La honra de la niña
JOSÉ A. ALEMÁN
El Gobierno está preocupado por las detenciones teldenses. Lo aseguró su portavoz, Miguel Becerra, que no acertó en la manera de expresar tanta inquietud. Porque puede inferirse de sus palabras que al Gobierno le importan menos los presuntos delitos que el hecho de que nos hayamos enterado todos. Como la familia que considera mayor desgracia que la deshonra de la niña el que sepan de ella las amistades.
Lo digo porque el Gobierno no puede alegar sorpresa ante la que se nos ha venido encima. Había rumores, informaciones y hasta análisis de la instauración del régimen político-empresarial y de sus consecuencias. Pero el Gobierno ignoró los avisos, que los hubo, y siguió como si nada.
Si le dan a la moviola, verán a Adán negando, indignado, que fuera cierto cuanto se decía. Recordarán que cuando el ministro de Justicia, López Aguilar, habló de la excesiva confusión de política y negocios, el Gobierno y CC, a través de Paulino Rivero, le montaron el gran pollo para que se retractara. El mismo Paulino que ahora habla de casos aislados; mientras Becerra recurre al garbanzo negro, que no estropea el puchero.
Dijo Becerra que hay políticos y miles de funcionarios honestos. Nadie lo duda. Aunque también es cierto que los casos destapados son un pequeño porcentaje de lo que hay y de lo que se sabe. Y en cuanto a su referencia al buen funcionamiento de la Justicia, conviene reducir el vuelo excesivo de campanas. Porque los jueces y fiscales no han actuado de oficio sino merced a denuncias de particulares. En la trama eólica y en lo de Telde. Lo habitual es que permanezcan impasibles ante los indicios con frecuencia detallados incluso en los periódicos; lo que contribuyó a la sensación de impunidad bajo la que parecen haber obrado los implicados. El día en que sin mediar denuncia se investigue de oficio, por ejemplo, el tren de vida de determinados sujetos que no se corresponde para nada a su nivel de ingresos conocido diremos que la Justicia funciona.
Retomo el hilo. A Becerra le traicionó el subconsciente ya que la auténtica preocupación del Gobierno es que estas primeras consecuencias del régimen político-empresarial que negó (y promocionó, no nos engañemos) han trascendido a la opinión. Hizo, en fin, como la familia burguesa de mi cuento, la que procura ignorar la deshonra de la niña, a pesar de que los vecinos ven que está de seis meses, por lo menos.
Se olvida que gobernar y presidir un gobierno no es sólo promover leyes y largar bonitos discursos de felicidad. Conlleva sentido ético y sensibilidad para detectar estados de ánimo y de opinión ciudadanos y aleccionar a las fuerzas políticas con la autoridad moral que da el liderazgo social del cargo. No hacerlo y negar encima lo evidente hace que los escándalos cobren virulencia y no queden sus efectos circunscritos a sus protagonistas para afectar a la imagen global de la clase política que en Canarias, dicho sea de paso, padece de un descarado nepotismo isloteñista y de compadreo que contribuye a la impotencia de este Gobierno agotado que hemos de soportar todavía un año más.
Sé que nada de esto lo entienden los mandarines, pero hay que decirlo de vez en cuando por inútil que sea.
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