Nuestra Isla consigue la mayor superficie arbolada desde la primera mitad del siglo pasado
La isla de Gran Canaria consigue cubrir un nueve por ciento de su superficie con árboles, en concreto 14.000 hectáreas. Sin embargo, esta mejora se debe a la repoblación masiva hecha durante los años cuarenta a los setenta, ya que tras la llegada de la democracia y la gestión directa no se ha hecho casi nada en este aspecto
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A partir de la década de los 20 hasta la de los 50 del pasado siglo XX, Gran Canaria ostentó el peor índice de su historia en el número de hectáreas forestales, en una degradación que había comenzado cuatro siglos antes, con la llegada del primer castellano. El uso de la madera, para cocinar, para levantar casas, para armar buques o para convertir en carbón, peló prácticamente todo el territorio. Sólo quedaron los pinares de Tamadaba e Inagua, palmerales en Tirajana y dos manchitas de laurisilva, uno en los Tilos de Moya y otra en Santa Cristina (Guía). Además de unos pocos acebuchales en Tafira y Pino Santo. No fue hasta que llegó el gas butano -que frenó el consumo de leña-, y de los piensos, -ahorrando así la deforestación para pastos-, cuando la Isla comenzó de nuevo a rebrotar.
El presidente del Cabildo en aquel entonces, Matías Vega Guerra, aprovecha los suelos liberados e inicia la repoblación. Esas mismas zonas relictuales se han ido expandiendo de forma natural y la Consejería de Medio Ambiente del Cabildo -a través de sus 80 trabajadores más los 50 aproximadamente provenientes de las contratas-, encauzan esa fuerza hoy para multiplicar la superficie, pero añadiendo más especies e implicando a agricultores y ganaderos en el desarrollo del bosque. Ahora una zona embostada de retama, se convierte en una de pasto, tras ser ´liberada´ por los operarios de medio ambiente, que tras el paso de las ovejas se convierte en un eficaz cortafuego. Y así suma y sigue. De tal manera que un cacho plantado de papas, combinado con la arboleda cercana, también forma parte del sistema de protección del conjunto.
Pero, como la vida de la masa forestal lleva otro ritmo que la humana, sirva de referencia los más de 20 años que lleva Juan José Medina, capataz de una cuadrilla de Medio Ambiente, trabajando en la Cumbre. Hoy acaba de llegar de un tajo que se encuentra a 150 metros más abajo de la carretera que conduce a Cuevas de Caballero, bajo un sol de justicia en una ladera a unos 40 grados de inclinación. Pone orden en el suelo arrancando la retama, protegiendo los matos nuevos y cortando las ramas más bajas de unos pinos que ya tienen unas cuantas decenas de metros. Parece un bosque antiguo. Pero no. Lo plantó él y sus compañeros hace dos decenios. "Antes, no había nada. Tampoco en Mesa de las Vacas, donde hay hoy un pinar con ejemplares de más de 30 metros y que
también plantamos nosotros".
Lo plantado hace décadas prospera -y lo que se expande de forma natural-, y los trabajos silvícolas se encargan de clarear sacando los ejemplares menudos en beneficio de los más potentes. Para ello se tala y se combinan nuevas especies para enriquecer esa masa con nogal, castaño, cedro canario y fayas, entre otros muchos, que a la postre dificultan la propagación del fuego. Detalles como matar a un pino insigne -porque todo bosque requiere de madera muerta-, hacen el resto, y así resulta que con el abandono de la agricultura masiva en esas cotas y la consiguiente disminución en el uso de venenos, se está favoreciendo la reaparición de una fauna que, hasta ahora, parecía estar agazapada. El pinzón, el herrerillo, las aguilillas, el cernícalo, el halcón, el gavilán, el pica pinos, entre otros muchos, aparecen junto a una parranda de insectos de distintos pelajes, algunos que dan hasta su susto y todo.
La superficie arbolada es por el momento de 14.000 hectáreas -de las 155.000 que tiene la Isla-, pero también existen 17.000 hectáreas de retama peligrosa -porque es muy combustible y en un primer estadio tras el abandono de cultivo ´abusa´ de las demás especies-, que se irán sustituyendo con laurisilva, pinar, sabinares o palmerales, según la cota y el lugar.
Esto no implica ´sembrar´ sino dejar hacer. Así, a un pino que a lo bobo va creciendo a la vera de una arbolada, Medio Ambiente le pone un cucurucho para protegerlo de los conejos y con cuatro perras consigue reforestar una zona. O, desde que se limpia un retamal, aparecen las especies autóctonas que han ´hibernado´
durante siglos restrallando como se puede apreciar en Montañón Negro o en las laderas más altas que existen entre Tejeda y Artenara, con sus margaritas blancas de la tierra, el codeso, la salvia, el tajinaste o los alelíes, creando un ecosistema -más bien recuperándolo-, de plantas y animales que hasta que no se ve, ni siquiera se sospecha.
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A partir de la década de los 20 hasta la de los 50 del pasado siglo XX, Gran Canaria ostentó el peor índice de su historia en el número de hectáreas forestales, en una degradación que había comenzado cuatro siglos antes, con la llegada del primer castellano. El uso de la madera, para cocinar, para levantar casas, para armar buques o para convertir en carbón, peló prácticamente todo el territorio. Sólo quedaron los pinares de Tamadaba e Inagua, palmerales en Tirajana y dos manchitas de laurisilva, uno en los Tilos de Moya y otra en Santa Cristina (Guía). Además de unos pocos acebuchales en Tafira y Pino Santo. No fue hasta que llegó el gas butano -que frenó el consumo de leña-, y de los piensos, -ahorrando así la deforestación para pastos-, cuando la Isla comenzó de nuevo a rebrotar.
El presidente del Cabildo en aquel entonces, Matías Vega Guerra, aprovecha los suelos liberados e inicia la repoblación. Esas mismas zonas relictuales se han ido expandiendo de forma natural y la Consejería de Medio Ambiente del Cabildo -a través de sus 80 trabajadores más los 50 aproximadamente provenientes de las contratas-, encauzan esa fuerza hoy para multiplicar la superficie, pero añadiendo más especies e implicando a agricultores y ganaderos en el desarrollo del bosque. Ahora una zona embostada de retama, se convierte en una de pasto, tras ser ´liberada´ por los operarios de medio ambiente, que tras el paso de las ovejas se convierte en un eficaz cortafuego. Y así suma y sigue. De tal manera que un cacho plantado de papas, combinado con la arboleda cercana, también forma parte del sistema de protección del conjunto.
Pero, como la vida de la masa forestal lleva otro ritmo que la humana, sirva de referencia los más de 20 años que lleva Juan José Medina, capataz de una cuadrilla de Medio Ambiente, trabajando en la Cumbre. Hoy acaba de llegar de un tajo que se encuentra a 150 metros más abajo de la carretera que conduce a Cuevas de Caballero, bajo un sol de justicia en una ladera a unos 40 grados de inclinación. Pone orden en el suelo arrancando la retama, protegiendo los matos nuevos y cortando las ramas más bajas de unos pinos que ya tienen unas cuantas decenas de metros. Parece un bosque antiguo. Pero no. Lo plantó él y sus compañeros hace dos decenios. "Antes, no había nada. Tampoco en Mesa de las Vacas, donde hay hoy un pinar con ejemplares de más de 30 metros y que
también plantamos nosotros".
Lo plantado hace décadas prospera -y lo que se expande de forma natural-, y los trabajos silvícolas se encargan de clarear sacando los ejemplares menudos en beneficio de los más potentes. Para ello se tala y se combinan nuevas especies para enriquecer esa masa con nogal, castaño, cedro canario y fayas, entre otros muchos, que a la postre dificultan la propagación del fuego. Detalles como matar a un pino insigne -porque todo bosque requiere de madera muerta-, hacen el resto, y así resulta que con el abandono de la agricultura masiva en esas cotas y la consiguiente disminución en el uso de venenos, se está favoreciendo la reaparición de una fauna que, hasta ahora, parecía estar agazapada. El pinzón, el herrerillo, las aguilillas, el cernícalo, el halcón, el gavilán, el pica pinos, entre otros muchos, aparecen junto a una parranda de insectos de distintos pelajes, algunos que dan hasta su susto y todo.
La superficie arbolada es por el momento de 14.000 hectáreas -de las 155.000 que tiene la Isla-, pero también existen 17.000 hectáreas de retama peligrosa -porque es muy combustible y en un primer estadio tras el abandono de cultivo ´abusa´ de las demás especies-, que se irán sustituyendo con laurisilva, pinar, sabinares o palmerales, según la cota y el lugar.
Esto no implica ´sembrar´ sino dejar hacer. Así, a un pino que a lo bobo va creciendo a la vera de una arbolada, Medio Ambiente le pone un cucurucho para protegerlo de los conejos y con cuatro perras consigue reforestar una zona. O, desde que se limpia un retamal, aparecen las especies autóctonas que han ´hibernado´
durante siglos restrallando como se puede apreciar en Montañón Negro o en las laderas más altas que existen entre Tejeda y Artenara, con sus margaritas blancas de la tierra, el codeso, la salvia, el tajinaste o los alelíes, creando un ecosistema -más bien recuperándolo-, de plantas y animales que hasta que no se ve, ni siquiera se sospecha.
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cherlina -