¡Y dale con el pleito insular!
JAIME LLINARES LLABRÉS
En Canarias no hay nada más parecido al río Guadiana que el "pleito insular", tan pronto se habla de él como deja de hablarse. Hay quienes creen que cuando no se habla de él es porque no existe y se llevan la sorpresa al verlo reaparecer, de repente, en los medios de comunicación. En estos últimos días el susodicho pleito insular ha reaparecido en el escenario por la remodelación que ha hecho el Presidente Adán Martín de su gobierno.
¿Hay o no hay pleito entre las islas?. Mi opinión, ya muy antigua, es que la rivalidad entre todas las islas canarias, que llamamos "pleito insular", es una realidad tan palpable, tan evidente, tan permanente y tan crónica, y, en definitiva, tan lógica que los que se empeñan en negarla o disimularla hacen un flaco favor al desarrollo global de nuestra Comunidad, que no debería colocarse al margen de la objetividad y de la realidad de las cosas. Las opiniones para negar, disimular o explicar el "pleito insular" son variadas: a unos les da vergüenza que los hermanos se peleen y, por ello, no se lo creen; otros creen con rabia que este pleito es ficticio porque está provocado por la metrópolis hispana y no por los isleños; otros opinan que se trata de una pelea entre las dos burguesías, grancanaria y tinerfeña, al margen de la presunta "inocencia" de las islas no capitalinas; otros creen que la pelea es entre siete u ocho y que las islas llamadas "menores" se alinean unas con Gran Canaria como La Palma y otras con Tenerife como Lanzarote; hay otros que piensan que cada isla menor es rival de su capital de provincia, dejándose querer por la otra capital; también hay quienes entienden el "pleito insular" como un rifi-rafe entre políticos que juegan a ver quién caza la pieza mayor para ofrecerla en homenaje a su pueblo elector; en esta teoría, quien más robe y más rapiñe a otra isla, mejor será tratado por sus electores insularistas.
Y yo pregunto, ¿hay alguien que se extrañe, quizás un sociólogo o un psicólogo social, de que exista rivalidad entre vecinos que forman una Comunidad, pero que, a la vez, gozan, cada uno de ellos, de un grado importante de autonomía? Desde una visión psicosocial neutra y sana, es lógico y esperable que un conjunto de islas con niveles evidentes de distinción y de autonomía, que, al mismo tiempo, forman una Comunidad socio-política, con
intereses comunes que se entremezclan con los particulares, que tienen Gobiernos insulares que coexisten con un único Gobierno Comunitario, posean en la naturaleza y estructura de sus relaciones un elemento de rivalidad que se manifiesta en la mayor propensión a la envidia, a las comparaciones, a los adelantamientos tramposos, a las vigilancias recíprocas, a las protestas por presuntos o reales expolios.
¿Cómo no van a vigilarse de cerca, incluso con grados de paranoia, dos islas capitalinas que, además, desean
y sienten ser cada una la Gran Capital? ¿A alguien le parece raro que cada capital quiera ser la primera? Y si hablamos de las islas no capitalinas, que son islas menos poderosas en recursos, ¿puede parecer extraño a alguien que presionen y pretendan equipararse a las islas grandes y que éstas se defiendan de esas presuntas
pretensiones?.
Mi opinión es que el "pleito insular" es un rasgo filogenético de la personalidad del canario, que siempre estuvo activo y nunca dejará de estarlo, a veces aparece más virulento y otras más adormilado; pero al igual que el Guadiana, su desaparición es imaginaria y ficticia. Las relaciones entre las islas, porque son distintas y, a la vez, forman una unidad, serán siempre relaciones de amor-odio, donde la rivalidad y, por tanto, la vigilancia recíproca son necesarias y normales.
Es más que necesario que los canarios aceptemos sin miedo y sin disimulos nuestro pleito insular, que asumamos sin falsas e ilusorias expectativas que la rivalidad interinsular es un rasgo constitutivo de nuestra personalidad colectiva, que no gastemos energía en el intento de eliminar el pleito y que, en todo caso, nos empleemos a fondo para que el pleito entre las islas no se nos vaya de la mano, que se mantenga dentro de las reglas, que no se salga de quicio, que no se psicotice. Si la rivalidad emanada del pleito insular es contenida en un buen cauce, como la abundante agua en un buen barranco, no sólo no nos hará daño; sino que servirá de acicate a una relación interinsular más armónica y más productiva. Tres son, a mi juicio, las reglas para que este pleito insular, aceptado y asumido como normal, no se nos vire en contra.
En primer lugar, que el Parlamento, siendo consciente de la innegable realidad del pleito, emane Leyes especialmente justas y exquisitamente equilibradas para el Archipiélago. ¡Hoy no tenemos esas Leyes Justas, ni justo es tampoco el Estatuto de Autonomía! Pero, a renglón seguido, estas Leyes han de ser escrupulosamente
ejecutadas por el Gobierno Autónomo. ¡Que no pase, por ejemplo, lo que ha pasado y sigue pasando con la Ley de Sedes!
En segundo lugar, la sociedad civil electora debería liberarse de la costumbre de depender neuróticamente de un solo partido y a la hora de votar tener muy en cuenta a los gobernantes que alimentan el pleito insular y a los que lo contienen en su cauce, sean del partido que sea. La fidelidad y el fichaje a ultranza por un partido, sean cuales sean los frutos que produce, es una de las lacras peores de esta enfermiza democracia. No es bueno
en una sana democracia que los partidos se sientan asegurados por una base de superfieles a sus dirigentes, digan lo que digan y hagan lo que hagan. Por ejemplo, no es bueno para nadie que personas como Zaplana y Acebes, que hacen una oposición tan vergonzante, se sientan asegurados por un grupo de ciegos fans, que no tienen otro fin que serles fieles, aun a costa de la propia dignidad.
Es necesario, bueno y rentable que los canarios aceptemos elpleito insular con claridad y que los gobernantes y la sociedad civil de cada isla mantengan una diaria y normal alerta en la defensa valiente de sus derechos e intereses. Pero, no es bueno en absoluto que existan personas, instituciones y partidos políticos que yo llamo "inflamadores del pleito", "pleitistas profesionales" que viven gracias a sus instintos piromaníacos desbordados, que no viven realista y tranquilamente el pleito; sino que viven de él. Todos podríamos decir el nombre y apellidos de, por lo menos, una persona, una institución y un partido político. Como estoy seguro de que todos coincidiríamos en lo tres nombres, los omito aquí en aras de la evidencia.
En tercer lugar, nadie, ni gobernantes ni ciudadanos de a pie, debemos bajar la guardia. Es necesario mantener siempre despierta una actitud vigilante entre todos. En mi opinión, esa vigilancia la han mantenido sin pausa los tinerfeños porque ellos sí han creído siempre en la existencia del pleito insular. En Gran Canaria somos más incrédulos, bajamos la guardia con frecuencia porque hemos creído menos o casi nada en este pleito y, por ello, las consecuencias de este ignorante despiste son amargamente conocidas.
Nuestros políticos grancanarios no creen en el rasgo filogenético del pleito insular, no vigilan a los demás, se confían demasiado con el vecino y terminan con las orejas gachas y el rabo entre piernas. En una ocasión le dije al amigo Elfidio Alonso que si él me acompañaba con su guitarra, yo le cantaba una folía con mi timple, tomándonos unos pizcos, gozando del momento y de la amistad, pero con mis ojos puestos en sus manos porque al
descansar de la guitarra podía quitarme mi timple; a él le aconsejé lo mismo, que tuviera cuidado con su guitarra cuando yo soltara mi timple, aunque yo, ingenuo grancanario, descubrí y acepté el pleito insular mucho, muchísimo después que él.
En definitiva, nuestras relaciones interinsulares, entre islas tan distintas y, a la vez, con tantas cosas en común, están untadas de luces y sombras, de amores y de odios y ambos elementos son paradójicamente compatibles. La buena relación entre todas las islas no sólo es necesaria, sino perfectamente posible; los canarios formamos un noble y gran pueblo y en esa unidad hemos de avanzar; pero nunca negando la crónica realidad de este rasgo del "pleito insular", que si lo aceptamos y lo controlamos sin trampas, puede ser más que compatible con un buen nivel de amor fraterno y progreso social y económico de todos. Por ello, me atrevo, con todo respeto, a sugerir al Presidente Adán Martín, cuyo talante aplaudo, que no le tenga miedo ni vergüenza al pleito insular, que lo acepte y lo asuma con valentía e inteligencia y, eso sí, que fomente y ejecute Leyes que lo contengan en un seguro cauce para ser útil y rentable para todos, sin que se desborde y nos inunde
por sorpresa.
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En Canarias no hay nada más parecido al río Guadiana que el "pleito insular", tan pronto se habla de él como deja de hablarse. Hay quienes creen que cuando no se habla de él es porque no existe y se llevan la sorpresa al verlo reaparecer, de repente, en los medios de comunicación. En estos últimos días el susodicho pleito insular ha reaparecido en el escenario por la remodelación que ha hecho el Presidente Adán Martín de su gobierno.
¿Hay o no hay pleito entre las islas?. Mi opinión, ya muy antigua, es que la rivalidad entre todas las islas canarias, que llamamos "pleito insular", es una realidad tan palpable, tan evidente, tan permanente y tan crónica, y, en definitiva, tan lógica que los que se empeñan en negarla o disimularla hacen un flaco favor al desarrollo global de nuestra Comunidad, que no debería colocarse al margen de la objetividad y de la realidad de las cosas. Las opiniones para negar, disimular o explicar el "pleito insular" son variadas: a unos les da vergüenza que los hermanos se peleen y, por ello, no se lo creen; otros creen con rabia que este pleito es ficticio porque está provocado por la metrópolis hispana y no por los isleños; otros opinan que se trata de una pelea entre las dos burguesías, grancanaria y tinerfeña, al margen de la presunta "inocencia" de las islas no capitalinas; otros creen que la pelea es entre siete u ocho y que las islas llamadas "menores" se alinean unas con Gran Canaria como La Palma y otras con Tenerife como Lanzarote; hay otros que piensan que cada isla menor es rival de su capital de provincia, dejándose querer por la otra capital; también hay quienes entienden el "pleito insular" como un rifi-rafe entre políticos que juegan a ver quién caza la pieza mayor para ofrecerla en homenaje a su pueblo elector; en esta teoría, quien más robe y más rapiñe a otra isla, mejor será tratado por sus electores insularistas.
Y yo pregunto, ¿hay alguien que se extrañe, quizás un sociólogo o un psicólogo social, de que exista rivalidad entre vecinos que forman una Comunidad, pero que, a la vez, gozan, cada uno de ellos, de un grado importante de autonomía? Desde una visión psicosocial neutra y sana, es lógico y esperable que un conjunto de islas con niveles evidentes de distinción y de autonomía, que, al mismo tiempo, forman una Comunidad socio-política, con
intereses comunes que se entremezclan con los particulares, que tienen Gobiernos insulares que coexisten con un único Gobierno Comunitario, posean en la naturaleza y estructura de sus relaciones un elemento de rivalidad que se manifiesta en la mayor propensión a la envidia, a las comparaciones, a los adelantamientos tramposos, a las vigilancias recíprocas, a las protestas por presuntos o reales expolios.
¿Cómo no van a vigilarse de cerca, incluso con grados de paranoia, dos islas capitalinas que, además, desean
y sienten ser cada una la Gran Capital? ¿A alguien le parece raro que cada capital quiera ser la primera? Y si hablamos de las islas no capitalinas, que son islas menos poderosas en recursos, ¿puede parecer extraño a alguien que presionen y pretendan equipararse a las islas grandes y que éstas se defiendan de esas presuntas
pretensiones?.
Mi opinión es que el "pleito insular" es un rasgo filogenético de la personalidad del canario, que siempre estuvo activo y nunca dejará de estarlo, a veces aparece más virulento y otras más adormilado; pero al igual que el Guadiana, su desaparición es imaginaria y ficticia. Las relaciones entre las islas, porque son distintas y, a la vez, forman una unidad, serán siempre relaciones de amor-odio, donde la rivalidad y, por tanto, la vigilancia recíproca son necesarias y normales.
Es más que necesario que los canarios aceptemos sin miedo y sin disimulos nuestro pleito insular, que asumamos sin falsas e ilusorias expectativas que la rivalidad interinsular es un rasgo constitutivo de nuestra personalidad colectiva, que no gastemos energía en el intento de eliminar el pleito y que, en todo caso, nos empleemos a fondo para que el pleito entre las islas no se nos vaya de la mano, que se mantenga dentro de las reglas, que no se salga de quicio, que no se psicotice. Si la rivalidad emanada del pleito insular es contenida en un buen cauce, como la abundante agua en un buen barranco, no sólo no nos hará daño; sino que servirá de acicate a una relación interinsular más armónica y más productiva. Tres son, a mi juicio, las reglas para que este pleito insular, aceptado y asumido como normal, no se nos vire en contra.
En primer lugar, que el Parlamento, siendo consciente de la innegable realidad del pleito, emane Leyes especialmente justas y exquisitamente equilibradas para el Archipiélago. ¡Hoy no tenemos esas Leyes Justas, ni justo es tampoco el Estatuto de Autonomía! Pero, a renglón seguido, estas Leyes han de ser escrupulosamente
ejecutadas por el Gobierno Autónomo. ¡Que no pase, por ejemplo, lo que ha pasado y sigue pasando con la Ley de Sedes!
En segundo lugar, la sociedad civil electora debería liberarse de la costumbre de depender neuróticamente de un solo partido y a la hora de votar tener muy en cuenta a los gobernantes que alimentan el pleito insular y a los que lo contienen en su cauce, sean del partido que sea. La fidelidad y el fichaje a ultranza por un partido, sean cuales sean los frutos que produce, es una de las lacras peores de esta enfermiza democracia. No es bueno
en una sana democracia que los partidos se sientan asegurados por una base de superfieles a sus dirigentes, digan lo que digan y hagan lo que hagan. Por ejemplo, no es bueno para nadie que personas como Zaplana y Acebes, que hacen una oposición tan vergonzante, se sientan asegurados por un grupo de ciegos fans, que no tienen otro fin que serles fieles, aun a costa de la propia dignidad.
Es necesario, bueno y rentable que los canarios aceptemos elpleito insular con claridad y que los gobernantes y la sociedad civil de cada isla mantengan una diaria y normal alerta en la defensa valiente de sus derechos e intereses. Pero, no es bueno en absoluto que existan personas, instituciones y partidos políticos que yo llamo "inflamadores del pleito", "pleitistas profesionales" que viven gracias a sus instintos piromaníacos desbordados, que no viven realista y tranquilamente el pleito; sino que viven de él. Todos podríamos decir el nombre y apellidos de, por lo menos, una persona, una institución y un partido político. Como estoy seguro de que todos coincidiríamos en lo tres nombres, los omito aquí en aras de la evidencia.
En tercer lugar, nadie, ni gobernantes ni ciudadanos de a pie, debemos bajar la guardia. Es necesario mantener siempre despierta una actitud vigilante entre todos. En mi opinión, esa vigilancia la han mantenido sin pausa los tinerfeños porque ellos sí han creído siempre en la existencia del pleito insular. En Gran Canaria somos más incrédulos, bajamos la guardia con frecuencia porque hemos creído menos o casi nada en este pleito y, por ello, las consecuencias de este ignorante despiste son amargamente conocidas.
Nuestros políticos grancanarios no creen en el rasgo filogenético del pleito insular, no vigilan a los demás, se confían demasiado con el vecino y terminan con las orejas gachas y el rabo entre piernas. En una ocasión le dije al amigo Elfidio Alonso que si él me acompañaba con su guitarra, yo le cantaba una folía con mi timple, tomándonos unos pizcos, gozando del momento y de la amistad, pero con mis ojos puestos en sus manos porque al
descansar de la guitarra podía quitarme mi timple; a él le aconsejé lo mismo, que tuviera cuidado con su guitarra cuando yo soltara mi timple, aunque yo, ingenuo grancanario, descubrí y acepté el pleito insular mucho, muchísimo después que él.
En definitiva, nuestras relaciones interinsulares, entre islas tan distintas y, a la vez, con tantas cosas en común, están untadas de luces y sombras, de amores y de odios y ambos elementos son paradójicamente compatibles. La buena relación entre todas las islas no sólo es necesaria, sino perfectamente posible; los canarios formamos un noble y gran pueblo y en esa unidad hemos de avanzar; pero nunca negando la crónica realidad de este rasgo del "pleito insular", que si lo aceptamos y lo controlamos sin trampas, puede ser más que compatible con un buen nivel de amor fraterno y progreso social y económico de todos. Por ello, me atrevo, con todo respeto, a sugerir al Presidente Adán Martín, cuyo talante aplaudo, que no le tenga miedo ni vergüenza al pleito insular, que lo acepte y lo asuma con valentía e inteligencia y, eso sí, que fomente y ejecute Leyes que lo contengan en un seguro cauce para ser útil y rentable para todos, sin que se desborde y nos inunde
por sorpresa.
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1 comentario
cristóbal -
O hay que estar esperando algun cargo de la mano de ATI.
Sino que explique lo que estamos viendo todos.
Todos los trabajos o servicios que encarga el Gobierno regional son adjudicados a empresas radicadas en Tenerife.
La mayoria absoluta de las subvenciones otorgadas por el Gobierno regional, van a recalar a empresas chicharreras.
Las inspecciones a las empresas realizadas por Hacienda son muy superiores en Gran Canaria que en Tenerife.
Las normas a la hora de revisar los manifiestos de mercancías son más flexibles en Tenerife que en Gran Canaria.
Y hasta le hemos financiado sus playas artificiales para que compitan con males artes con nuestro mercado turistico.
Y así un "porron" de cosas más.