puede leerse: "Las altas colinas que rodean la ciudad de Las Palmas son de piedra blanda y su elasticidad ha provocado que estos acantilados se hayan transformado para una finalidad muy singular. La gente más pobre, incapaz de encontrar albergue, excava la tierra en las colinas y así forma cuevas para su morada permanente, en donde viven como golondrinas en un banco de arena". Este libro, no obstante, fue escrito por un autor bastante menos conocido que Hawthorne, Horacio Bridge, que habría sido animado a escribirlo por aquél, cuyo nombre figura en solitario en la portada, probablemente por razones comerciales.
El diario del Archiduque
Otro visitante de más prosapia, éste además un héroe romántico por excelencia, el Archiduque Maximiliano de Habsburgo, pudo visitar las Cuevas de Mata -si no fueron éstas fueron otras próximas hoy sepultadas por la ciudad- con ocasión de una escala en Las Palmas durante un viaje a Brasil en 1859. El filólogo Marcos Sarmiento, que ha traducido los diarios del noble austriaco, de próxima publicación, cita en El viaje literario y la cueva, un pasaje de los mismos que da cuenta de esta visita, la de la más alta magistratura realizada en la zona hasta la fecha: "y contienen aposentos que, albeados y revestidos con esteras de junco, parecen muy confortables; las camas, con un relleno alto, dan testimonio de la relativa limpieza de los trogloditas, que no podían contenerse por nuestra visita y, con risas, expresaban su admiración porque se viniese a visitar a gentuza tan pobre".
Esta ciudad troglodita, que, si no antes, arrancó en tiempos de Viera y Clavijo, llamó también la atención de la viajera inglesa Olivia Stone, que habla de ella en su libro Tenerife y sus seis satélites, y el del algún fotógrafo desconocido de principios del siglo XX cuyas imágenes coloreadas se conservan en el archivo de la Fedac. Hasta finales de los años sesenta del siglo XX familias enteras vivían aún en las Cuevas de Mata -un informante que vivió su niñez allí recuerda que su abuela se casó en una de ellas-, en condiciones, desde luego, de infravivienda. Estos habitantes serían luego reubicados en el barrio de El Polvorín y en Tamaraceite. Y, ahora, usadas sólo por moradores ocasionales, las Cuevas de Mata parecen aguardar a que el resto de la ciudad las reconozca como parte de sí misma.
Desde los silos de los aborígenes hasta el improvisado arsenal que utilizaron los defensores de la capital grancanaria ante el ataque del pirata holandés. Las Cuevas de Mata guardan parte de la memoria histórica de la ciudad, glosada por personalidades de distintas épocas. En el devenir de los siglos, estos espacios también fueron cobijo de inmigrantes, pescadores o incluso rufianes huidos de la Justicia. Hoy siguen mostrando la misma cara al casco urbano.
La Provincia, 3-11-2013
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