Eclosión de la gran ciudad
ANDRÉS RUIZ DELGADO
Nuestra ciudad, Las Palmas de Gran Canaria, se alza como principal urbe de esta parte del Atlántico y, por consiguiente, del Archipiélago. Si esta Isla, conforme acredita Viera y Clavijo, por "su ruidosa conquista y la recomendación de sus circunstancias le adquirieron el carácter de Grande", lógico y natural que también el epíteto trascendiera a su capital, término éste así recogido en la copiosísima referencia del insigne historiador tinerfeño. Aparte de otros muchos que pudieran citarse, vaya un aporte más para algún indocumentado. Lo brinda el Padre Sosa en su Topografía (1678): "Gran Canaria obtuvo este nombre, porque como la había criado Dios nuestro señor para cabeza de las seis islas afortunadas, nunca fue mutable". Es posible, no lo descartamos, que el postulante a la erradicación del Gran de Gran Canaria, reduciéndola a simple Canaria, acabe por borrarlo de un plumazo, así mismo, en lo que a nuestra ciudad toca. Ya hasta nos tiene bautizados como "g.canarios", especie única en el globo terráqueo. Tampoco se olvide que los canes cayeron, defenestrados, de la simbología del Gobierno de ATI. Coincidencia también: en los convites navideños y otros análogos, el presidente Adán Martín coloca habitualmente a su derecha al editorialista de las incendiarias soflamas domingueras.
A pesar de tantos dislates externos y encima los estorbos internos, la urbe capitalina sigue adelante. Se proyecta hacia el presente y hacia el futuro inmediato, aun frente a quienes tratan de abortar trascendentales avances urbanísticos que la encumbrarían hacia más altas cotas. Defrauda que a ello no contribuyan todos los que, de algún modo y desde las distintas esferas, puedan tener influencia en la definición de los proyectos en marcha, salvando las disonancias existentes. Por desgracia, el bien general no siempre prevalece ante el oportunismo de estrategias partidistas e intereses gremiales que perjudican gravemente al desarrollo urbano, truncando actuaciones de extraordinario alcance, que derivarían al progreso y prestigio de la ciudad y el bienestar de sus habitantes.
Es más que notorio que venimos padeciendo desde hace mucho tiempo una endemia paralizante, agudizada en los años más recientes. Apenas salen a la luz pública proyectos de realce, que se sabe -y lo saben los mismos opositores- redundan en el bien general, flamean las diatribas, apelando a las más heterogéneas argucias. La rehabilitación del teatro Pérez Galdós (por citar un ejemplo cercano, de encendida controversia), a fin de dejarlo acorde con las requeridas condiciones escénicas actuales, equipamientos, tecnologías, etc., estuvo a punto de ser abortada. Y este teatro, ya inútil, decimonónico, tan pronto se concluya la reforma pasará a ser un orgullo para Canarias y referencia entre los más prestigiosos coliseos. Con el proyecto de recuperación del Guiniguada y las obras en el entorno, de cara al mar -nuestro horizonte imprescindible- se dará paso a un conjunto de singular rango, simbiosis de lo histórico, tradicional y moderno, adecuado a innovadores conceptos que hoy se significan a nivel internacional.
Más arriba, desde Schamann y Escaleritas, por Siete Palmas, se expande la Nueva Ciudad Alta. Cuando el núcleo urbano de Las Palmas aparecía constreñido a lo largo de la estrecha franja costera, los residentes de entonces -arquitectos y urbanistas aparte- se devanaban los sesos pensando en cómo iba a ser posible su desarrollo futuro. No era imaginable la eclosión laderas arriba. Y todavía más adentro, como signo de que esta ciudad no para, el más reciente hito urbanístico: el parque Juan Pablo II. Las áridas colinas sufren plena metamorfosis. Se transforman en grandes espacios en los que impera la naturaleza viva, para disfrute de los ciudadanos. Contémplese ahora el panorama del auge urbano experimentado al socaire de la Circunvalación, indudablemente uno de los mayores y decisivos logros, con la Avenida Marítima, en el entramado de comunicaciones de la capital, antes asfixiada por un tráfico rodado ya imposible de soportar. Si retrocediéramos a viejas estampas, quedaríamos atónitos a la vista del radical cambio. Y eso es trasladable a otros puntos renovados de la ciudad, aunque persisten áreas que demandan la corrección de arraigadas carencias y anomalías, muchas de ellas subsanables a poco que actúen con diligencia puntual los correspondientes servicios municipales, directos o contratados.
Todo esto nos lleva a una palmaria conclusión: hay que ser conscientes de los elementos potenciales que reúne nuestra capital y hacer uso racional de los mismos, dejando a un lado sistemáticas oposiciones que obstaculizan y retrasan el avance de Las Palmas de Gran Canaria, cuyas favorables perspectivas de progreso las tenemos ante nuestros ojos, a poco que entremos en sosegadas reflexiones. Aún es tiempo para rectificar. Como decía Cernuda, "el hombre mismo es el estorbo para su destino de hombre". Y el hombre, no se olvide, es el que hace o destruye. Ése es el dilema ante el que estamos. A lo que parece, soplan en estos momentos revivificantes aires, que sería deseable no se queden en meras intenciones. La Gran Marina incluida. Anima la entente cordiale Luzardo-Mayoral, ejemplarizante para otras actitudes enconadas. Miramos el desangelado espacio del Istmo, tal como se encuentra. Y, como al poeta, nos inspira tristeza, honda lástima, el adusto aspecto, allí donde tierra y mar buscan entrelazarse de manera armoniosa.
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