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La Voz de Gran Canaria

Grancanario memorable

Grancanario memorable

ANDRÉS RUIZ DELGADO

Memorable es quien, por su personalidad y sus obras, merece ser recordado. Y sin duda es acreedor a este tributo el Dr. Juan Manuel Rodríguez Díaz, que deja marcada huella en la sociedad grancanaria, como quedó expresado en la masiva asistencia a las exequias fúnebres celebradas en la parroquia de los Salesianos. En otros momentos, dada su proverbial modestia -huidiza de vanidades- jamás nos hubiéramos atrevido a mínima lisonja. Sin embargo, ahora que ha atravesado la barrera de la vida y se nos ha ido hacia el infinito por los azules espacios estelares, nos tomamos la licencia de resaltar a este grancanario auténtico, profundamente doloridos por su ausencia. Hueco imborrable para todos los que le conocimos y tuvimos el privilegio de su cálida amistad.

Le recordamos, en principio, allá por la década de los cuarenta, en los tradicionales paseos por la Calle Mayor de Triana, entre el atardecer y la anochecida (de siete a nueve, si mal no revivimos). Él, con su bagaje de hombre estudioso, enfrascado ya en lo que sería una de sus múltiples carreras, el Magisterio. Nosotros, en los albores de la profesión periodística. En verdad, no nos tratamos mucho de forma directa. Iba habitualmente acompañado por un amigo común, el guiense Antonio Padrón. Más bien recatado Juan Díaz, con un cierto aire de timidez, asomando, al propio tiempo, su cordialidad abierta y la vena de perspicacia, reflejada a través de la sonrisa, que constituyeron su impronta inseparable, ese "sentido de humor muy personal, entre nunca hirientes ironías y alusiones elípticas de gran agudeza", conforme definiera Guillermo García-Alcalde en el memorando que le dedicara.

Corrieron los años y mientras continuamos sumidos en el periodismo, Juan Díaz siguió avanzando pasos con su espíritu insaciable de saber, en multiplicidad de titulaciones: Medicina y Cirugía, con las especialidades de Análisis Clínicos y Hematología añadidas, Derecho, etc. Ya sobre la década de los sesenta, nos reencontramos. Nosotros, en la dirección de "Diario de Las Palmas", inolvidable matutino enraizado en la sociedad grancanaria. Juan M. Díaz Rodríguez, ya una destacada figura en la ciencia, en el saber y las diferentes ramificaciones de la cultura, emprendedor incansable con el espíritu indomable y sencillez casi ascética que nunca se separaron de su personalidad. Nos admiraba de dónde podía sacar tanto tiempo sin dejar de lado su dedicación a la ciencia médica. Reseñar sus cargos y actuaciones sería poco menos que interminable. Destacamos sólo tres aspectos: pionero y gestor del complejo Puerto Rico, que le mereció la Medalla de Mérito Turístico, otorgada en 1976; presidente de El Museo Canario de 1967 a 1972, y su último logro trascendental: impulsor de las conciencias e iniciativas para la consecución de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, con el anillo de oro de la Fundación Universitaria, de la que fue su alma máter.

Dejaríamos incompleto este somero repaso si no hiciéramos alusión a una de sus obras, Molinos de agua en Gran Canaria, editada en 1988 con el patrocinio de La Caja de Canarias, indispensable en la bibliografía canaria, como parte de nuestra cultura e intrínseca historia rural, patrimonio de un tiempo isleño inmarchitable. Para realizar ese laborioso trabajo -señalaba su prologuista, José Miguel Alzola- recorrió a pie los 1.532 kilómetros cuadrados de la isla, contabilizando hasta 186 molinos, para lo que, como refiere Juan Díaz en el libro, tuvo que "adivinar rutas de viejos caminos reales, tropezar con veredas intransitables cubiertas de monte bajo, pero que conducían a un molino y así por toda la isla entre caminos borrados, acequias sin agua, casas derruidas y molinos abandonados..."

Hay otra faceta más de Juan M. Díaz Rodríguez, digna de ser recogida : su niñez en el Valleseco natal, del que es Hijo Predilecto. Él la repasa, de cuando contaba entre diez y doce años y en las páginas de El Radical, suscrito por su padre, leía con avidez las informaciones, a la sombra de un castaño en verano, siguiendo paso a paso el pulso de la vida nacional en el periodo de la República y sus vicisitudes políticas. Se llenó -dice- de literatura francesa. Su padre trajo de América unos enormes baúles vacíos de pesos y llenos de libros, entre los que se encontraba El Quijote junto a obras de Maupassant, Flaubert, Balzac, Beaumarchais, Rostand y, cómo no, Alejandro Dumas y Víctor Hugo, todos ellos traducidos al castellano.

Retazos, vivencias de un grancanario ilustre y dedicación activa, apasionada, a nuestra tierra. Ejemplarizante ahora que tantos vaivenes hay en el entorno. Y echamos en falta algo que no cabe diluir en el tiempo: su enaltecimiento, a título póstumo, como Hijo Predilecto de la Gran Canaria que llevaba encendida en el corazón.

Nos surge, como epílogo, este pensamiento de Confucio: "He aquí un hombre con el puedes hablar; tú no le hablas y pierdes un hombre. He aquí un hombre con el que no puedes hablar; le hablas y pierdes una palabra. Sabio es aquel que no pierde ni un hombre ni una palabra". Con Juan M. Díaz Rodríguez éstos dos elementos fundamentales estaban plenamente asegurados. He aquí su gran virtud.

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