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La Voz de Gran Canaria

Los ojos de los niños

Los ojos de los niños

ANTONIO CASTELLANO

La competición por el poder es uno de los contenidos básicos de la práctica democrática. En las dictaduras, por el contrario, ni se discute: el tirano tiene la primera y última palabra, aunque se quiera revestir de bisutería seudodemócrata. El que se llame Parlamento-fruto de la elección libre e igualitaria de los ciudadanos-a la institución que encarna la soberanía popular, evidencia el significado de lugar en que se habla, se debate, se parlamenta y se acuerda por mayoría.

Lo repugnante y grave es que el poder sea el principal objetivo de la política y que ha de conservarse a toda costa. Precisamente, la alternancia airea y vivifica la acción de gobierno evitando las inercias nocivas y el enquistamiento viciado. Tan importante resulta, en la vida, saber ganar como saber perder. Ambas situaciones definen la caballerosidad, la ética y, en último término, la condición de demócrata. Todos sabemos que la historia de nuestro país todavía no alberga una larga experiencia democrática como pudiera ser la de Inglaterra, Francia o los Estados Unidos.

Los siglos de reconquista, el predominio de la Iglesia y la ortodoxia impuesta con el apoyo de la Inquisición-que duró hasta muy avanzado el siglo XIX-junto al aislamiento que nos impusimos, renunciando al Renacimiento, agarrados a la Contrarreforma, ausentes de la Ilustración, la modernidad y la revolución industrial y aliados con Hitler y Mussolini, nos distanciaron del núcleo central europeo y su progreso político y económico. Nuestra última guerra civil y su correlato de una larga dictadura, fueron reemplazados por una democracia, homologada con las de nuestro entorno, en la que hemos sabido avanzar y convivir pacíficamente.

La llamada transición a un sistema democrático y constitucional se considera como ejemplo a seguir por países que carecen de libertades. En estas casi tres décadas, se han ido sucediendo Gobiernos de distinto signo, aceptados con normalidad por la ciudadanía y por el arco de los partidos con presencia parlamentaria. El difícil encaje del mapa autonómico que fija nuestra Carta Magna ha ido funcionando con más o menos acierto y es, aún, susceptible, de mejorarse, manteniendo el delicado equilibrio que garantice la imprescindible unidad de España. Esa normalidad democrática ha tenido que convivir con el sobresalto permanente del terrorismo etarra o de otros grupúsculos, combatido por la unión consensuada de la casi totalidad de los partidos y, concretamente, de las dos mayores formaciones políticas que han mantenido su unidad ante una crucial y primordial cuestión de Estado.

Ha tenido que ser otro terrorismo, no menos infame-el de Al Queda-quien se ha interpuesto en aquella entente y provocado la fisura entre PP y PSOE. El atentado del 11 de Marzo de 2004, en Madrid, con su reguero de muertos y heridos, tres días antes de las elecciones generales, influyó en el resultado de las mismas por su conexión con una guerra, la de Irak, en la que entramos por decisión del Gobierno anterior y a pesar del rechazo de gran parte de la ciudadanía.

El propio Partido Popular ha repetido que no discute la legitimidad del cambio de Gobierno por decisión democrática. Pero su resentimiento por la derrota se traduce en una oposición a sangre y fuego, sin más objeto que impedir la gobernación de nuestro país y sin aceptar su responsabilidad en dicho atentado por descoordinación entre los cuerpos de seguridad y por no atender a las advertencias de los servicios de inteligencia. A tal respecto, es definitiva la respuesta del entonces Secretario de Estado de Seguridad, Ignacio Astarloa, en la Comisión del 11M, dando la razón a un diputado del PNV que preguntaba por la eficiencia en la prevención de los cuerpos y fuerzas de seguridad: «todo lo que usted dice no es eficiencia policial, es un desastre, es un disparate».

La oposición de acoso y derribo -«dígame de qué se trata, que yo me opongo»- especialmente en cuanto al terrorismo, es el peor servicio que puede hacerse a España y a los españoles y el mejor regalo que espera ETA, pues consigue dividir a su enemigo que no es otro que el bloque democrático y constitucional de todos los partidos y, principalmente, el conjunto de la ciudadanía: todos estamos en la diana.

Los insultos, las insidias, la mentira enmascarada de verdad, la crispación, la radicalización, la siembra del rencor y la simiente del odio son el estipendio que se está pagando a los terroristas. ¿Y si vuelven a matar? Una sola muerte nos mata a todos. Entonces, ¿quién se responsabilizará? Es el momento de parar esta cabalgada a lomos de la división y el enfrentamiento. Los grandes partidos están obligados a unirse, sin excluir a los demás que lo deseen, con lealtad y sin ventajismos, para que triunfe y se imponga la razón de Estado que es la razón de todos. Si fallamos en esta ocasión, nos avergonzará la incrédula mirada de los viejos y el espanto en los ojos de los niños. Ellos nos juzgarán.

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