Otro ovillo de negligencias en Telde
TERESA CÁRDENES
El caso de los 26 dúplex de Telde afectados por un expediente de demolición por invadir dominio público de Costas es elocuente de cuánto puede costar a un ciudadano la diligencia o la laxitud de las administraciones públicas en el control de lo que se puede hacer y lo que no al amparo del boom de la construcción.
Un Gobierno que reclama respetar la distancia mínima frente a la línea que marca el mar, un ayuntamiento autista que pese a todo otorga la licencia de obras, un promotor que ejecuta el proyecto y vende de las casas y 26 familias ignorantes de toda la trastienda que se enfrentan ahora al drama de ser desposeídos de una propiedad en la que, además de mucho dinero, probablemente habrán depositado ilusiones suficientes como para enfermar ahora de los nervios en medio del laberinto.
Un funcionario del departamento autonómico que ha instado la demolición, la Agencia de Protección del Medio Urbano y Natural, invocaba la necesidad de ejecutar la sentencia de derribo de Hoya Pozuelo no sólo porque las decisiones judiciales están para cumplirse, sino para que se visualice con claridad el castigo a los promotores o constructores que no respeten rigurosamente los límites de aquel suelo donde no es posible edificar. Como argumento, impecable. En efecto, tiene que hacer valer la disciplina si alguien se la toma a cachondeo.
En este caso, ¿un ayuntamiento?. Ni desde la aplicación rigurosa de la legalidad ni desde el sentido común es posible entender cómo un gobierno municipal, en este caso el de Telde, no sólo otorga la licencia para una construcción que finalmente invade diez metros de costa, sino que luego es incapaz no ya de paralizar las obras, sino de hacer algo más que limitarse a una simple comunicación a la Comunidad Autónoma. Es esta inacción la que finalmente hace posible que los célebres dúplex en primera línea de mar sean finalizados y vendidos.
El precio del hecho consumado lo acaban pagando los de siempre: los ciudadanos que, en la total ignorancia del suelo movedizo en que compraban su casa, hicieron sus contratos, firmaron sus escrituras y se entramparon con los bancos. Están libres de pecado, pero expiarán las culpas de un ovillo, otro más, de negligencias. (tcardenes@epi.es)
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