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La Voz de Gran Canaria

Un portazo y un fracaso en el CAAM

Un portazo y un fracaso en el CAAM

FRANCISCO SUÁREZ ALAMO

Alicia Chillida deja el Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM) dando un portazo. Su despedida es propia de artistas: también Miguel Ángel le dio más de un portazo al Papa Julio II durante la realización de la Capilla Sixtina. El problema es que Chillida no es Miguel Ángel; el CAAM no es la Capilla Sixtina y... mejor evito comparar a alguien del Cabildo con el Sumo Pontífice.

La directora del CAAM se va con un balance más bien pobre. Quiso revitalizar el museo, que andaba ciertamente de capa caída, y lo que deja a su paso es un reguero de insatisfacciones, el recuerdo de un talante a medio camino entre la soberbia de quien realmente es valioso pero cuya valía se debilita precisamente por el egocentrismo, y la misión incumplida de colocar al CAAM en el contexto nacional e internacional. A fecha de hoy, el museo es una entidad moribunda a la que Chillida se ha encargado de dar una última puñalada con un comunicado de despedida que define en un escaso folio al personaje que lo firma.

Dice la directora dimitida que no tuvo tiempo para acometer su misión. Puede ser cierto pero nadie la obligó a marcharse. Dice también que agradece la comprensión del presidente del Cabildo y del vicepresidente tercero pero a renglón seguido se despacha con bastante poca elegancia -y bastante inoportunidad- con el consejero de Cultura. En este punto, lo que trasluce Chillida con sus palabras es que nunca entendió el organigrama de funcionamiento del Cabildo o, lo que es peor, alguien le dio a entender que ella era un ente autónomo, un califato en el seno de la Corporación, que sólo rendía cuentas ante la Presidencia y la Vicepresidencia (la tercera, para más señas).

No ha habido precisamente llanto y crujir de dientes en el CAAM y en el mundo artístico canario ante la marcha de Chillida. Cuentan que la echarán de menos algunos amigos de la escena artística nacional, quizás aquellos que fueron tocados por la mano de la directora saliente a la hora de comisariar exposiciones o convertirse en asesores del museo. Ahí radica precisamente otro de los errores de Chillida: articular un entramado de preferencias, amistades y parentescos que entraban por la puerta grande del CAAM no por su valía artística sino precisamente por ser amigos de quien llevaba la batuta del museo.

Por último, una sugerencia a Chillida en la despedida: si de verdad la gota que colmó el vaso de su paciencia -la del resto había rebosado hace meses- fue la publicación por parte de este periódico de los datos de escasa afluencia de público al CAAM, mejor haría alguien en explicarle que el arte no está reñido con la verdad.

Pese a todo, suerte en su nueva aventura. Y la puerta, pese a su portazo, vuelve a abrirse: ser valiente no impide ser cortés.

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