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La Voz de Gran Canaria

De los puertos de La Luz y de Las Palmas y otras historias (1912)

De los puertos de La Luz y de Las Palmas y otras historias (1912)

 

Extraído del libro: De los puertos de la Luz y de Las Palmas y otras historias. Julián Cirilo Moreno Ramos. Las Palmas de Gran Canaria, Gabinete Literario, 1947.

Libro completo en http://mdc.ulpgc.es/cdm/ref/collection/MDC/id/1889
(Memoria digital de Canarias, mdC. Universidad de Las Palmas de Gran Canaria)

"Vivían y morían muchos en nuestra Ciudad sin haber sabido de ese Puerto nada, en aquellos tiempos, que no fuera por referencia. La mismísima fiesta de la Virgen era más frecuentada por la gente de los campos que por los hijos de la Metrópoli. Allí no concurría de ella sino algún romero, por excepción, pues nuestra abogada en devociones era y es la Virgen de la Soledad de la Portería.

Claro que la gente joven, parrandista y calavera, no se quedaba atrás en la fiesta, no por el hecho de la devoción, sino por otros opuestos fines, despertados por los cuentos sicalípticos tradicionales que de tiempo atrás se repetían. Y claro también que los tales cuentos debieron ser fantasías de lúbricos cerebros ancestrales, pues así lo probaba la cosecha de bofetadas que los coetáneos, en pago de sus atrevimientos, de las hembras recibían, amén de algunas palizas propinadas por los varones cancerberos de sus encantos. Que todo ‘era presentarse y vencer creían nuestros jóvenes más atrevidos, y que aprovechando, a falta de otro expediente, el misterio de la noche de la víspera, después de los fuegos, cuando las mozas aguardaban durmiendo en la playa, al aire libre, la llegada de la fiesta, era como coser y cantar la cometida del desaguisado, conmezclándose en el rebaño cual traidor lobo hambriento. Pero aquellas hermosotas durmientes cerraban sus ojos para velar con el otro: y tal lo comprobó en su adamada persona un mi camarada, que apenas comenzara, en busca de lo ignoto, a revolver tapujos, sintió en su cuello dos manos femeniles, dos tenazas más bien, que a poco le ahogaran de no pasar al rostro a emplear sus garras para dejarle hecho todo un Ecce horno.

La ciudad, entonces, limitada al norte por la extensión de arena que fuera de la portada comenzaba, y formada por altas dunas, envolvía en el misterio al Puerto de antes; y había quien prefería ir a Mogán a pie, antes que atravesar aquellos arenales, sobre todo en días de viento, que era lo frecuente. Vetusta muralla de piedra, que tuvo su buena historia en los tiempos gloriosos de Wander-Doez, corría como defensa desde las alturas del Castillo del Rey hasta el derribado torreón de Santa Ana, abriendose en ella la famosa Portada, al final de la tortuosa calle de Triana, compuesta allí de pobres ‘y raquíticos casuchos que fueron expropiados el 68.

Después de la Portada, el trozo que iniciaba la carretera al Puerto de la Luz, ya comenzada, y a cuyo borde poniente se echaban los cimientos de la primera casa, llamada «De la Rifa», que se terminó a los finales del 58, en plena división aún de la Provincia. Nada después: arena y siempre arena, hasta llegar al Mesón ya en pleno Puerto; junto al Mesón o muy cercano (que bien no recuerdo), se alzaba el cuartelillo de la guardia de carabineros comandada por el senor Marrero, amigo de mi padre, conocido, más bien, por la característica de «El Sargento del Puerto» o el vecino de Seña Rosarito.

Y en tanto que aquél se encargaba en su cuartelillo de mantener el espiritu militar de sus huestes, dormidas generalmente bajo su inspección de vista gorda, ella confeccionaba, en el Mesón, sus platos de comistrajes para el pasajero que llegaba,
o despachaba sus bebidas para éste y los pescadores del contorno."

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"Era entonces nuestra ciudad la capital de una provincia más importante que la de Tenerife, pues a más de tener bajo su mando a la isla propia, a la de Lanzarote y Fuerteventura, tenía, además, a los Islotes de Alegranea, Graciosa, Lobos y Las Palmas a comienzos del siglo XIX.

Montaña Clara, si no se quería comprender los dos Roques del Este y del Oeste. Es decir, nueve territorios por junto, contra los cuales sólo cuatro podía oponer la capital de la de allá. No sé como los de Añaza no vieron esa desigualdad tan grande de reparto, y como si la vieron no protestaron. Hablé de fondas, y algo tengo que decir en esta materia, que novedad tendrá para el lector de hoy. La más cara era en aquellos entonces "La Inglesa", que así titulaban la de Dona Georgiana Manly, célebre por haber en ella residido el famoso Comodoro Perry, que mandaba la «Macedonia», cuya estancia en nuestras aguas dió tela para hablar largos años, ya recordando los amores del Comodoro con una paisana nuestra, de la cual sacó cría, según decires; ya el baile inglés que bailaban en el teatro sus marinos; y las trompadas que éstos se propinaban a cada momento en mitad del arroyo; y ya, por
último, el horripilante Jip! iJip! iHurra! que tomaron de sus brindis los casacones jóvenes para repetirlos hasta la saciedad en los suyos. El estipendio en esta fonda era de un peso (15 reales de vellón) y nunca los Metropoles y Santa Catalinas de hoy dieron de comer tan copiosamente, tan variado y tan bueno. Venía luego la de Seña Frasquita, «La Buena», para los Senores Magistrados, con la de Monzón, a tres pesetas por barba de oidor, así denominados en aquellos tiempos."

 

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