Una melancolía
ÁNGEL TRISTÁN PIMIENTA
La subvención que el Gobierno de Canarias ha comprometido con el tranvía que unirá Santa Cruz con La Laguna, 10.000 millones de las antiguas pesetas, ha soliviantado al Cabildo de Gran Canaria y a muchísimas personas de buena fe, hartas de la historia real de los conchabos de ATI, que como parte y reparte se queda con la mejor parte. Otros, empero, han confundido el problema y lo que dicen es que ya Tenerife tiene su tren y aquí todavía discutiendo su conveniencia y poniendo pegas al progreso.
Es un razonamiento equivocado. Si Tenerife ha decidido tener un tranvía que rememore al que hacía el trayecto hasta Tacoronte, y viceversa, está en su derecho de construirlo; y si encuentra quien le subvencione el proyecto, pues mejor que mejor. Pero un tranvía no es una panacea universal; ni siquiera es un buen remedio para el transporte colectivo de viajeros en el siglo XXI. Tampoco es, que se diga, una alternativa moderna y futurista. Fue moderno cuando sustituyó a los carruajes tirados por animales, pero en 2004 no deja de ser una melancolía sin sentido. "Podemos tener nostalgia de las luces de gas", decía De Gaulle, quien sin embargo apostaba por la energía eléctrica y las centrales atómicas, como es natural.
Estos vehículos tienen muchos problemas de diversa índole. En Barcelona, donde los han reintroducido, no han cubierto las expectativas, y además provocan numerosos arrollamientos a peatones y ciclistas. No son nada ecológicos, aunque se piense lo contrario, de la misma manera que los caballos son un peligro para la salud pública si circularan por las calles, no por la imprevisibilidad de su comportamiento sino por las ´bostas´ que dejan a su paso.
Es la realidad. Donde hay un tranvía hay catenarias, cables elevados que afean el paisaje, el rural o el urbano. Sus raíles ocupan un suelo fijo y dependen de una planta eléctrica. Sin embargo los autobuses y guaguas - yo mantengo los matices del lenguaje canario tradicional- están inmersos en un proceso de renovación tan profunda que se convierten en la mejor solución de futuro. En primer lugar son más versátiles, pueden cambiar de recorrido según las conveniencias -una inundación, un socavón, un apagón- y no quedarse atrapados
por causas ajenas a su voluntad, provocando serios conflictos en el mundo docente y en el laboral; cada día consumen combustibles más limpios: aparte de los catalizadores, el gas en bombonas consigue comportamientos muy positivos; el hidrógeno está a la vuelta de la esquina, e incluso la energía solar o los ´ciclos combinados´. Un tranvía, en realidad, es una guagua amarrada a un cable, que va siempre por el mismo sitio, sin capacidades optativas, y que aumenta la carga de las turbinas y chimeneas de Unelco, en el caso canario. Siempre se ha dicho, porque es verdad, que no conviene poner todos los huevos en el mismo cesto.
¿Es lo más acertado invertir al menos 10.000 millones de pesetas en esta fórmula? No lo parece. Se pueden conseguir muchos más objetivos con una dotación incluso menor - a lo mejor es eso precisamente lo que no interesa- y más beneficiosa para las islas desde los puntos de vista medioambiental y paisajístico. Si los contratos-programa funcionaran correctamente y fueran ágiles; si se subvencionara, teniendo en cuenta el interés general, a las empresas concesionarias para la adquisición de unidades de última generación; si se asumiera en serio el desafío de mejorar el transporte público en vez de conseguir la foto con obras faraónicas
producto de caprichos personales... todo iría mejor.
El problema de los 10.000 millones es otro: ese dinero sí es necesario, según el Cabildo grancanario, para un conjunto de acciones en el sector. Y lo que ha sucedido es sencillamente una consecuencia del famoso equilibrio interinsular presupuestario
de que tanto presume el Gobierno, en donde ATI es su núcleo duro. Si muchas obras se han frenado en Las Palmas, supuestamente hasta que Santa Cruz tenga su equivalencia - hay datos sobre esto, y declaraciones tinerfeñas muy concretas- es lógico que también se produzca un cierto efecto contrario. Adán Martín ha insistido machaconamente en la exquisita igualdad de trato, y Juan José Cardona le ha tomado por la palabra.
Lo del tren es otra cosa que, muy probablemente, ha entrado en vía muerta por el cúmulo de despropósitos que entrañaría su construcción entre la capital y Meloneras y la falta de demandas concretas. No se reduciría el tiempo de desplazamientos, ni se cubrirían nuevas rutas, ni se eliminarían contaminaciones. El directo de Global a Maspalomas seguiría siendo una opción altamente competitiva. Los estudios hasta ahora realizados indican que por donde hay que proseguir es por el camino de la mejora del actual transporte de viajeros por carretera. Pero hay que solucionar algunos aspectos esenciales, como la mezcla de incompetencia e indolencia de la administración regional, que ha sido incapaz de unificar las concesiones en paralelo a la unificación de Salcai y Utinsa en una sola empresa. Si quieren trabajar, ésta es una pista.
La subvención que el Gobierno de Canarias ha comprometido con el tranvía que unirá Santa Cruz con La Laguna, 10.000 millones de las antiguas pesetas, ha soliviantado al Cabildo de Gran Canaria y a muchísimas personas de buena fe, hartas de la historia real de los conchabos de ATI, que como parte y reparte se queda con la mejor parte. Otros, empero, han confundido el problema y lo que dicen es que ya Tenerife tiene su tren y aquí todavía discutiendo su conveniencia y poniendo pegas al progreso.
Es un razonamiento equivocado. Si Tenerife ha decidido tener un tranvía que rememore al que hacía el trayecto hasta Tacoronte, y viceversa, está en su derecho de construirlo; y si encuentra quien le subvencione el proyecto, pues mejor que mejor. Pero un tranvía no es una panacea universal; ni siquiera es un buen remedio para el transporte colectivo de viajeros en el siglo XXI. Tampoco es, que se diga, una alternativa moderna y futurista. Fue moderno cuando sustituyó a los carruajes tirados por animales, pero en 2004 no deja de ser una melancolía sin sentido. "Podemos tener nostalgia de las luces de gas", decía De Gaulle, quien sin embargo apostaba por la energía eléctrica y las centrales atómicas, como es natural.
Estos vehículos tienen muchos problemas de diversa índole. En Barcelona, donde los han reintroducido, no han cubierto las expectativas, y además provocan numerosos arrollamientos a peatones y ciclistas. No son nada ecológicos, aunque se piense lo contrario, de la misma manera que los caballos son un peligro para la salud pública si circularan por las calles, no por la imprevisibilidad de su comportamiento sino por las ´bostas´ que dejan a su paso.
Es la realidad. Donde hay un tranvía hay catenarias, cables elevados que afean el paisaje, el rural o el urbano. Sus raíles ocupan un suelo fijo y dependen de una planta eléctrica. Sin embargo los autobuses y guaguas - yo mantengo los matices del lenguaje canario tradicional- están inmersos en un proceso de renovación tan profunda que se convierten en la mejor solución de futuro. En primer lugar son más versátiles, pueden cambiar de recorrido según las conveniencias -una inundación, un socavón, un apagón- y no quedarse atrapados
por causas ajenas a su voluntad, provocando serios conflictos en el mundo docente y en el laboral; cada día consumen combustibles más limpios: aparte de los catalizadores, el gas en bombonas consigue comportamientos muy positivos; el hidrógeno está a la vuelta de la esquina, e incluso la energía solar o los ´ciclos combinados´. Un tranvía, en realidad, es una guagua amarrada a un cable, que va siempre por el mismo sitio, sin capacidades optativas, y que aumenta la carga de las turbinas y chimeneas de Unelco, en el caso canario. Siempre se ha dicho, porque es verdad, que no conviene poner todos los huevos en el mismo cesto.
¿Es lo más acertado invertir al menos 10.000 millones de pesetas en esta fórmula? No lo parece. Se pueden conseguir muchos más objetivos con una dotación incluso menor - a lo mejor es eso precisamente lo que no interesa- y más beneficiosa para las islas desde los puntos de vista medioambiental y paisajístico. Si los contratos-programa funcionaran correctamente y fueran ágiles; si se subvencionara, teniendo en cuenta el interés general, a las empresas concesionarias para la adquisición de unidades de última generación; si se asumiera en serio el desafío de mejorar el transporte público en vez de conseguir la foto con obras faraónicas
producto de caprichos personales... todo iría mejor.
El problema de los 10.000 millones es otro: ese dinero sí es necesario, según el Cabildo grancanario, para un conjunto de acciones en el sector. Y lo que ha sucedido es sencillamente una consecuencia del famoso equilibrio interinsular presupuestario
de que tanto presume el Gobierno, en donde ATI es su núcleo duro. Si muchas obras se han frenado en Las Palmas, supuestamente hasta que Santa Cruz tenga su equivalencia - hay datos sobre esto, y declaraciones tinerfeñas muy concretas- es lógico que también se produzca un cierto efecto contrario. Adán Martín ha insistido machaconamente en la exquisita igualdad de trato, y Juan José Cardona le ha tomado por la palabra.
Lo del tren es otra cosa que, muy probablemente, ha entrado en vía muerta por el cúmulo de despropósitos que entrañaría su construcción entre la capital y Meloneras y la falta de demandas concretas. No se reduciría el tiempo de desplazamientos, ni se cubrirían nuevas rutas, ni se eliminarían contaminaciones. El directo de Global a Maspalomas seguiría siendo una opción altamente competitiva. Los estudios hasta ahora realizados indican que por donde hay que proseguir es por el camino de la mejora del actual transporte de viajeros por carretera. Pero hay que solucionar algunos aspectos esenciales, como la mezcla de incompetencia e indolencia de la administración regional, que ha sido incapaz de unificar las concesiones en paralelo a la unificación de Salcai y Utinsa en una sola empresa. Si quieren trabajar, ésta es una pista.
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