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La Voz de Gran Canaria

Tenerife, cuestión de agallas

Tenerife, cuestión de agallas

En el momento en que se inauguró el auditorio de Las Palmas de Gran Canaria, la fabulosa obra de Oscar Tusquets, comencé yo a notar que en las islas había demasiados ingenieros de sonido capaces de detectar una nota que fallaba por una cuestión que, alegaban estos sabedores, era causa de la afinación de la sala.

De nada sirvió que Tusquets hiciera piña con Alfonso Senchermés, probablemente uno de los ingenieros acústicos de mayor prestigio del país que, a su vez, había trabajado mano a mano con Lothar Cremer, a quien tuvimos el gusto de conocer en una de sus visitas a Las Palmas de Gran Canaria como el oído más privilegiado del mundo a la hora de afinar edificios. No obstante, al poco tiempo, los ingenieros se fueron relajando, y el auditorio empezó a sonarnos bien. Pero la cosa quedó en eso, en los listillos de turno queriendo aparentar más de lo que en realidad sabían.

Lo de Tenerife ha sido peor. A la incalculable obra de Santiago Calatrava, que se inició en 2.000 millones de pesetas y se acabó por encima de los 10.000 millones de pesetas con el consiguiente enojo por parte de los ciudadanos, además de surgirle las críticas por la estrechez del hueco entre sillón y sillón y las que en su momento le hizo Edward Soja durante un congreso de arquitectura celebrado allí mismo, asegurando que el entorno le hacía daño, se suman ahora las del crítico musical Alfredo López-Vivié.

López-Vivié se acercó al auditorio a un concierto de la Royal Concertgebouw Orchestra. Esta fue la crítica musical que hizo en la web de Mundo clásico, cuyos gestores me han cedido tan amablemente como la manera más gráfica de analizar una obra arquitectónica más icónica que funcional. Así lo contó López-Vivié, que la tituló Cuestión de agallas:

Santa Cruz de Tenerife, 03.02.2006. Auditorio de Tenerife. XXII Festival de Música de Canarias. Royal Concertgebouw Orchestra. Mariss Jansons, director. Dmitri Shostacovich: Sinfonía nº 7 en Do mayor, op. 60, ‘Leningrado’. Ocupación: 65%

Alfredo López-Vivié Palencia

"Dice el artículo 148 de la vigente Ley española de Contratos de las Administraciones Públicas (texto refundido aprobado por Real Decreto Legislativo 2/2000, de 16 de junio), referido a la responsabilidad por vicios ocultos en la ejecución de obras públicas: ‘Si la obra se arruina con posterioridad a la expiración del plazo de garantía por vicios ocultos de la construcción, debido a incumplimiento del contrato por parte del contratista, responderá éste de los daños y perjuicios durante el término de quince años, a contar desde la recepción.’

Inaugurado en 2003, el Auditorio de Tenerife es una obra pública que, en términos técnicos, se ha arruinado al no servir para la finalidad con la que fue concebido: no es ya que su acústica deje mucho que desear (en general, el sonido llega velado, y el balance entre la parte de la orquesta que queda en el proscenio y la que se ubica más hacia el foro tiende a descompensarse a favor de la primera), sino que su sistema de climatización es tan escandalosamamente ruidoso que produce exactamente el mismo efecto que dejar abiertas las puertas del recinto para escuchar el tráfico rodado que circula por sus alrededores. Al lado de estos estropicios, la incomodidad que se deriva de la estrechez de espacio entre fila y fila me parece una nimiedad.auditorio Tenerife.jpg

En todo caso, y puesto que no han pasado aún quince años de la inauguración del auditorio, entiendo que las Administraciones contratantes deberían exigir responsabilidades al contratista, so pena de quedar en ridículo unas y otro. Claro que, como en este puñetero país no son habituales las agallas para exigir ese tipo de responsabilidades contractuales (sí las hay para pasarse por el forro de los mismísimos cualquier sentido del ridículo), mucho me temo –y ojalá me equivoque– que nadie pondrá remedio a semejante atropello y que, por tanto, los tinerfeños se quedarán con un magnífico edificio al que habrá que buscar una utilidad alternativa. Vaya, mientras tanto, mi reconocimiento a quien tuviera la feliz idea de desenchufar la climatización, aunque fuera en el último movimiento de la sinfonía: prefiero pasar calor antes que vergüenza.

Mariss Jansons sí le echó unas cuantas agallas para dar la Leningrado en estas condiciones: si un servidor sintió vergüenza ajena por no poder escuchar el inicio del célebre ‘tema de la invasión’, que Jansons presentó en un casi imperceptible pianissimo, cuánto más no debió sufrir el maestro; otro tanto sucedió en el segundo movimiento, en el episodio en que las flautas tocan con efecto wow and flutter, que sólo se intuyó. No pondré más ejemplos, aunque sí señalaré la contribución del respetable a la percusión de la obra: Jansons consiguió hipnotizarnos a todos de tal manera en el gigantesco crescendo bélico que, cuando éste finalizó, conté hasta media docena de programas de mano cayéndose al suelo mientras sonaba la serena –es un decir– conclusión del primer tiempo".

Aparte del reconocimiento que le hago a Alfredo López Vivié por la amenidad imprimida a la crítica musical, siempre tan compleja y cuestionada, no me dirán que no es demoledor.

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