Joyas del PP
JOSÉ A. ALEMÁN
La concejala Alejandra Fabre, una de las joyas del PP, se propuso impedir que Nardy Barrios pronunciara el pregón de las fiestas de Hoya de la Plata y dijo a los vecinos que pregonaba la alcaldesa Luzardo o el Ayuntamiento no les remodelaría la plaza. De modo que los vecinos pidieron a Barrios que renunciara, así Dios le salve el alma.
Barrios consintió, Luzardo fue invitada a pregonar y se convocó a los vecinos (y vecinas) para que asistieran como un solo hombre (y mujer) al acto luzardino en que la alcaldesa, obsérvese la rara astucia, presentaría las obras de la ansiada plaza. La convocatoria pretendía coger a Luzardo por la palabra e instruía a los asistentes de qué hacer si el cura se pone pesado. No por motivaciones anticlericales sino de elemental cautela, pues el cura se rebeló contra la imposición de Fabre.
Los vecinos, por tanto, se bajaron malamente los calzones ante Fabre debido a su realismo estratégico: con un gobierno municipal que pasa de las barriadas populares hay que humillarse y hasta dejarse sorroballar si es preciso, para lograr, por ejemplo, una plaza.
Así las cosas, Luzardo hizo como que se bajaba del guindo y anunció que no se opone a que Barrios sea la pregonera. No se sabe si porque comprendió a tiempo que el lío beneficiaba a Barrios, que, cómo no, le sacaría lasca electorera; o por temor a que la atabicaran con el compromiso de la plaza, cuando igual no hay proyecto ni intención de hacerla.
El incidente, mínimo, ilustra bastante, a mi entender, la mezquindad de la mediocre mayoría municipal. De la que también hizo gala en el ámbito insular otra joya soriana: el consejero de Cultura del Cabildo grancanario, Pedro Luis Rosales, a cuenta del Museo de la Ciencia.
El director del Museo, Jacinto Quevedo, elaboró un proyecto de ampliación de las instalaciones. El hombre no escuchó a quienes le advirtieron que Soria sólo está para los grandes números, no para ideas útiles, y le solicitó una entrevista. Soria, tras la consabida espera, le echó al mentado Rosales, no sin darle antes de soltárselo instrucciones tan terminantes que no llegó Quevedo a quitarle los lazos a la carpeta de papeles porque le espetó el consejero, a la primera, que la propuesta de ampliación iba contra el PP. Ni Acebes, oye. Y no hubo más que hablar, que las paranoias son jodidas. Me cuentan que suelen darle a Rosales ataques de intemperancia verbal disparatada, especialmente después de las comidas.
Si es posible que Fabre actuara en Hoya de la Plata sin contar con Luzardo, Rosales aplicó fielmente el pensamiento anticultural de Soria. Éste trató de impedir que se creara el Museo de la Ciencia, que don Olarte impuso desde el Gobierno adscribiéndolo a Turismo; posteriormente, a pesar de su éxito o a causa de él, quiso cerrarlo y de ahí que Rosales se pusiera a hacer méritos como se puso, pobrecito.
No les diré de la serie de circunstancias (casuales, porque no hay inteligencia política para propiciarlas) que hicieron posible el Museo de la Ciencia; un equipamiento por el que se darían de bofetadas otras ciudades con mandarines dotados de sensibilidad y visión, lo que no es el caso. El Museo, mal que le pese a Soria, es ya referencia de la zona del Parque de Santa Catalina y cualquiera con dos dedos de frente y menos soberbia lo potenciaría para que se note menos el fiasco del vecino mamotreto de El Muelle, que sí cuenta con las bendiciones sorianas. Los grandes números, ya saben.
Es evidente que con el Cabildo no puede contarse en lo que no lleve la marca del PP y la vitola faraónica de un montón de ceros a la derecha. Sé de ideas que duermen en los cajones a la espera de que el macho Soria desaloje la Casa Palacio. Por citar asuntos frustrados de cierta notoriedad, la visita de Clinton de la que Soria ni se enteró por no ponerse al teléfono; o que pasara sin pena ni gloria la celebración del cuatrocientos aniversario del ataque a Las Palmas de Gran Canaria de Pieter Van der Does; o lo de los Nobel; o la retirada de subvenciones a actividades como el Encuentro Teatral Tres Continentes, que sigue adelante y crece en reputación internacional muy a su pesar. Una joya.
La concejala Alejandra Fabre, una de las joyas del PP, se propuso impedir que Nardy Barrios pronunciara el pregón de las fiestas de Hoya de la Plata y dijo a los vecinos que pregonaba la alcaldesa Luzardo o el Ayuntamiento no les remodelaría la plaza. De modo que los vecinos pidieron a Barrios que renunciara, así Dios le salve el alma.
Barrios consintió, Luzardo fue invitada a pregonar y se convocó a los vecinos (y vecinas) para que asistieran como un solo hombre (y mujer) al acto luzardino en que la alcaldesa, obsérvese la rara astucia, presentaría las obras de la ansiada plaza. La convocatoria pretendía coger a Luzardo por la palabra e instruía a los asistentes de qué hacer si el cura se pone pesado. No por motivaciones anticlericales sino de elemental cautela, pues el cura se rebeló contra la imposición de Fabre.
Los vecinos, por tanto, se bajaron malamente los calzones ante Fabre debido a su realismo estratégico: con un gobierno municipal que pasa de las barriadas populares hay que humillarse y hasta dejarse sorroballar si es preciso, para lograr, por ejemplo, una plaza.
Así las cosas, Luzardo hizo como que se bajaba del guindo y anunció que no se opone a que Barrios sea la pregonera. No se sabe si porque comprendió a tiempo que el lío beneficiaba a Barrios, que, cómo no, le sacaría lasca electorera; o por temor a que la atabicaran con el compromiso de la plaza, cuando igual no hay proyecto ni intención de hacerla.
El incidente, mínimo, ilustra bastante, a mi entender, la mezquindad de la mediocre mayoría municipal. De la que también hizo gala en el ámbito insular otra joya soriana: el consejero de Cultura del Cabildo grancanario, Pedro Luis Rosales, a cuenta del Museo de la Ciencia.
El director del Museo, Jacinto Quevedo, elaboró un proyecto de ampliación de las instalaciones. El hombre no escuchó a quienes le advirtieron que Soria sólo está para los grandes números, no para ideas útiles, y le solicitó una entrevista. Soria, tras la consabida espera, le echó al mentado Rosales, no sin darle antes de soltárselo instrucciones tan terminantes que no llegó Quevedo a quitarle los lazos a la carpeta de papeles porque le espetó el consejero, a la primera, que la propuesta de ampliación iba contra el PP. Ni Acebes, oye. Y no hubo más que hablar, que las paranoias son jodidas. Me cuentan que suelen darle a Rosales ataques de intemperancia verbal disparatada, especialmente después de las comidas.
Si es posible que Fabre actuara en Hoya de la Plata sin contar con Luzardo, Rosales aplicó fielmente el pensamiento anticultural de Soria. Éste trató de impedir que se creara el Museo de la Ciencia, que don Olarte impuso desde el Gobierno adscribiéndolo a Turismo; posteriormente, a pesar de su éxito o a causa de él, quiso cerrarlo y de ahí que Rosales se pusiera a hacer méritos como se puso, pobrecito.
No les diré de la serie de circunstancias (casuales, porque no hay inteligencia política para propiciarlas) que hicieron posible el Museo de la Ciencia; un equipamiento por el que se darían de bofetadas otras ciudades con mandarines dotados de sensibilidad y visión, lo que no es el caso. El Museo, mal que le pese a Soria, es ya referencia de la zona del Parque de Santa Catalina y cualquiera con dos dedos de frente y menos soberbia lo potenciaría para que se note menos el fiasco del vecino mamotreto de El Muelle, que sí cuenta con las bendiciones sorianas. Los grandes números, ya saben.
Es evidente que con el Cabildo no puede contarse en lo que no lleve la marca del PP y la vitola faraónica de un montón de ceros a la derecha. Sé de ideas que duermen en los cajones a la espera de que el macho Soria desaloje la Casa Palacio. Por citar asuntos frustrados de cierta notoriedad, la visita de Clinton de la que Soria ni se enteró por no ponerse al teléfono; o que pasara sin pena ni gloria la celebración del cuatrocientos aniversario del ataque a Las Palmas de Gran Canaria de Pieter Van der Does; o lo de los Nobel; o la retirada de subvenciones a actividades como el Encuentro Teatral Tres Continentes, que sigue adelante y crece en reputación internacional muy a su pesar. Una joya.
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